Home

Opinión

Artículo

LOS MOSQUETEROS

Semana
23 de diciembre de 1996

Aunque Colombia es un país que ya no se sorprende con nada, es probable que el libro El Presidente que se iba a caer, de los periodistas Mauricio Vargas, Jorge Lesmes y Edgar Téllez, llegue a sacudirlo haciéndole vivir de nuevo, día por día, la pesadilla de nuestro Watergate. Allí está, por fin, puesta a la luz en todos sus detalles, toda la trama sórdida y compleja delllamado proceso 8.000. Sórdida, sí, porque el escándalo de los 6.000 millones de pesos, provenientes del narcotráfico, que ingresaron a la campaña del presidente Samper, ha venido acompañado de engaños, maniobras, intrigas, cinismo, sobornos, muertes y amenazas. Una verdadera olla podrida, destapada por tres periodistas.¿Historia ya sabida? Sólo en parte. En efecto, por diversas y a veces extrañas razones, muchos protagonistas del proceso contaron a los periodistas de SEMANA, en tertulias privadas, cosas que callaron en sus indagatorias. Por ejemplo, en una de estas charlas informales, el dirigente liberal Rodrigo Garavito, hoy en la cárcel, llegó a admitir que Samper y Botero, desesperados ante el posible triunfo de Pastrana, habrían atendido el consejo de Eduardo Mestre de aceptar el dinero del cartel de Cali. Y el propio Fernando Botero, paradójicamente, dio al director y al jefe de redacción de Semana, en la Escuela de Caballería, la pieza reina que no dejó consignada en su indagatoria. Según sus palabras, mientras iban en un automóvil por la Avenida de Chile, Samper y él habrían hablado de los dineros recibidos por Medina de los jefes del cartel de Cali."Si cuentas esto te desmiento", advertían muchos de estos personajes a Vargas. Y, en su momento, nada de lo oído fue publicado. Hoy, considerándose liberados de todo compromiso de confidencialidad, los autores del libro incluyen tales testimonios en su recuento, tan apasionante como una novela. Y al incorporar nuevos elementos narrativos al eje mismo de la historia, ésta aparece bajo una luz completamente inédita. Inédita, esclarecedora y terrible.Algunos personajes del libro, como Rodrigo Garavito, desmienten lo publicado. Otros lo confirman o lo eluden, incómodos. Como sea, por conocerlos muy bien, yo le doy a los tres periodistas toda credibilidad. No los veo como infidentes. Su compromiso es ante todo con el país y con la verdad. La historia, como lo ha dicho el propio Vargas, se nutre en todas partes y en todos los tiempos de testimonios privados y no sólo de declaraciones judiciales o públicas que siempre tienen prudentes semáforos en cada palabra. Lo que se conversa libre y espontáneamente es el valor agregado, imprescindible, que nos faltaba para entender mejor esta crisis de Colombia y sobre todo para no olvidarla jamás.El libro da una versión inevitablemente perturbadora de los personajes directamente comprometidos en el proceso 8.000. Se comprende. Obligados a cubrir el pecado original que los llevó al poder, casi todos, con el propio presidente Samper a la cabeza, han tenido tormentosas relaciones con la verdad. No debe ser fácil, en efecto, haber aceptado el dinero del cartel de Cali para ganar una elección y al mismo tiempo tranquilizar al Departamento de Estado. O buscar por todos los medios el silencio de un tesorero de la campaña y luego, ante sus revelaciones, acreditar la versión de que el dinero, contra toda evidencia, se había quedado en sus bolsillos. En otras palabras, no es fácil tapar el sol con las manos.A los amigos personales de Botero el libro nos deja un mal sabor. Allí aparece como un actor que va cambiando de libreto según las circunstancias. Yo le diría a él, afectuosamente, lo mismo que debió decirle su padre: Di la verdad, Fernando, y sólo la verdad: sin astucias ni luces de teatro, porque lo más grave que puede ocurrirle a un hombre es perder la credibilidad. Ella vale más que el poder. De Horacio Serpa uno retiene, en el libro, sus desesperados esfuerzos por asegurar el silencio de Medina. Néstor Humberto Martínez y Rodrigo Pardo quedan bien parados en el libro: sus reatos e inquietudes resultan sinceros. María Emma Mejía, nuestra Canciller, se habría quedado en el gabinete, según lo dicho por ella a Vargas, para lograr, desde allí, un retiro discreto y decoroso de Samper. Debe haber cambiado de propósito. En realidad el más creíble de todos es Medina. Pecó y confesó, y su confesión fue sincera.También en esta historia hay sangre y acciones de corte mafioso. Sin dramatizar nada, Mauricio Vargas nos revela cómo una de las llamadas telefónicas, amenazándolo de muerte, provenía de un celular de la propia Casa de Nariño. Luego, dos camionetas, llenas de hombres armados, interceptan su vehículo y , al ver que no se encuentra él a bordo, reiteran dichas amenazas a su conductor. ¿Qué hubiese sucedido si él va allí como pasajero? Lo ocurrido a Alvaro Gómez y a Elizabeth Sarria, la famosa Monita retrechera, no permite creer en simples actos de intimidación. Alguien ha tomado a su cargo esos trabajos sucios. ¿Quién? Se sabrá algún día. Y he aquí por qué, indiferentes al miedo ("nos pueden echar plomo", decían siempre ) tres periodistas sin precio logran mostrar que todavía en Colombia quedan mosqueteros al servicio de la limpieza, la democracia y la verdad. Aunque se llamen Vargas, Lesmes y Téllez y no Athos, Porthos y Aramis. O D'Artagnan.