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Juan Carlos Pinzón

No era difícil agradar a los uribistas con las diatribas periódicas contra el proceso de paz y con la permisividad hacia la filtración de información reservada por parte de los altos oficiales.

León Valencia, León Valencia
20 de junio de 2015

Se va Juan Carlos Pinzón con la fama de haber sido un formidable ministro de Defensa. No lo fue. Pero así son las cosas en Colombia. Le dio gusto a Uribe y al uribismo. Les dio gusto a los generales. Le dio gusto a Santos cuando los medios destaparon los grandes escándalos al interior de las Fuerzas Armadas. Les habló duro a las FARC y las desafió de palabra cada semana y eso es muy popular en el país. De todo esto deriva su reconocimiento.

Pero esas cosas eran fáciles. Lo difícil, lo realmente difícil, era impedir que las FARC se reorganizaran como lo hicieron y evitar que las bandas criminales volvieran a tener el poder que hoy tienen. No permitir que sectores de las Fuerzas Militares actuaran soterradamente contra el proceso de paz y filtraran información para Uribe. Atacar los fenómenos de corrupción en las filas. Acompañar a los reclamantes de tierra y no dejarlos matar. Facilitar que los labriegos del Catatumbo accedieran a la zona de reserva campesina y se apartaran de la guerrilla y le cogieran cariño al Estado. Contribuir a que la opinión pública le apostara a la reconciliación del país. Esas sí eran tareas titánicas que Pinzón no cumplió ni como viceministro ni como ministro.

También hace muchos años el general Harold Bedoya Pizarro salió en hombros de la conducción de las Fuerzas Militares por vociferar día y noche contra las guerrillas e impedir cualquier acercamiento con ellas. Mientras hacía eso las FARC les propinaban a las tropas 17 grandes golpes consecutivos y ponían al Ejército al borde de la derrota. No ha habido en la historia nacional un general más bocón y más inepto.

La verdad es que las FARC sufrieron sus más grandes derrotas entre 2002 y 2008 en un ciclo que iniciaron los generales Tapias y Mora. En ese tiempo perdieron todas las ventajas estratégicas. Pero a partir de allí cambiaron radicalmente la operatividad y transformaron su estructura. En los años 2011, 2012 y 2013, mediante el despliegue de pequeñas unidades a lo largo y ancho del territorio nacional y le ejecución de operaciones menores, lograron remontar a un promedio de 180 acciones por mes y producirles a la fuerza pública bajas similares a las que lograban en 2002.

Esas cifras son inapelables y están bien documentadas. El nuevo ascenso de la guerrilla había empezado claramente en los tiempos de Uribe. El Ejército insistía en la persecución de objetivos de alto valor y lograba victorias impactantes como las muertes del Mono Jojoy y Cano, pero en el diario acontecer las FARC habían renacido. Ni Pinzón ni los altos mandos lograron descifrar con rapidez los cambios en la guerrilla y no entendieron la urgencia de volver a la infantería pura y dura.

No fue muy distinta la historia con los grupos del crimen organizado. Uribe le vendió al país un desmantelamiento pleno de los paramilitares. La verdad fue una desmovilización parcial. Quedó el 80 por ciento de los mandos medios, como bien lo dijo alias Ernesto Báez. Ellos organizaron las llamadas bacrim. Ahora entre grandes y pequeñas suman 97 que han diversificado su portafolio de negocios criminales y controlan parte de la minería del oro, el contrabando de gasolina, la extorsión, la trata de personas, los juegos de azar, el narcotráfico y el microtráfico.

No era difícil agradar a los uribistas con las diatribas periódicas contra el proceso de paz y con la permisividad hacia la filtración de información reservada por parte de altos oficiales. Tampoco era difícil agradar a Santos cuando las cosas se salían de madre por las denuncias de la prensa y entonces Pinzón se ponía del lado del presidente para sacar a los generales y después todo volvía al silencio. Ocurrió cuando el general Mantilla y su cúpula, ocurrió cuando apareció la escandalosa conversación entre el general Barrero y el coronel González del Río, volvió a ocurrir cuando se descubrió la operación Andrómeda y las aventuras del hacker Sepúlveda.

Para satisfacer las demandas de las Fuerzas Militares, Pinzón acudió una y otra vez al Congreso de la República para insistir en la ampliación indebida del fuero militar, en vez de dedicar sus esfuerzos a preparar a la fuerza pública para el posconflicto y para asumir con dignidad y entereza la justicia transicional. Tampoco se preocupó por servir de aliado de las víctimas que reclamaban la tierra que les habían despojado, dando vía libre a la microfocalización en todo el territorio y dedicando sus fuerzas a acompañar el retorno. Optó por restringir y restringir las zonas donde se podía restituir en un ejercicio que ha favorecido a los usurpadores.

Llega Luis Carlos Villegas en un momento crucial para las Fuerzas Armadas y necesitará mucho carácter, mucha independencia y una visión de estadista para dirigir la transición hacia la paz. Entre tanto, al joven Pinzón le espera la primera embajada del país y quizás una candidatura presidencial.