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Los fantasmas de Charlottesville

Las estatuas del pasado de las naciones, por lo general, hacen parte del paisaje urbano y están ahí para recordar la historia de una sociedad.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
23 de agosto de 2017

Hasta la semana pasada pocos sabían en el mundo quién era Robert E. Lee, un hombre que hace siglo y medio fue general del ejército de los Estados Sureños Confederados que se opusieron a la abolición de la esclavitud y perdieron la guerra, pero no su mentalidad de superioridad. Su fantasma vive y hoy ha vuelto a dividir a la opinión de ese país y poniendo a prueba al líder de la Casa Blanca.

Tocar a Lee en su pedestal ha vuelto a atizar el odio de los grupos radicales que abundan en EE.UU. y que ven en el presidente Donald Trump una esperanza para empoderarse de nuevo y hacer valer su raza, sus creencias religiosas y su ideología sobre afros, latinos o todo aquel que les resulte ajeno a su microcosmos.

Todo empezó el 12 de agosto cuando cientos de personas pertenecientes a varios grupos de odio calificados como “supremacistas blancos” protestaban frente a la estatua del general Lee en contra de la intención de trasladarla de ese lugar. Un vehículo arrolló a docenas de personas dejando a una defensora de derechos humanos, Heather Heyer, de 32 años, muerta. Ya en mayo y  julio habían estado ahí con gente de temer como la del Ku-Klux-Klan (KKK).

Más que muertos, lo de Charlottesville ha causado profundas heridas y ha puesto de relieve la otra verdad de esa sociedad: las guerras en las que se ha involucrado EE.UU. en los tiempos recientes, desde el ataque a las Torres Gemelas, han tenido como justificación combatir a los grupos extremistas religiosos. Su Gobierno y su sociedad están convencidos de que estos son su peor amenaza (según Gallup, el 84 por ciento considera al ISIS una “amenaza crítica”), pero las cifras demuestran que han vivido equivocados y que la amenaza está dentro de sus fronteras y los actos de Charlottesville (Virginia) ponen esta realidad a flote.  

Desde el 11 de septiembre de 2001, los supremacistas blancos y grupos de extrema derecha han atentado más del doble de veces en territorio norteamericano que los islamistas radicales y dejado más muertos como refleja un estudio de la fundación New America: 19 ataques contra siete; 46 víctimas mortales frente a 28. Nada extraño en un país donde hoy en día hay 917 grupos de odio activos.

Luego de esa falta de liderazgo y de desatinos sobre los hechos de Charlottesville, Trump parece más aislado que nunca; sus asesores empresariales y de arte le dieron la espalda, Al Gore le pide la renuncia, las portadas de las revistas más influyentes  lo muelen y un tuit de Barack Obama, “Nadie nació odiando a otras personas por su color de piel, sus antecedentes o su religión”, batió récord en las redes.   El incendio está al rojo vivo y se acerca a la Casa Blanca. El problema hoy es que el bombero que debería ayudar a apagar ha atizado las llamas con unas declaraciones destempladas que parecen más combustible que líquido extintor. 

*Abogado, MPA, MSc

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