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Los nuevos victorianos

Sueñan con comprar apartamento, hablan de préstamos bancarios, de ahorrar, de tener hijos...

25 de enero de 2011


Una joven de 25 años está sentada en un café bogotano conversando con una amiga de su misma edad. El tema gira en torno a los viajes. Llega a recoger a la amiga su tía de 60 años. Se sienta un momento y se incorpora a la conversación, y relata un viaje que hizo, hace tantos años que ha perdido la cuenta, en motocicleta, de Bogotá hasta Buenos Aires. La joven queda estupefacta. "¡Pero qué locura! ¡Y qué incomodidad!", exclama.

Dos jóvenes de 26 años participan en una reunión laboral en una empresa de publicidad, también en Bogotá. El director de la empresa, de 40, de caracter extrovertido y expansivo, está describiendo la nueva moda de los jóvenes de llevar desabotonada la camisa casi hasta el ombligo. Con su característico histrionismo, se levanta, se desabrocha dos botones de la camisa, y los imita de manera jocosa. Los mayores ríen. Las dos jóvenes se quedan tan atónitas que palidecen, ojos desorbitados, y después de la reunión, no hablan de otra cosa. el gesto les parece una insólita osadía. Le vieron el pecho desnudo.

La directora de una casa editorial recibe en su oficina a una jóven que ha ingresado a la compañía hace tres meses con un contrato temporal, y la escucha en silencio llorar porque su sueldo es tan magro que no le alcanza para hacer aportes a una pensión voluntaria. Esta vez, es la directora la sorprendida, y desde sus 55 años intenta sin éxito recordar a qué edad comenzó a preocuparse por aquello de las cesantías y pensiones.

A estas tres anécdotas se pueden agregar los cientos de comentatrios críticos moralizantes que se escuchan sin cesar en boca de jóvenes veinteañeros en los corredores de las oficinas. En bares. En fiestas. Qué como es posible que X (chica) se haya ido de viaje con Y (chico) al que apenas conoció hace dos meses; qué cómo es posible que X haya dejado tirado su trabajo de tan mala manera. Que si fuma; que si bebe más de la cuenta. Sueñan con comprar ya apartmento, hablan de préstamos bancarios, de ahorrar, de tener hijos. Piensan incesantemente en el dinero. La idea de la aventura, del riesgo, de la seducción del abismo, no cruza nunca por sus mentes, y sospechan con suave reprobación de quienes no siguen el dictado del orden establecido.

No hacen críticas elaboradas al respecto, porque no saben que representan lo que algunos sociólogos occidentales han venido a llamar el nuevo victorianismo. Un conservadurismo ingenuo que no se reconoce como tal, y cuyo perfil ha ocupado ya, desde hace unos cinco años, decenas de páginas de ensayos y artículos periodísticos en Estados Unidos y Europa. Esta editorial no busca criticarlos, sino consignar el asombro que produce en el mundo de la cultura, en las generaciones adultas, esa precoz ambición de orden y capacidad de consumo que parece ser un rasgo definitorio de este tiempo. Viajan por pantallas y redes sociales, sentados en su escritorio, y cumplen horarios de trabajo con juiciosa exactitud. Quieren saber, en una primera cita, cuáles son los planes de futuro del otro. Ni siquiera son excesivamenete pragmáticos, ni excesivamente dogmáticos (es que no son excesivamente nada), y sólo se mueven en las esferas legitimadas por un binomio de vocablos que pueden resumir las consignas políticas mayoritarias de los últimos diez años: "seguridad/prosperidad".

Aquellos sustantivos que antes se asociaban a la idea de primera juventud (osadía, vehemencia, irreflexión, atrevimiento) han desaparecido del mapa, arrinconados como excéntricos. Aquella conocida caricatura de Quino (un padre encorbatado que le dice a su hijo desgreñado: "¡Yo a tu edad ya estaba explotando a alguien!") hoy es perfectamente obsoleta.

Se supone que siempre hemos vivido en tiempos del capital; pero es innegable que las últimas décadas pueden bautizarse como las de una cultura signada por el consumo y el espectáculo. Todo, hasta el más íntimo deseo, hasta la más íntima soledad, puede y debe convertirse en una marca reconocible, mercadeable. Se debe vivir dentro del sistema.

Especular, basados en aventurar nuevos arquetipos sociales, es, por supuesto, una tontería. Así pues, puesto ese marco, intentemos imaginar las consecuencias. Se propone aquí la primera, y se invita a los lectores a proponer las suyas: un mundo tomado por septuagenarios desenfrenados, que ya en cargos directivos lo tiran todo por la borda y deciden probar el streap tease como medio de vida. No solo no tiene nada de malo, sino que podría llegar a ser francamente divertido.

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