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Eutanasia, gais, aborto, marihuana

No hay democracia si el gobierno, aún con la legitimidad que le da una copiosa votación, sojuzga al individuo o constriñe y excluye a las minorías.

León Valencia, León Valencia
28 de noviembre de 2015

“Yo tan viejo que estoy y me dan dolores que me desesperan, que no sé qué hacer. Esto no es digno... No aguanto, ni quiero más cosas, no quiero más torturas”. Fue hace algunos meses, es la voz de Ovidio González, quien reclamaba el derecho a la eutanasia. La logró. Fue una victoria de un anciano en la lucidez de sus últimos días frente a un médico que bajo la dictadura de sus convicciones quería vulnerar la libertad y el derecho de un ser atormentado y valeroso.

He recordado estas palabras muchas veces. Vinieron a mi memoria cuando la Corte Constitucional dio vía libre a la adopción por parte de parejas gais; cuando Alejandro Gaviria, ministro de Salud, dijo que era partidario de autorizar el aborto en todas las condiciones; cuando salió la noticia de la legalización del uso medicinal de la marihuana, se suspendieron las fumigaciones con glifosato y se hicieron cambios en la política antidrogas; vienen a mi memoria cada vez que se habla de abrir la democracia para que pasen por su aro grupos marginados por la fuerza o por la costumbre de la competencia política.

Estos anuncios son de la misma estirpe de aquellas palabras. Hablan de la libertad, del individuo, de las minorías. Han irrumpido con la fuerza de un vendaval en la vida colombiana. Están sacudiendo a la sociedad. En medio de nuestra guerra y nuestra torpe lejanía de la modernidad olvidamos que la democracia tiene su fundamento en una hermosa paradoja: asegura para las mayorías la preeminencia y el gobierno, pero consagra, a la vez, para el individuo y para las minorías el respeto, la tolerancia y el goce de sus derechos. No hay democracia si el gobierno, aún con la legitimidad que le da recibir la votación copiosa de la población, sojuzga al individuo o constriñe y excluye a las minorías.

Es un momento virtuoso de la vida colombiana y encarna una reacción frente a la primera década del siglo. Al empezar el milenio una sagaz corriente política, apuntalada en el miedo de una nación agredida y desconcertada, consiguió capturar a la opinión pública y establecer unas cómodas mayorías electorales y prevalida de este poder se propuso esculpir la impronta del conservadurismo y la intolerancia en el rostro adolorido de la sociedad colombiana. Logró bastante.

Pero ahora esa marca se deshace poco a poco. La contracorriente no tiene unidad ni signo. Son manifestaciones ciudadanas como la protagonizada por Ovidio González y su familia. O reclamos y demandas como las impulsadas, con una persistencia admirable, por los homosexuales en la lucha por su matrimonio y por la posibilidad de adoptar. O un simple gesto como el de las ministras Gina Parody y Cecilia Álvarez quienes hicieron pública su relación de pareja. O decisiones y declaraciones de funcionarios y de altos tribunales en temas tan sensibles como los cultivos de uso ilícito y el tráfico de drogas o la impresionante recurrencia al aborto ilegal con su secuela de muertes. O la apuesta por la paz en medio de agudas controversias.

La batalla seguirá y no soy tan ingenuo para pensar que del lado de la impugnación a estos reclamos y aspiraciones de sectores de la población están solo el procurador Ordóñez y el Centro Democrático. Una parte importante del establecimiento político aún bebe de estas fuentes solo que ahora pasan de agache como ocurrió a la hora de legislar sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo, escurrieron el bulto y le dejaron la decisión a la Corte Constitucional. También hay sectores de las Iglesias numerosas e influyentes que cabalgan contra la liberalización de la conciencia y la sociedad. Ya Viviane Morales, una senadora de posiciones progresistas en otros campos, ha insistido en un referendo contra la adopción gay.

Ahora bien, para que estas decisiones, iniciativas y declaraciones muestren su bondad y su aporte a una sociedad más equilibrada, más justa y más tranquila es menester que se desaten otras acciones de parte de organizaciones sociales y de autoridades locales y nacionales.

Para que se afiance la práctica del aborto en los casos que ahora autoriza la ley y se abra paso la generalización de este derecho es obligatorio comprometer al gremio de los médicos, intensificar la educación sexual para disminuir los embarazos indeseados y mostrar una disminución real del aborto ilegal. También la práctica de la eutanasia requiere la liberalización del cuerpo médico y en eso es clave la labor de los sindicatos. La transformación de la familia y la solución para miles de niños que buscan un hogar es una gran apuesta cultural de los medios y de la escuela.

Pero hay algo de urgencia. Desde Washington informan que los cultivos ilícitos están creciendo y esto se convierte en argumento contra los cambios de la política que se han operado. Se necesita un pacto inmediato entre Estado, guerrillas en proceso de paz y organizaciones sociales para detener la siembra, impulsar la erradicación voluntaria y dar los primeros pasos en la aplicación de los acuerdos de La Habana.