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Idiotas con iniciativa

Es claro que enfrentar estas masacres requiere una política integral, cuya piedra angular es el control a la venta de armas y en particular a las que tienen cargadores de alta capacidad. Pero es evidente que la incitación al odio, al racismo y a la xenofobia a través de las palabras contribuye a exacerbar el problema.

Camilo Granada, Camilo Granada
8 de agosto de 2019

En los años 80, cuando el sicariato y la violencia paramilitar se empezaron a convertir en moneda corriente en Colombia, alguien con mucho tino me dijo “hay que tener mucho cuidado con lo que se dice, porque no hay nada más peligroso que un idiota con iniciativa”. 

Me explicó entonces algo que sigue siendo cierto hoy, como lo demuestran las masacres de la semana pasada en Estados Unidos. A punta de estigmatizar, señalar, deshumanizar y diabolizar a un segmento de la población, se termina por incentivar a un imbécil que decide que hay que pasar a la acción, tomar un arma y “fumigarlos” a punta de plomo.  

El discurso de Trump desde que inició su campaña ha coqueteado con las creencias de quienes defienden una supuesta “supremacía blanca” asediada por la invasión de los latinos, musulmanes. Según esos extremistas, hay un complot para reemplazar a las poblaciones occidentales blancas por inmigrantes de otras razas. A esto le suma un desprecio absoluto por los afroamericanos y por las mujeres. Trump no solo evoca los mismos conceptos. Sus propuestas de política sobre migración también la alimentan. El resultado es la validación de las formas más extremas de racismo y un llamado apenas velado a la violencia. 

Alienado y alentado por esas teorías normalizadas por el discurso de líderes políticos del corte de Trump, el asesino de El Paso, Texas tomó un rifle de asalto y viajó más de mil kilómetros para detener la “invasión hispana” a punta de bala. La condena a posteriori de Trump a la supremacía blanca llega tarde y es insuficiente. Siembra vientos y recogerás tempestades. 

Es claro que enfrentar estas masacres requiere una política integral, cuya piedra angular es el control a la venta de armas y en particular a las que tienen cargadores de alta capacidad, lo que permite al asesino disparar hasta 100 veces antes de tener que recargar el arma. Pero es evidente que la incitación al odio, al racismo y a la xenofobia a través de las palabras contribuye a exacerbar el problema. 

En Colombia hemos vivido esto en el pasado. No contra una etnia en particular, pero sí contra grupos sociales, líderes sindicales y activistas tachados de ser “auxiliadores de la guerrilla” o incluso guerrilleros de civil. Por eso, porque vivimos en un país donde abundan las armas de fuego, donde durante años se volvió casi que normal que mataran gente por sus ideas, es que es tan preocupante la polarización creciente y el tono amenazante que se vive en particular en las redes sociales. Estas plataformas se han convertido en el principal megáfono de los que destilan odio, con el agravante de que hacen sentir al agresor que su veneno es compartido y aceptado por sus pares.

El episodio contra Vicky Dávila es el más reciente, pero lejos de ser el único. También han resurgido los panfletos que anuncian muerte. Eso sin contar obviamente el peor de los dramas: el asesinato reiterado de líderes sociales que no para. 

Hoy, además, es en extremo preocupante ver como ha crecido el sentimiento xenofóbico contra los inmigrantes venezolanos. Así lo señalan las encuestas más recientes, como la de Invamer publicada en esta revista el fin de semana. Se les culpa de todos los males, desde el incremento de la inseguridad, hasta el desempleo, y la idea de que están llenando los servicios de salud y las escuelas en detrimento de los colombianos. Tales expresiones deben ser rechazadas de manera contundente. Afortunadamente no tenemos aún ningún líder político que en Colombia esté enarbolando esas banderas y banalizando el odio contra los venezolanos. Pero hay que estar alerta y prevenir cualquier brote de ese estilo.

Frente a todo esto, cobra aún mayor significado la decisión del presidente Duque de darle la nacionalidad colombiana a más de 24 mil niños de origen venezolano. Es digna de admirar y reconocer. Así como lo es la política de acogida y atención a los más de un millón cuatrocientos mil venezolanos que han llegado a Colombia huyendo del horror del régimen de Maduro. Y en ese tema se hizo bien en continuar y ampliar la política que venía del gobierno anterior. 

Así, con palabras y con acciones, se combate el extremismo y se evita motivar idiotas con iniciativa.

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