Home

Opinión

Artículo

LLERAS NO ES LA FUENTE

Semana
6 de marzo de 1995

NO ME PARECE QUE ENTREGAR EN este momento al embajador de Colombia en Estados Unidos sea la solución para los dificiles momentos que atravesamos con ese país. Lo que está sucediendo en este momento con los gringos no depende de que el embajador Carlos Lleras de la Fuente lo haya hecho bien o mal, sino de la poca o mucha credibilidad que el gobierno de Estados Unidos -léase Casa Blanca Departamento de Estado, CIA, DEA o Congreso- tenga sobre el gobierno colombiano. Y para mí que esa credibilidad es la que está fallando.
Que Lleras no ha sido el embajador que necesitaba la situación, es cierto. Tiene una personalidad que le impide hacer lo que Colombia necesita de su hombre en Washington: 'untarse' de staff. Para entrevistarse con los Greenspan de Estados Unidos no se necesita un embajador sino una cita. Los embajadores se necesitan para trabajarles a los terceros del Federal Reserve, algo que, según entiendo, Lleras de la Fuente considera incompatible con la dignidad de su cargo.
Adicionalmente, el embajador cree que las distancias con Estados Unidos se marcan a través de la retórica y no de los hechos, cuando debe ser todo lo contrario. Las distancias se deben marcar con los hechos, pero en la retórica hay que ser todo lo humilde que un país como Colombia lo requiere. Llamar vampiros a los norteamericanos es como el cuento de la pulga que da una patada al elefante "porque eso sí, para qué empuja". Pero cambiar a Lleras por otro embajador que hiciera las cosas distintas no resolverìa el problema, porque el problema es una falta de confianza hacia nuestro gobierno, y los embajadores no son, precisamente, los llamados a recuperar ese tipo de confianza. Lleras de la Fuente, entonces, puede no haberle ayudado a la situación, pero es claro que en sus manos no está el poder de resolverla.
Si nos atreviéramos a decir las cosas como son, las diríamos así: los del gobierno de allá creen que los del gobierno de acá están comprometidos con el cartel de Cali, porque el fantasma de los narcocasetes continúa rondando por el canal de las relaciones de los dos países. Y para ser francos, si los propios colombianos seguimos hablando del tema, ¿por qué pretendemos que los gringos se olviden de él?
Adicionalmente, como sucede con las cosas que nadie ha terminado de entender del todo bien -léase narcocasetes-, el país ha comenzado a llenarse de extraños rumores sobre videos y fotos comprometedores, que hasta el momento sencillamente no existen, porque no conozco a nadie que los haya visto, pero que hacen tanto daño como a una señora de bien los chismes, así sean falsos, acerca de su reputación.
Pese a todas las dudas que despertamos, Estados Unidos debe analizar cómo nos quiere tener en el futuro. La famosa certificación no debe estar basada en cómo nos comportemos, sino en qué tan útiles les seamos. ¿Les servimos más, cerca o lejos? ¿Humildes, o sublevados?; ¿Comiendo de su mano, o de la de otros? Con la certificación, Estados Unidos puede seguir exigiéndonos, pero sin ella, es muy probable que no tanto.
Eso pueden no llegarlo a comprender esa mano de trogloditas ideológicos que ha llegado al Congreso de Estados Unidos con la clara intención de cobrar la cabeza de Colombia, como un éxito republicano frente a un gobierno demócrata.
Para todos los Helms que en este momento hacen las leyes en Estados Unidos es difícil de entender a un país tan complejo como éste. Aquí, efectivamente, se persigue a los carteles de la droga, pero se les presentan excusas por los allanamientos. Preferimos arreglar por las buenas con los barones de la droga, y no a las malas. Aquí nos embarcamos en un gigantesco proyecto de erradicación de cultivos de droga, pero para latifundios. Aquí escribimos nuestra propia versión sobre la política de sometimiento a la justicia pero, a la hora de aplicarla, nos asustamos con el cuero. Somos caballerosos con el enemigo, pacíficos en nuestras guerras, compasivos con el pequeño delincuente y ambivalentes frente a nuestros propios inventos. Así somos, qué caramba. La misión colombiana, en cabeza de los ministros Botero y Pardo, consiste en hacer que, si los congresistas norteamericanos no aceptan esta manera de ser, por lo menos la toleren, aunque sea por conveniencia.

Noticias Destacadas