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Los clichés del colonialismo

La propuesta reciente de Paloma Valencia es segregacionista, racista y busca perpetuar el statu quo.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
24 de marzo de 2015

No hay diferencia alguna entre la célebre frase “usted no sabe quién soy yo” y el trino  reciente de la senadora del Centro Democrático Paloma Valencia de dividir el departamento del Cauca en dos mitades: una para los indios y negros revoltosos y otra para los ganaderos y terratenientes ascendientes de la Corona Española. Aunque se haya cuidado de escribir “mestizos”, ambas expresiones encierran una fuerte carga de colonialismos. Ambas son clasistas. Ambas son excluyente. Y ambas, por supuesto, reafirman el statu quo de una sociedad cuya mentalidad sigue amarrada a los postulados del siglo XVI.

Desde hace ya un buen rato dejaron de asombrar las reiterativas y desacertadas declaraciones de esta señora, como también la de su colega María Fernanda Cabal. Dejaron de asombrar pero no de producir indignación. Se necesita, definitivamente, tener un cerebro defectuoso para sumar tantas babosadas en menos de quince días. Asegurar, primero, que estas tierras no pertenecen a los indígenas es solo una muestra de ese desconocimiento profundo que tiene de nuestra historia. No tengo idea a quiénes cree ella que pertenecía el valle del río Cauca antes de la llegada de la bota hispánica. Quiénes habitaban las montañas y las selvas húmedas y se bañaban desnudos en esas corrientes caudalosas que atraviesan esa región que hoy es el departamento. Quiénes cubrían sus cuerpos con polvo de oro y prendas de oro y rendían culto a la diosa luna y al dios sol. Quiénes fueron masacrados hasta la extinción para desalojarlos de sus tierras y robarles sus propiedades.

Ese pensamiento permeado de racismo, intolerancia y exclusión, que pretende una supuesta superioridad, tiene su origen en esa aristocracia rancia que la senadora Valencia parece representar y que busca, a toda costa, conservar unos antiguos privilegios de raza y clase que les fueron otorgados  por descendencia divina. No olvidemos que esa antigua aristocracia creía que la jerarquía obedecía a la voluntad de Dios, y como Dios no se equivoca sus designaciones no podían ser cuestionadas. Son esas mismas razones que la han llevado a criticar sin argumentos sólidos y convincentes el proceso de diálogos que el gobierno del presidente Santos lleva a cabo en La Habana con la guerrilla de las Farc. Pues, para su clase política, no hay mejor manera de mantener el control de la sociedad y el Estado que a través de la prolongación de un conflicto bélico que ha cobrado la vida de casi 6 millones de colombianos a lo largo de 50 años. Un conflicto que, sin duda, ha afectado a todos, pero que se desarrolla con intensidad en la periferia de las ciudades. Es decir, en el campo. Especialmente en aquellas regiones abandonadas por la mano del Estado, donde no hay agua potable, ni alcantarillado, ni escuela, ni salud, ni trabajo y los niños se mueren de hambre y enfermedades tropicales y las bandas criminales se  disputan a plomo el dominio del territorio.

Cuando esta señora propone, inspirada seguramente por la divinidad, la división territorial del departamento del Cauca entre indígenas y negros, por un lado, y “mestizos” por el otro, lo que está haciendo es revivir, en el fondo, el viejo conflicto de segregación racial que tanto le ha costado a las naciones civilizadas erradicar de la estructura mental de sus ciudadanos. Está regresándonos a los postulados coloniales donde los indígenas y negros no podían compartir los mismos espacios sociales con los colonizadores. Pero, especialmente, nos está recordando ese episodio del 1 de diciembre de 1955 cuando una costurera negra de nombre Rosa Lee Parks se negó a ceder su puesto a un hombre blanco en un bus urbano del poblado de Montgomery, Alabama, Estados Unidos, y desató la mayor de las protestas que haya vivido ese país en su historia republicana.

Divide y triunfarás, parece ser la consigna de doña Paloma Valencia. Negros e indígenas. Blancos y mestizos. Ellos y nosotros. Buenos y malos. Al hacerlo, pone de relieve esos elementos lexicales del discurso del poder con los que busca “la manipulación malvada, la ideología en sentido maligno […], pretender enseñar verdades cuando se exponen argumentos falaces, datos escondidos y medias verdades”, asegura José María Perceval en su estudio Nacionalismo, xenofobia y racismo en la comunicación. En este sentido, nos recuerda, que el propósito de “lo ideológico no es hacer ideología sino agitar ante nuestro público imágenes negativas implícitas para variar la opinión del video-oyente a nuestro favor. Es jugar con las cartas marcadas en vez de colocarlas […] sobre la mesa del juego de la comunicación”.

Pero doña Paloma Valencia, por lo visto, no es la única de la camada uribista que todavía juega con las cartas marcadas, defiende la madre España y ve a nuestros aborígenes como seres inferiores. En un trino indignante, como muchos de los mensajes que salen del Centro Democrático, Ernesto Yamhure, el furibundo defensor del expresidente, escribió, en apoyo a su colega: “Los indios podrán reclamar las tierras del Cauca y nosotros por ahí derechito deberíamos reclamarles que les dimos ropa y los bañamos”.

No hay que ser un analista del discurso para saber que detrás de estos mensajes está presente la supuesta superioridad racial que defendió, entre otros, Hitler. La misma tara manifiesta de Nicolás Gaviria, que amenazó con romperle la cara a un policía, y la del exsenador Eduardo Merlano, que se negó a realizarse el 13 de mayo del 2012 una prueba de alcoholemia porque los agentes que lo detuvieron no sabían quién era él. Claro, no tenían por qué saber que estaban frente a un tarado que fungía de senador de la República.

En Twitter: @joarza
E-mail: robleszabala@gmail.com
*Docente universitario.

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