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Del inodoro a la educación

El retrete se asocia con condiciones dignas de vida. Podríamos decir que no hay nada más democrático que un inodoro. Pero, ¿podemos decir lo mismo de la educación?

Lina Zuluaga, Lina Zuluaga
13 de febrero de 2015

Hace un tiempo la revista semanal británica The Economist publicó en su portada la imagen de lo que considera es el invento más importante de todos los tiempos. No era una rueda, ni una imprenta, mucho menos un computador. En la carátula de una de las revistas más influyentes del mundo podía verse la famosa escultura El Pensador de Rodin sentado en un clásico inodoro de porcelana. Y al lado una provocativa pregunta Will we ever invent anything this useful again?, es decir, ¿Volveremos a inventar algo así de útil?
 
La educación debería ser la respuesta a ese interrogante, pero actualmente no lo es. Nadie ha generado en los últimos años una invención tan útil como el inodoro. Y cuando hablo de utilidad es porque concebir nuestra vida sin su ayuda es casi imposible. Las instalaciones sanitarias, como las conocemos hoy, transformaron la vida de miles de millones de personas por más de 100 generaciones. No solo resolvió problemas de salubridad pública y aumentó la expectativa de vida, sino que permitió el desarrollo y crecimiento urbano. Sin embargo, es alarmante saber que, según cifras de la Organización Mundial de la Salud, el 14 por ciento de la población mundial no posee uno en su casa.
 
En la mayoría del hemisferio occidental es tan normal tener acceso a un inodoro que su ausencia es un indicador de atraso y pobreza. El retrete se asocia con condiciones dignas de vida. Podríamos decir que no hay nada más democrático que un inodoro. Pero, ¿podemos decir lo mismo de la educación?
 
El impacto del inodoro resume la esencia de una herramienta tecnológica que trasciende el instrumento y se convierte en una necesidad. Lo mismo debería pasar con la educación. Este es el sistema que de forma efectiva puede mejorar las oportunidades de muchos seres humanos para una mejor calidad de vida. Pero para llegar al nivel del inodoro a la educación le falta un buen trecho.
 
La educación debe transformarse. En esta, la era de la información, todo desarrollo tecnológico que ayude a cerrar las asimetrías del conocimiento debería ser adoptado de inmediato para afinar la herramienta y promover el desarrollo de la sociedad. Desde lo macro, los sistemas que procesan información deben permitirle a inversores privados y a los gobiernos saber qué tanto se asigna a la educación, dónde y cómo se está haciendo. Esto validaría la toma de decisiones y aumentaría la eficiencia del gasto en este rubro.
 
En un nivel micro, en los salones de clases de colegios y universidades, la tecnología debe alimentar la continua transformación del sistema. Hay miles de herramientas que nos permiten acceder a más conocimiento y de primera mano a mejores contenidos. Además, las herramientas de gestión de datos ahora se aplican para resolver una pregunta que desde siempre ha inquietado a los docentes ¿cómo y qué tanto aprenden los niños? Con estas plataformas tanto padres como maestros pueden conocer mejor las capacidades, talentos y retos de cada estudiante, y así diseñar el mejor plan para que aprendan.
 
Pero, así como en el caso del inodoro, no todo se trata de tecnología per se. Más allá de las dotaciones de infraestructura y dispositivos de vanguardia, debemos tener la total confianza de que la educación es una necesidad suprema básica que debe ser satisfecha, tener la total convicción que sin educación somos pobres y poco dignos, mejor dicho, que la educación es tan útil para una sociedad desarrollada como el inodoro.

*Directora de Semana Educación

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