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Lluvia de coca

Diego Arias analiza las condiciones en que los cultivos de uso ilícito pueden estar llegando a su fin en la costa de Nariño, pero tan solo para migrar masivamente al área rural de Buenaventura.

Semana
2 de junio de 2007

En la década de los 80 los narcotraficantes tomaron una decisión crucial: cultivar la hoja de la coca aquí en Colombia. Se instalaron primero en el oriente del país y casi simultáneamente en el sur (Caquetá y Putumayo). Ya no se trataba de solo importar la base de coca de Bolivia y Perú que llegaba por toneladas vía aérea a laboratorios casi industriales (Tranquilandia-Villacoca) por su transformación en cocaína. Con la introducción del cultivo de la hoja de coca una nueva fase del proceso vino para hacer aun más complejo y trágico el curso de nuestra violencia.

Desde entonces miles de campesinos se han dedicado a este tipo de siembra ilegal. En condiciones de exclusión y marginalidad, no han tenido otra opción. No es una justificación, pero quien puede negar que si otro fuera el contexto de esas regiones, tal vez otra seria la historia.

Cuando se les reprimió en Caquetá y Putumayo, cultivadores, narcos y ‘cocinas’ migraron a Nariño, especialmente a su costa Pacifica. Desde Tumaco en el sur, hasta El Charco, en el norte, se tumbó monte y se abandonó el pancoger para sembrar coca. Empezaron los de afuera y les siguieron las gentes de la zona (no todos pero sí una gran mayoría). Y como de allí derivan las más importantes finanzas para la guerra ilegal pues llegaron (crecieron) las Farc. Y como el asunto es tan crucial pues llegaron luego las autodefensas. Ha habido masacres, desplazamiento, asesinatos, amenazas, rupturas sociales, desastre ambiental. Una gran tragedia humana y ambiental como ya es conocido.

Hay razones suficientes, sin embargo, para pensar que este proceso trágico que ha vivido la costa Pacifica de Nariño puede estar en una fase final, de declive. Este puede ser, en sí mismo, un escenario alentador para Nariño. No lo es para la perspectiva de que Colombia le gane la guerra a las drogas y la violencia porque hay también razones suficientes para afirmar que la zona rural de Buenaventura se esta configurando, rápidamente, como el nuevo escenario de esta guerra decisiva.

En Nariño se han ejecutado tres grandes operaciones de fumigación, y la que ahora tiene lugar se prevé que vaya todo el año. La posibilidad de una operación continua con base permanente en Tumaco es parte de la planeación estratégica prevista. Y las fumigaciones han tenido un impacto real sobre el área cultivada. Hay por lo demás un notable agotamiento en las comunidades frente al cultivo, dadas la violencia y tragedias que han llevado al territorio. En parte también se llega a un punto de “quiebre” en razón de una actitud operacional ofensiva de la Segunda Brigada de Infantería Marina que hoy esta llegando a zonas de tradicional dominio de las Farc, y paramilitares no desmovilizados o rearmados (“nuevas bandas emergentes”), que es donde están los cultivos y los laboratorios. Y esto, como lo reportó SEMANA y otros medios, tiene repercusiones militares, humanitarias y sobre la dinámica de cultivos, tal y como ocurrió recientemente en el Charco (N).

Pero como ocurrió hace años con la migración del sur (Caquetá, Putumayo) hacia la costa de Nariño, un proceso similar, casi calcado, se empieza a repetir ahora de Nariño hacia esa amplia zona rural atravesada por vastos ríos que es Buenaventura (bueno es recordar que Buenaventura es mucho más que su puerto!). Se trata de un gigantesco corredor ambiental que puede llevar al norte, hasta Panamá o a centros de desarrollo como el Eje Cafetero, Antioquia y por su puesto el Valle del Cauca al que pertenece.

En Buenaventura ha existido cultivo de hoja de coca, en especial en la zona sur que limita con el Cauca conocida como el Naya, pero esto no ha representado una significativa participación en relación con la gran dinámica del narcotráfico que se mueve desde el sur o el oriente del país. La tuvo si para propiciar la llegada del bloque pacifico de las AUC y la masacre de abril de 2001 que hizo victima a parte de la comunidad indígena.

Pero la situación ahora es otra. En la mayoría de los ríos hay presencia de colonos, narcos y una movilización creciente de recursos (semillas, dinero, transportes, insumos) animando al cultivo de la hoja de coca. Las comunidades de afrodescendientes y dispositivos institucionales ya han determinado esta realidad además de movimientos de compra de tierras (o arriendos a 100 años) y procesos de incorporación de jóvenes al proceso de siembra, así como presiones y expulsiones a quienes hagan resistencia.

Hasta donde se conoce, las Farc hacen parte de esta ecuación perversa. La facilitan –incluso promueven– y de eso reciben cuantiosos recursos. En medio de todo son notables los esfuerzos de los consejos comunitarios e instituciones de espacios humanitarios por colocar contención y alternativas en este tema. Pero no lo podrán hacer solos. Si Buenaventura tiene una situación urbana tan violenta y degradada (mejora pero no lo suficiente ni tan rápido), lo rural, en relación con la nueva realidad de cultivos masivos de coca, sugiere que los peores días están por venir.

Que pasará cuando alguien intente (y ocurrirá) quebrar el dominio y el control de las Farc en este tema? El primer hecho violento ya la hubo en diciembre del 2006 cuando las Farc se enfrentaron en la región del Naya contra el ELN y al parecer también contra un grupo de los llamados ‘Rastrojos’ del cartel del norte del Valle.

¿Qué pasará cuando la magnitud de los cultivos solo deje como alternativa la fumigación aérea? ¿Cuál será el impacto ambiental de la enorme deforestación que está ocurriendo en zonas de reserva forestal e hídrica? ¿Cuál será el impacto sobre Buenaventura y Cali y sobre la operación portuaria y de comercio exterior? Y sobre todo: ¿cuál será el impacto sobre comunidades que aspiran y tienen el derecho a vivir en paz, ejecutando un desarrollo propio?.

Si los cultivos han llegado a Buenaventura lo hacen porque parte de la política de su combate ha funcionado en Nariño. La posición ventajosa del puerto y los ríos, vínculos sociales y familiares, corredores naturales, entre otras razones, explican por qué el fenómeno llega para instalarse en esta zona.

Pero lo que debe funcionar ahora es un enorme y urgente esfuerzo de contención y prevención: Desarrollo alternativo en grande; erradicación manual; fortalecimiento social y comunitario; planes de prevención y contingencia; política y acción militar y judicial contra estructuras criminales que están operando la siembra masiva.

El punto de quiebre del narcotráfico en Nariño da la oportunidad de que Buenaventura sea la experiencia de prevención que no ha ocurrido nunca antes en relación con cultivos de uso ilícito. Vamos siempre atrás apagando incendios. La costa Pacifica del Valle del Cauca pude llegar a ser, en el corto plazo, el más intenso de los escenarios de la guerra y violencia en Colombia, pero también –y ojalá lo sea– la opción de un gran laboratorio de paz y desarrollo humano sostenible. Si ocurre de esta manera tal vez haya un punto de inflexión en la lucha contra las drogas sobre la cual existen tantas dudas de que la estemos ganando.

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