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Antonio Caballero
19 de enero de 1998

Le preguntaron al actual vicepresidente Carlos Lemos si "le gustaría que el general Rosso José Serrano fuera el (próximo) vicepresidente liberal, o el conservador". Y respondió el eximio estadista (pues ya es posible llamarlo así, gracias al peso fugaz de la banda presidencial sobre su pecho):_Pues como soy liberal, me gustaría más. ¿Más lo uno o más lo otro? No sé si la respuesta se publicó mutilada, o si Lemos dio por sobreentendido que siendo liberal le gustaría más que Serrano también lo fuera, o si quiso decir exactamente lo que dijo: que le gustaría "más" tanto que fuera liberal como que fuera conservador. Me inclino por la tercera posibilidad, característica de la ambigüedad ideológica de Lemos, ex comunista (cuando era 'el mono Lemos', como 'el mono Jojoy') autodenominado liberal y de temperamento ultrarreaccionario, pero siempre en la nómina del sol que más alumbra (hoy, el de Samper). Una ambigüedad tan enraizada en su naturaleza que no sólo se expresa explícitamente _ "me gustarían más las dos cosas"_ sino implícitamente _ "me daría exactamente igual"_, y, además, en la forma misma de la oración, privada de su complemento: porque da igual cuál sea el complemento. Como da igual también que un general (profesionalmente apolítico mientras esté en activo) escoja partido según el mejor postor: el que le ofrezca la vicepresidencia. Y como da igual, sobre todo, quién sea el vicepresidente: un general sin convicciones políticas previas, como Serrano, o un político con convicciones políticas cambiantes, como el propio Lemos. Da igual porque, de todos modos, un vicepresidente ni quita ni pone, ni suma ni resta, ni ayuda ni compromete, ni tiene la más mínima importancia. Lemos mismo es la demostración más... ¿más qué? ¿Cómo podrá llamarse lo más importante de la insignificancia, lo más brillante de la grisalla, lo más elocuente de la mudez? Lemos es la demostración "más", como él mismo diría: lo más, sin atributos. Un vicepresidente es eso: un hombre sin atributos, un funcionario sin funciones, una banda presidencial sin presidente por dentro. Carlos Lemos, que lleva toda la vida siendo Carlos Lemos, está resignado a saberlo perfectamente. Y sin embargo no solo él, que al fin y al cabo sólo aspira a "dejarle a su familia el honor" de haber pasado por ahí, sin más obra de gobierno que la de haberle dado "un beso a su mujer como Presidente de la República" y que lo demás sea "lo que venga"; no sólo el inexistente Carlos Lemos se ocupa de pontificar sobre su propia inexistencia. Sino los más sagaces analistas, los más curtidos politiqueros, los más brillantes periodistas, los más connotados encuestólogos, los más "más", están dedicados a discutir a brazo partido sobre la importancia de la existencia del vicepresidente, como si tuviera alguna. Se hacen cábalas. María Emma pondría el voto antioqueño, o el voto femenino, o el voto masculino. El general Bedoya pondría el voto de los militares retirados, o el voto de la ultraderecha, Uribe Vélez pondría el voto paramilitar, y el de algún periodista. Mockus, el de algún payaso nostálgico. Y el general Rosso José Serrano, considerado 'monedita de oro' porque se supone _creo que equivocadamente_ que 'les cae bien a todos' como Pedro Infante, pondría los votos de todos: de los liberales, de los conservadores, de la ultraderecha, de los paramilitares, de los militares retirados, de las mujeres, de los hombres, de "los colombianos de bien" y de algún periodista. Y, sobre todo, pondría el voto que todos a una, los más encuestólogos y los más analistas y los más politiqueros, consideran crucial: el voto del gobierno de Estados Unidos.Con perdón de todos ellos, yo creo que un vicepresidente, o un candidato a la vicepresidencia, lejos de ser lo más más, es lo menos menos. No suma ni un solo voto, y ni siquiera los resta, como se vio en su momento con Humberto de la Calle. No contribuye a ninguna 'gobernabilidad', pero tampoco la impide, como se vio en su momento con Humberto de la Calle. No implica ningún compromiso, como se vio en su momento con Humberto de la Calle; ni mucho menos garantiza ninguna protección, como se lleva viendo con Carlos Lemos, de quien se dijo en su momento (no sé si los lectores lo recuerdan: supongo que no) que gracias a su tradicional servilismo (se dijo "lealtad") hacia Estados Unidos serviría de pararrayos contra las sanciones destinadas al presidente Samper. Insisto: un vicepresidente no sirve para nada, como se vio en su momento con Humberto de la Calle, como se está viendo ahora con Carlos Lemos. Y pretender que sí sirve de algo es contribuir al fraude y al engaño en que consiste la política en Colombia. Cosa que encuentro comprensible en los politiqueros; pero que me parece reprobable en los analistas, los periodistas y los encuestólogos.Un ejemplo, referido solamente al 'voto' (crucial) del gobierno de Estados Unidos. Lo que a sus funcionarios les gusta del general Rosso José Serrano no es su personalidad sandunguera ni su dominio del inglés ni su odio al narcotráfico: sino que es general en activo y director de la Policía. Como general en retiro y candidato al cargo inútil de vicepresidente, les tendría sin cuidado, como, digamos, les tuvo sin cuidado su 'amigo' el sha de Persia cuando era ex sha.