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Los nuevos desafíos del general Naranjo

Una nueva generación de organizaciones ilegales de alcance nacional está ocupando el lugar que ayer tuvieron los carteles de la droga y los paramilitares.

León Valencia
14 de mayo de 2011

El general Óscar Naranjo cumple cuatro años al frente de la Policía Nacional. Fue elevado a esta posición en medio de un gran escándalo. El entonces director Jorge Daniel Castro fue separado del cargo por sus responsabilidades en espionaje ilegal a funcionarios públicos y a líderes de la oposición. Otros 11 generales salieron de la institución para dar paso a la designación de Naranjo.

Naranjo llegó a esta posición rodeado de expectativas. Tenía que recuperar la confianza, forjar un nuevo liderazgo, transformar la institución, incrementar la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia común y contribuir a golpear decisivamente a las guerrillas. El balance es muy bueno y el país entero lo reconoce.

La enorme capacidad de comunicar, la férrea disciplina que lo caracteriza, la inteligencia especial que lo acompaña y la habilidad para moverse en medio de conspiraciones y escándalos le han servido para generar tranquilidad en la población y conquistar un gran respaldo de la opinión nacional e internacional para su gestión.

Bajo su mando, la institución pasó de 135.000 a 162.000 integrantes. La educación dio un gran salto: las escuelas, las especializaciones y los docentes se multiplicaron; 41.000 policías egresaron de cursos de formación, más de 80.000 se engancharon a la educación virtual y los posgraduados pasaron de 300 a más de 1.500. Sin duda, hoy la Policía es más profesional y está más capacitada para proteger a la ciudadanía.

En estos cuatro años, Naranjo puso en marcha 55 operaciones de alto impacto en las cuales se dio de baja o se capturó a jefes paramilitares, a capos del narcotráfico o a líderes de la guerrilla. Ha sido un aporte decisivo a la seguridad. Disminuyó el tráfico internacional de drogas, perdieron protagonismo los paramilitares, y las guerrillas se replegaron. La contribución de Naranjo y de la Policía Nacional a estos éxitos es indiscutible.

Pero ahora hay nuevos retos, hay un nuevo escenario y hay temas muy problemáticos que merecen atención. En las ciudades se está gestando un nuevo ciclo de violencias. En el campo las guerrillas han modificado sus estructuras organizativas y su modo de operar y están tomando la iniciativa en lugares claves de las fronteras y de las cordilleras Central y Occidental. El gobierno de Juan Manuel Santos, sin aflojar en el campo de la seguridad, quiere empujar reformas, reparar a las víctimas e intentar un proyecto de reconciliación del país. Aún las fuerzas criminales encuentran aliados decisivos en todas las instancias del Estado y del mundo político.

¿Qué papel pueden desempeñar el general Naranjo y la Policía Nacional en esta nueva situación? Lo primero es diagnosticar con certeza lo que ocurre. Ha cedido el tráfico internacional de drogas, pero se ha intensificado el tráfico interno. Una nueva generación de organizaciones ilegales de alcance nacional está ocupando el lugar que ayer tuvieron los carteles de la droga y los paramilitares. Las grandes ciudades son los lugares más apetecidos por estas bandas. El microtráfico sirve de articulación de la extorsión, el sicariato y otros negocios ilegales. El reclutamiento de jóvenes para estas actividades se ha incrementado. Las cifras de homicidio han vuelto a crecer escandalosamente en Medellín, Cali y, en menor medida, en Bogotá.

No basta una estrategia punitiva para frenar este nuevo ciclo de violencias. Al lado de la persecución a estas organizaciones criminales es preciso forjar un proyecto de prevención de reclutamiento de los niños y los jóvenes, una gran acción social y cultural. Es un imperativo echar a andar un plan nacional tendiente a romper los nexos de la fuerza pública y de los actores políticos con las estructuras ilegales.

El impresionante liderazgo del general Naranjo debería servir igualmente para apoyar la reparación y la restitución de tierras, la protección de las organizaciones de víctimas, la persecución de la influencia ilegal sobre el poder local y el castigo a los usurpadores de bienes. Sería una gran contribución de la Policía Nacional a la paz y a la reconciliación del país.

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