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Los tres chiflados

Perdió Uribe. Algunos electores vieron cómo gasta el cheque en blanco que le entregaron. Pierde Samper. Su desprestigio reverdeció. Pierde Pastrana. Esgrimió para su renuncia razones morales válidas, pero olvidó otras cuando aceptó ser embajador

Daniel Coronell
15 de julio de 2006

La comedia del año la escribieron, a seis manos, los últimos presidentes de Colombia. Álvaro Uribe, Andrés Pastrana y Ernesto Samper brindaron un espectáculo que destapó las miserias de la política. Apostaron a su propia amnesia y a la del país. Y al final, los tres perdieron.

Perdió Álvaro Uribe, porque algunos de sus electores empezaron a ver cómo está gastando el cheque en blanco que le entregaron.

El Presidente no recuerda que fue elegido -y reelegido- usando la bandera de la lucha contra la politiquería. Se alió con los clientelistas de siempre, les viene entregando grandes tajadas del gobierno y para completar, nombró embajador al emblemático ex presidente Ernesto Samper.

Semejante operación habría salido gratis, o muy barata en términos de opinión, si Pastrana no reacciona. El gobierno montó una ingeniosa teoría para justificar el nombramiento. Samper ya no era el mandatario más cuestionado de la historia sino el impulsor del intercambio humanitario en Francia.

La historia se vendía más fácilmente en Bogotá que en París. Primero, porque el intercambio no necesita impulso alguno en Francia. Es un tema asumido, respaldado y con nombre propio: Íngrid Betancourt. Segundo, porque buena parte del reconocimiento de Íngrid en ese país, se debe a su posición frente a Samper y a la financiación de su campaña. Pocos están dispuestos a aceptar que el blanco de sus críticas se transforme ahora en su redentor.

Desde luego pierde también Ernesto Samper, cuyo desprestigio reverdeció por cuenta del episodio. Las absoluciones de Heyne Mogollón y de otros congresistas, que recibieron beneficios de su gobierno, lo salvaron del juicio, pero no resolvieron las dudas de muchos colombianos.

Samper, cuya inteligencia nadie discute, calculó erradamente que un almuerzo aquí y un coctel allá eran el comienzo de su reivindicación política.

Recibió complacido el premio del gobierno por apuntillar a su escudero Serpa. En medio de la faena, y soñando que los restos del liberalismo pronto lo seguirían, olvidó las palabras de su pupilo Álvaro Uribe, acerca de él: "Me engañó a mí, como engañó al país". Suficiente motivo para no nombrarlo y para que Samper no aceptara. Sin embargo, aceptó y salió abucheado.

Por último, pierde también Andrés Pastrana. Las razones morales con las que respaldó su renuncia son válidas, pero olvidó otras, igualmente válidas, cuando decidió ser embajador de un gobierno cuyos pecados conoce y denunció.

Pocos meses antes de su volantín, Pastrana afirmó que el proceso de paz con los paramilitares era una "negociación con extraditables miembros del cartel de Medellín". Sobre la aprobación de la reelección, señaló: "El presidente Uribe ha comprado buena parte de las conciencias del Congreso".

Sin embargo, ante la posibilidad de nuevos honores, olvidó sus razones morales y aceptó la embajada.

Para matizar la veloz conversión de Andrés Pastrana al uribismo, el departamento creativo de la Casa de Nariño comunicó junto con la designación que el embajador lideraría "la integración de una comisión internacional de alto nivel para el seguimiento y verificación del proceso de paz con las autodefensas y la Ley de Justicia y Paz".

Eso fue hace un año. ¿Quién sabe algo de esa comisión o de sus resultados? Probablemente lo mismo que habríamos sabido dentro de un tiempo del intercambio humanitario, que justificaba el nombramiento de Samper.

Después de esta charada, todo indica que Andrés Pastrana quiere ser nuevamente candidato presidencial. Lo único que nos falta es que Ernesto Samper se lance para atajarlo.

Cuando eso pase, Uribe, que fue elegido -y reelegido- también como rechazo a la gestión de sus dos antecesores, vendrá a salvarnos. Tendrá el camino abierto para un tercer período.

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