Una hipotética debacle política del Pacto Histórico provendría de la adopción, por el actual gobierno, del “castrochavismo”. No creo que, a pesar de ciertas semejanzas, haya motivos para pensar que esa sea su fuente de inspiración; Petro no es comunista. Es evidente, sin embargo, que se ciernen vientos de desconfianza que quizás expliquen dos eventos recientes. El año pasado salieron de Colombia, al parecer sin intención de regresar, casi 600 mil personas, número que equivale a 2,7 veces el promedio anual de quienes han emigrado desde 2012; hace pocos días pidió la baja un número elevado de oficiales de la Policía, un fenómeno excepcional.
El castrochavismo, en síntesis, consiste en la abolición casi plena de la economía de mercado y en la sustitución de la democracia liberal -el Estado de derecho- por regímenes dictatoriales más o menos desembozados. Petro tiene cabal conciencia de que en Cuba y Venezuela ese sistema ha fracasado. Sabe que su popularidad en Colombia es nula.
El ideario de Petro no es el “socialismo del siglo XXI”, sino un compuesto diferente. Son sus elementos: (i) énfasis en la democracia directa, la de los trinos y movilizaciones populares, que poco tiene de democracia; (ii) desdén por el crecimiento económico, el cual se subordina a la repartición de la riqueza y el ingreso; (iii) ambientalismo extremo; (iv) protagonismo del Estado como generador del bienestar social; (v) y la ‘paz total’, que no se concibe como la superación de los fenómenos de violencia organizada, sino como la reconciliación definitiva de la sociedad. Sus asesores cristianos podrían decir que ella es una suerte de “Parusía”, ese estado beatífico que ocurriría, al fin de los tiempos, con la segunda venida de Cristo a la Tierra.
Así las cosas, no es lo mismo Petro que Fidel, Chávez y sus epígonos, circunstancia que, por cierto, no lo hace menos peligroso para nuestro país. La cuestión que hay que examinar no es tanto qué quiere hacer, sino lo que efectivamente podrá realizar. Se vislumbra una brecha grande entre sus ambiciones y capacidades. Como lo hemos observado en estas semanas, las instituciones lo rodean, no para impulsarlo, sino para constreñirlo.
El Congreso, en el que no cuenta con mayorías sólidas, debate sus propuestas; los órganos de control no le resultan dóciles; las cortes ya le han demostrado que defienden con celo sus espacios; la prensa no se doblega; los estamentos militares lo acatan a pesar de una inconformidad profunda; gruñe contra el Banco de la República, como suelen hacer siempre los presidentes, pero no pasa de ahí.
Así las cosas, lo que hemos vivido en este lapso es un gobierno que intenta impulsar una agenda radical, improvisada y contraproducente, a pesar de lo cual los mecanismos de contención del daño han funcionado con parcial eficacia. Esta salvedad es importante. Se ha infligido ya un perjuicio gigantesco al clima de inversión que tardaremos años en recuperar.
La incertidumbre reinante en la generación y transmisión de energía será evidente si no aparecen, en las convocatorias que se han lanzado, inversionistas interesados en construir nuevos proyectos; esa ausencia o insuficiencia sería gravísima: la demanda de energía está creciendo al doble que la oferta. No hay certeza sobre la plena entrada en operación de Hidroituango, y de la energía entrampada por los indígenas en La Guajira y en el Valle del Cauca. A pesar de los ingenuos mensajes tranquilizantes de la ministra de Minas, los riesgos de racionamiento son elevados en años futuros, incluso antes de que concluya el periodo presidencial en curso. Si así acontece, será una tumba para las aspiraciones electorales del petrismo.
El modelo de concesiones viales, que tan valioso ha sido para el país, ha quedado herido de muerte con la congelación de los peajes, que son una de las fuentes para la amortización de la deuda contraída con los concesionarios de carreteras. No se ve quién quiera invertir en hidrocarburos después de tantos mensajes contradictorios; la destrucción reciente de un campo petrolero, y el retiro posterior de la empresa propietaria generan un hondo desánimo. El “cerco humanitario” del Gobierno de nada le sirvió.
En una reciente columna, Mauricio Cárdenas, un experto en finanzas públicas, demostró que el efecto acumulado de trinos y discursos presidenciales es la causa de que nuestra moneda se haya depreciado mucho más que la de países semejantes. La consecuencia inevitable es un notable incremento del costo de la deuda externa. Como quien dice, un “detrimento patrimonial” gigantesco, atribuible a quien nos gobierna y a nadie más. A su vez, la Encuesta de Opinión Financiera que publica Fedesarrollo, en su último boletín, registra que las adversas condiciones sociopolíticas son, de lejos, el factor que más deprime el clima de inversión.
Por estos motivos, y por factores internacionales que escapan a nuestra capacidad de gestión, el crecimiento económico será este año, casi con certeza, inferior al poblacional. Como sociedad seremos, por lo tanto, más pobres; y los pobres seguirán siéndolo también a menos que la política social del Gobierno, por su magnitud, eficacia y focalización, logre construir para ellos un escudo de protección. Los pronósticos para el resto del cuatrenio tampoco son positivos.
La gente del común decide en las urnas por consideraciones materiales, no ideológicas, La posible persistencia de tasas altas de inflación, bajo crecimiento, elevada informalidad y desempleo y, tal vez, una política social mal implementada, tendrían un efecto adverso en las condiciones de vida de las mayorías. Es factible, en consecuencia, que al petrismo le vaya mal en las presidenciales. Aquellos que quieran gobernarnos deberán entender que, para entonces, estaremos hartos de redentores y anhelantes, de reformadores sociales, líderes que entiendan que no se trata de derruirlo todo para comenzar de nuevo. Siempre habrá cosas que cambiar y otras que deben preservarse.
Briznas poéticas. De Ana Blandiana: “Una ironía divina ha decidido que se cumplan todos mis sueños. / Soy adulta. Nado a través de las multitudes, / Me ahogo en la realidad: / Mis pasos: ya no son anónimos, / Ya no saben nadar sobre el mar; / aunque luchen mis brazos ya no saben volar. / Me gustaría volver. ¿Pero hacia dónde?”.