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Lo que está en juego en Medellín

Un nuevo modelo político emerge en la capital paisa. Si avanza puede ser ejemplo para todo el país. Por María Teresa Ronderos

Semana
6 de octubre de 2007

En tiempos de campaña electoral, los ánimos se caldean e impiden ver con claridad lo que realmente está en juego para los ciudadanos. Algo así está sucediendo en Medellín, donde la ácida confrontación entre los candidatos a la Alcaldía, el ex secretario de Gobierno, Alonso Salazar, y el ex alcalde, Luis Pérez, han nublado el hecho de que los medellinenses tienen la oportunidad más interesante de su historia reciente de abrir un nuevo modelo de política, no sólo para su ciudad sino también para el país.

Después de años de organización social, de enorme creatividad de líderes culturales y barriales, de búsqueda afanosa por encontrarle una salida al marasmo y la violencia a donde los sumió la fiesta del narcotráfico, la capital paisa por fin empezó a afianzar una identidad por fuera de los estereotipos del sicario y el mafioso.

No es que Medellín fuera sólo eso. Todos sabemos que siempre ha tenido una gran industria, un especial sentido emprendedor y una sensible alma artística. Hace poco un poeta africano que conocí decía que era la única ciudad del mundo donde se reúnen verdaderas multitudes a escuchar poesía.

No obstante, las absurdas tasas de asesinato 10 veces por encima de cualquier medida de civilización; la juventud devorada por la muerte (un habitante de la comuna de Santo Domingo Savio me contaba que apenas dos de sus compañeros de colegio se libraron de terminar en la cárcel o en el cementerio); el dolor en cada casa de sus inmensas montañas tapizadas de barriadas; y la fama internacional de sus barones del terror, Escobar, ‘Doble Cero’, ‘Don Berna’, pesaban como lápidas en la conciencia urbana. Sin importar cuánto maquillaje se pusiera, siempre que Medellín se miraba al espejo algo de ese mundo tremendo se asomaba.

En los últimos años sin embargo, la ciudad empezó a articular una nueva forma de vivir. Tiene mucho que ver con el liderazgo de Sergio Fajardo, pero se debe más, quizá, a que ese largo esfuerzo colectivo de tejer ciudad desde tantas orillas, por fin ha empezado a cuajar.

Tres transformaciones adivino soportan el renacimiento de Medellín. La primera, que intentan conseguir la gobernabilidad sin sucumbir al tradicional camino fácil del clientelismo. El ejemplo más notable es el ejercicio del presupuesto participativo, por el cual es la misma comunidad organizada la que decide cómo reparte alrededor del 7 por ciento de la inversión de la ciudad. El Instituto de Capacitación Popular, uno de esos valiosos agentes de cambio de la ciudad, ha asesorado el proceso, que no ha sido lineal, sino más bien de aprendizajes, a veces costosos porque en una misma comuna podían disputarse el manejo del dinero dos liderazgos enemigos acostumbrados a imponer su ley a la fuerza. Tramitar sus diferencias sin violencia ha sido un desafío.

El segundo cambio tiene que ver con el esfuerzo por acercar a las dos ciudades: la Medellín marginal y la potentada. En esta capital, el 10 por ciento más pobre se queda con menos de un peso de cada 100 que produce la ciudad y hay 22.101 familias en extrema pobreza, que no arriscan a pagar los útiles de la escuela de sus hijos así ésta sea gratuita, ni consiguen ingresos suficientes para las tres comidas diarias. Para incluirlas se le ha apostado como nunca antes a la educación, desde la primera infancia hasta la universidad.

La tercera revolución que apenas empieza a dibujarse es la de la construcción de una paz duradera. Han escogido una ruta poco transitada por los colombianos, pues no es ni la negociación claudicante con el alzado en armas más poderoso del momento, ni el militarismo a ultranza que pretende resolver sólo con la Fuerza Pública el torrente de conflictos sociales y económicos del país. La receta aún está en ensayo, pero ya se sabe que tiene más de obras que de discursos. Se han tomado en serio la reincorporación a la vida civil de los 4.100 desmovilizados, han afinado los mecanismos de protección de los derechos humanos (se creó una activísima unidad de derechos humanos en la Personería) y han mejorado la gestión en inteligencia policial, para citar algunas medidas.
Ninguno de los tres pilares de esta transformación que ha iniciado Medellín está aún firme. El clientelismo rige aún buena parte de la política y acabarlo exige todavía mucho trabajo de educación ciudadana, mejoramiento de los servicios públicos, fortalecimiento de la meritocracia, entre otros. Bajar los niveles de inequidad social y económica demanda un liderazgo excepcional del gobierno local para convencer a los poderes económicos de la ciudad de que sólo podrán prosperar con tranquilidad en una ciudad más igualitaria y que eso será imposible de alcanzar sin su contribución. Y conseguir la paz de Medellín es una meta aún lejana. Falta mucho por inventar para desmontar con eficacia las 180 bandas armadas que aún quedan y evitar que otro capo reconstruya una nueva organización mafiosa sobre las ruinas que dejó el último.

De esto es de lo que se trata la próxima elección en Medellín, de seguir avanzando en estas metas. Es lo que está en juego allí, pero en cierto modo, también en toda Colombia porque de seguir como va, esta ciudad puede darle luces a todo el país de cómo, aun en las más adversas circunstancias de violencia, se puede empezar a edificar un modelo político verdaderamente alternativo a lo que hemos ensayado hasta ahora sin frutos muy duraderos.

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