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Los tres diálogos de Uribe

Ni el gobierno ni por supuesto las Farc están pensando en el dolor humano sino en ganar un pulso político-militar

Semana
19 de septiembre de 2004

Cualquiera diría que el presidente de la guerra acabará siendo el presidente de la paz. Este gobierno de mano dura tiene negociaciones avanzadas con las AUC, ha entrado a discutir el canje con las Farc y ha vuelto a dialogar con los elenos ¿Será que estamos ante un cambio de estrategia?

Para empezar con lo más reciente, los analistas notan que el mero cruce y el tono no insultante de las cartas entre el gobierno y el ELN son una buena señal. El Comando Central alude al abandono de la lucha armada y a parar los secuestros, además de insistir en el acuerdo sobre minas explosivas. El gobierno a su vez insinúa que el ELN dejaría de ser 'terrorista' si acepta el cese de hostilidades y que reuniría la Convención Nacional que pide esta guerrilla.

Pero nada. Esas ideas son todavía etéreas, y las partes están harto más lejos de lo que estaban, digamos, en el Preacuerdo de Viana o en el Acuerdo de Mainz en el 98. Y es porque hay una diferencia inconciliable: para Uribe, el asunto se reduce a que el ELN deje las armas, mientras el Coce cree que el conflicto "tiene profundas raíces sociales". Y esto en cristiano implica que en vez de alguna negociación política, lo que el gobierno está dispuesto a negociar son los términos de rendición del ELN.

El canje de secuestrados por guerrilleros presos no implica ni siquiera hablar de paz con las Farc. Al contrario: las familias y personalidades que abogan por el canje lo hacen precisamente porque piensan que la guerra va a durar. Y el DIH se refiere a eso, a humanizar la guerra, no la paz.

Uribe opina que en Colombia no hay guerra, y en todo caso es natural que se resista a pensar que va a durar. Por eso en su gobierno hay poco espacio para el DIH, menos aún para un acuerdo humanitario que, cabalmente, por ser 'acuerdo' no es 'humanitario'.

Ni el gobierno ni por supuesto las Farc están pensando en el dolor humano, sino en ganar un pulso político-militar. Por eso el uno pide cambiar los secuestrados de nota por los pájaros mayores y el otro ofrece sólo pájaros menores, cuando lo humanitario es soltar primero a los enfermos y a los que más han sufrido. Por eso el uno habla de correo electrónico y el otro, de retiro de tropas, cuando lo obvio sería reunirse en el extranjero -dígase en Suecia, Brasil o Cuba-.

En el gobierno Uribe no habrá pues canje con las Farc ni acuerdo político con los elenos. Y es porque aquí y en todas partes suele suceder que el diálogo no es un medio de paz sino un arma de guerra.

Las Farc y el ELN tienen mucho que ganar y poco que perder en un proceso de diálogo. De entrada, les da algún respiro ante la opinión y el mundo, donde hoy tienen cero apoyo. Una tregua o una pausa militar, mejor con zona de distensión o encuentro, compra tiempo y espacio para recuperarse. Y en el caso de llegar a un arreglo, las cúpulas saldrían con menos deshonor de su aventura horrible y criminal.

Para que la guerrilla no tenga esas gabelas, a Uribe en realidad no le interesa dialogar con ella. Pero ningún gobernante o candidato puede posar de guerrerista y por eso pide dizque "buenos oficios" de la ONU, mediación de México y ayuda de Suiza. A lo cual se suman la presión de los amigos del canje, el peso -ahora seductor- de las encuestas y el que no digan que Uribe dialoga solamente con los paras.

En tanto este último proceso sí se reduce a que dejen las armas, es claro y es legítimo que a Uribe le interese negociar con las AUC. Pero acá es otro el punto: ni la extradición ni la ley de alternatividad penal se deciden en Ralito, y estos dos son los únicos temas relevantes. Más que como antesala de la paz, el diálogo con los paras sirve pues para evitar o al menos aplazar una guerra en dos frentes, que este débil Estado no puede o no quiere dar.

Así que no esperemos los acuerdos. Esperemos que el ELN acabe de acabarse, que la Operación Patriota doblegue irremediablemente a las Farc y que los gringos no extraditen a los jefes de las AUC. Lo otro, lo de los diálogos, no es nada más que carreta.