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MADE IN JUANCHACO

Semana
21 de febrero de 1994

ME FUI DE VACACIONES CUANDO el país comenzaba a debatir la presencia de militares gringos. Me sorprende que, al regreso de mis vacaciones, el país siga debatiendo lo mismo. Llevamos más de un mes en eso, lo que tiene que tener alguna solución, distinta a la de esperar a febrero, cuando se supone que quedarán listos la escuela y el centro de salud que supuestamente vinieron a construir los estadounidenses como un gesto humanitario hacia nuestro país. Porque si llega febrero, y los gringos se marchan, nos quedaremos preguntándonos lo mismo. ¿Qué diablos es lo que verdaderamente viene a hacer el Ejército de Estados Unidos a Juanchaco?
Desde luego que a construir la escuela y el centro de salud, pero esas son apenas las manifestaciones externas de un plan de colaboración con el Ejército colombiano que les gusta y les parece conveniente, excepción hecha de la guerrilla y del cartel del Valle, a prácticamente todos los colombianos. Que nuestro Ejército sea mejor, más profesional, más capaz, más inteligente, más preparado y mejor dotado es una prioridad nacional, y si en ello puede colaborar, como es obvio que puede, el Ejército de EE.UU., pues bienvenida la ayuda.
Eso no es, sin embargo, lo que se discute aquí. Aquí se les mintió a los colombianos por la vía de la simplificación de unas explicaciones que un país, maduro en virtud de las múltiples guerras que libra, habrìa entendido y aceptado en su autèntica complejidad. Lo que parece tener más molestos a los colombianos, al punto de que ya hasta el Consejo de Estado se ha dejado contagiar, es que las explicaciones originalmente entregadas por la embajada de EE.UU. y el gobierno colombiano quieren obligarnos a creer que para construir una escuela de cuatro aulas con baño, y de un puesto de salud de cuatro habitaciones con baño, que en las zonas rurales de EE.UU. se levantan en cuestión de horas con ayuda de paneles prefabricados, en Juanchaco requieran dos meses de presencia de las tropas estadounidenses, y el desembarco de, según descripción del corresponsal de El Tiempo en la zona "48 máquinas camufladas, entre ellas 15 buldózeres, y 120 hombres que llegaron en dos barcos y en seis helicópteros Black Hawk". Los colombianos preferimos que nos digan que los soldados gringos vienen a construir un radar, o a rastrear un cartel, o a amedrentar narcotraficantes. Es más: nos ponemos felices. Pero que vienen a levantar una escuelita... nos enfurece, porque lo primero lo creemos, pero lo segundo no.
Como siempre, los grandes escándalos de los gobiernos son detonados por las mentiras que involucran. Ahí está la mitad del gobierno conservador británico padeciendo el descrédito público por haber cometido el mismo error del ministro Profumo, pionero de los escándalos sexuales ingleses: mentir. En el caso colombiano, sexualmente menos emocionante, la mentira consiste en no haber dicho toda la verdad, lo que ha dado rienda suelta a la imaginación colombiana, para la que resulta menos ridículo asociar la presencia de las tropas estadounidenses en Colombia con una invasión de EE.UU., que con el propósito altruista de enseñarles a leer a unos niños de Juanchaco.
El que más ha patinado en el episodio es el presidente Gaviria. En sus primeras explicaciones le confió al pueblo de Juanchaco la misión de velar porque la presencia humanitaria de los soldados en su región, no degenerara en un operativo militar.
Pero, entrevistado el viernes por El Tiempo, aceptó que más que presencia "humanitaria" de los gringos, era más apropiado hablar, "en aras de la precisión", de que la operación militar gringa es de carácter "solidario o cívico", y que la escuelita y el centro de salud son "subproducto del ejercicio conjunto" con el Ejército colombiano.
Dicho en otras palabras, los gringos están en Colombia para hacer lo mismo que vienen haciendo hace años. Espiar, fisgonear, amedrentar, enseñar. Eso lo hacen sin permiso, o con permiso. En este caso es con permiso, y que yo sepa, eso ya no escandaliza a nadie en Colombia.

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