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Leyenda del Meditarraneo (Por Fabio Parra Beltrán)

Semana
11 de julio de 2006

El telón cayó en el mítico y lujoso Estadio Olímpico de Berlín, un soberbio lugar para inclinarse y despedirlo. A quien Juan Villoro en Dios es Redondo enaltece diciendo: hace años, en un camino de tierra a las afueras de Marsella, un descendiente de argelinos pateó una piedra contra un muro. Con extraña determinación repitió el juego. Pensó que algún día la piedra seria un balón y el muro una portería. No tenía otra muestra de talento que el desesperado deseo de conseguirlo. Así comenzó una leyenda del Mediterráneo que llevaría el nombre de Zinadine Zidane.

Y para que lo dicho tenga mayor validez vale la pena traer otra frase del mismo libro en la que Platini dice: Zidane hace con el balón lo que Diego hacia con una naranja.

El fanático número uno de Enzo Francescoli en Francia, trabajó al igual que su ídolo 17 años sin dejarse vencer del tiempo, que para los jugadores corre más rápido que el balón, despidiéndose del profesionalismo a los 34 años, en lo alto de su carrera y no en el triste ocaso que suele desdibujar las grandes faenas, renuncia a las canchas con la tranquilidad de no ser sentado por un joven que entra a remplazarlo, dejando un espacio que difícilmente tendrá un sucesor de su inteligencia. Y como todo rey se fue cometiendo errores que sus seguidores sabrán perdonar, ya que los sabios también son humanos.

Fue en su momento el jugador más costoso del planeta al ser adquirido por el Real Madrid, para el equipo galáctico que reunía a las estrellas del momento, pero su grandeza no sólo se tasa en valores económicos, él también ha ostentó el rótulo del mejor del mundo en varias ocasiones, ratificándolo en su despedida: liderando, dando órdenes en la cancha, llevando a sus compañeros al éxito, siendo la columna vertebral de su equipo, un referente para imitar.

El último de los estoicos del deporte de multitudes durante toda su carrera fue complaciente con el público. Zizou escondía el balón con su guayo sin desprenderle su mirada haciendo a un lado contrincantes hasta encontrarle destino en un compañero en posición de gol o en el fondo del arco rival. Y en el momento en el que es más difícil mantener la concentración, cuando se es un espectador que espera que el balón vuelva a sus pies, se desprendía de su marcador, abriéndole camino a sus compañeros, ubicándose en el lugar preciso, haciéndole fácil la tarea a los goleadores, desesperando a los defensas incapaces de descifrar en que momento el balón llegaba a sus pies y cual destino le daría.

Dice La Marsellesa: marchemos hijos de la patria que ha llegado el día de la gloria. Para se día se preparó Zizuo desde que pateaba piedras, así lo confirmó en el mundial de 1998 y por si quedaba duda, en Alemania 8 años después, en el mundial de su despedida, jugó caminando con la seguridad del que ha recorrido muchos kilómetros sobre el rectángulo de césped y se lo conoce de memoria; ha sido elegante y práctico con la bola e inteligente para determinar la hora de su despedida, defendiendo como ninguno en este mundial el sitio principal de los número 10 en los equipos ganadores, salvaguardando el lugar indiscutible de los hombres de experiencia en las selecciones llamadas a jugar finales y ganar títulos. Los jóvenes ganan partidos, los expertos campeonatos.

Algunos dirán que le hizo falta anotar más goles para entrar a ser comparado con Platini, pero los pases gol que puso y el haber obtenido los títulos más importantes del balompié mundial le permiten tener un sitial de honor entre los más finos poetas con el balón.

De esos frutos ya no da el árbol del fútbol, de esos líderes como Beckembauer o Maradona, no hay. Hay varios que el mercado y los periodistas tratan de construir olvidando que el talento no se ofrece en las plazas ni se consigue en los centros de la moda, no se crea, sólo aparece porque sí; esa capacidad innata de hacer ver el fútbol simple y simpático es de contados hombres, seres geniales enviados caprichosamente por el Dios del fútbol para quedarse a vivir grabados en la retina de los amantes de este deporte, tal como lo hizo Zizou.

FABIO PARRA BELTRÁN
Abogado

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