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LOS CINCO SABIOS

Antonio Caballero
27 de enero de 1997

Mucha gente seria se queja de que los colombianos no tenemos oído para la filosofía. De que aquí desdeñamos las grandes cuestiones ontológicas, y solo nos apasionan los flecos más frívolos de la fenomenología: quién va a ser el próximo presidente, a quién le robaron el último reinado de Cartagena. Pero se trata de una apreciación injusta. Así lo acaba de demostrar el Congreso al aprobar una ley que abrirá paso a las más profundas y densas disputas filosóficas que se hayan visto desde la Stoa ateniense, la Sorbona medioeval o el Círculo de Viena. Es la ley de televisión, que entre otras cosas dispone que cada seis meses cinco sabios evaluarán "la objetividad, la imparcialidad y el equilibrio informativo" de los noticieros de televisión, y darán su inapelable veredicto. Cada seis meses _no cada generación, ni siquiera cada año, sino cada seis meses_ cinco distinguidos compatriotas dilucidarán en un periquete los temas insondables que han desvelado a la humanidad durante milenios: qué es la verdad, qué es la justicia, qué es el conocimiento. Será un asombroso espectáculo intelectual. Ojalá lo transmitan en horario triple A por la banda preferencial, para que todos podamos verlo.Veremos a Jorge Valencia Jaramillo, el mismo distraído intelectual que una vez perdió sus poemas en un taxi, el mismo que perdió también, no se sabe muy bien si en otro taxi, la ética del Partido Liberal que había sido confiada a su custodia, preguntarse en voz alta: Pero ¿dónde está la verdad?Y veremos a un señor Merlano, conservador, y de quien lo único que sabemos es que es conservador, preguntar a la redonda: ¿Quién de ustedes es liberal?Y Mónica de Greiff, que lo es, inyectada de rojo la transparencia azul de su ojo vikingo, interrogará al oráculo: Espejito, espejito ¿cuál será mi próximo puesto público? O si no ¿cuál será mi próximo puesto privado?Y a Alvaro Pava, que lleva ya decenios haciendo y ganando cuentas electorales, lo veremos en la pantalla desplegar todo su talento aritmético para tasar el bien y el mal. Y a Carlos Muñoz, que antes de protagonizar éste de la Comisión había actuado ya en muchísimos otros programas cómicos de la televisión, desde los tiempos en blanco y negro de Yo y tú, lo veremos preguntarse a sí mismo: ¿Qué hago yo aquí?Y luego todos procederán a votar, y saldrán del aire dos noticieros o tres, y los sustituirán otros dos, o tres, del Grupo. Es posible que cuando ese programa se emita cada seis meses en horario triple A apasione a las masas. Pero lo cierto es que ahora el tema parece no importarle a nadie, salvo a los directamente interesados en su imagen o en su bolsillo: los políticos profesionales, que no quieren que los noticieros los critiquen (y menos aún que los muestren tal como son), y los dueños de los noticieros, que no quieren que los políticos profesionales les quiten su negocio. Y, claro, el Grupo.Y es natural que el tema no le importe a nadie. El gran público entiende los puntos de vista encontrados de los interesados que no nos critiquen, que no nos toquen el negociO, pero los dos le dan exactamente igual: porque sabe que, se imponga el que se imponga, para el público el resultado dará exactamente igual. Los noticieros nuevos (sean o no sean del Grupo) serán tan malos como los que hay ahora: transmitirán los mismos anuncios (muchos), los mismos goles (bastantes), y las mismas noticias (casi ninguna). Tan malos son los noticieros actuales que ni siquiera han sido capaces de transmitirle al público la idea de que la libertad de prensa es importante para el público, y no solamente para los dueños de la prensa y para los dueños del poder electoral.Que algo tan aberrante y tan grotesco como esta evaluación semestral de lo justo, lo bueno y lo verdadero, puesta en las manos de un politiquero profesional como Pava, una funcionaria público-privada (¿mixta?) como De Greiff, un señor Merlano de quien lo único que se sabe es que es miembro del Partido Conservador, un poeta sin poemas a quien la ética del Partido Liberal se le perdió en un taxi, y un actor de televisión que nada tiene qué hacer en semejante compañía de cómicos de la legua, que algo tan aberrante y tan grotesco, tan estúpido y tan peligroso haya podido convertirse en ley sin que nadie se escandalice ni proteste, es la prueba más clara de que los noticieros no cumplen ninguna función de información al público.

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