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Maestra sólo hay una

Según consta en su libro de matrícula, en 21 años la profe Oliva Estrada ha tenido 653 alumnos y casi todos han terminado su primaria. Además aplica inyecciones, prepara niños para primeras comuniones y dicta clases de modisteria.

Semana
20 de mayo de 2008

Muchos dicen que en Colombia faltan maestros, pero en algunos casos, como este, con una sola basta. Siendo un 29 de abril de 1988, Oliva Estrada Valencia, llegó a la vereda Kerman en Quimbaya, Quindío. Traía pocas cosas y dos niñas. Su marido decidió vivir en el Llano y venir cada cierto tiempo. En la zona cafetera nacieron sus otros dos hijos. Oliva comenzó a trabajar por los lados de La Uribe, Meta, no en el pueblo sino en plena selva. Allí aprendió algo de enfermería. Era necesario porque, como ella lo dice, en esos parajes las escuelas también son centros de salud. Fueron muchos años a pie, es decir, caminando por el húmedo trecho que separaba su casa de los lugares de trabajo a los que la trasladaban cada año.

Hoy tiene 51 años, 31 de ellos en el magisterio y, como Oliva, la de Popeye, de aquellas épocas conserva intacta su delgadez. Primero, fue San Juan Alto en el Quindío y después la Escuela Nueva Kerman, que le cambió la vida a ella y a sus habitantes. Casi todos han sido sus alumnos. Mamás, hijas y, si Dios quiere, nietas, antes de los dos años que le faltan para pensionarse. Papás, tíos, primos y sobrinos han pasado por esta aula. La escuelita es su lugar de trabajo y la casa donde vive. Según consta en su libro de matrícula, en estos 21 años ha tenido 653 alumnos, casi todos han terminado su primaria, 25 se han graduado de bachillerato y 27 más están en el Instituto de Quimbaya, adelantando estudios de media y secundaria.

En la vereda no hay ningún niño o niña que no esté estudiando. La Profe Oliva tiene 18 alumnos, 5 niñas y 13 niños, que van desde Wilmer, el más pequeño de cinco años, estudiante de transición, hasta los mellizos Hugo Mario y Luis Felipe de catorce, quienes ya cursan el quinto grado y a los cuales se les concede el único permiso especial, salir tres horas antes, a las doce del día, para cuidar a su padre.

Gabrielito, otro de los menores, llegó hace un año con su hermano Faniber de uno de los cabildos indígenas del Cauca, sin hablar el español y, gracias a la profe, quien se dedicó a enseñarle, hoy puede entender las clases y comunicarse. Todas las mañanas cada uno señala su asistencia en la lista de autocontrol. Hoy no vino Kevin, pero en los últimos tres meses no ha faltado nadie a clases, responden casi en coro, Lina Marcela, la presidenta del Gobierno escolar y Yuri, la personera, quien llegó hace dos años con sus padres, desplazados del Tello, Huila.

Las responsabilidades son compartidas y cada tarea tiene un líder de comité: el de biblioteca está a cargo de Neidy, la hermana gemela de Héctor, quien lidera el de la Cruz Roja; el de deportes le corresponde a Hugo y la huerta a Luis Felipe. En cuanto al Aseo los lunes está a cargo de kínder y primero; los martes, segundo; los miércoles, tercero; los jueves, cuarto y los viernes, quinto grado.

También está Gustavito, el hijo de Julio Cesar Cárdenas, otro de sus alumnos, quien terminó con ella su primaria en el Programa de Alfabetización de la Fundación Panaca, el Parque Nacional de la Cultura Agropecuaria, donde la profe trabaja desde hace cinco años. Del Programa ya han salido dos promociones y este año sale la tercera. Su mayor orgullo son dos trabajadores de 65 años que terminaron su primaria y, claro, Julio César, quien hoy cursa su segundo semestre de tecnología agropecuaria en la Universidad del Quindío y es el coordinador de la Huerta Orgánica de Panaca.

Julio tiene 35 años y gracias a formación ha escalado posiciones en Panaca, que además de subirle el sueldo, paga el 50 por ciento de su matrícula. Según sus palabras lo suyo es la siembra y lo que más le gusta son las fórmulas. Ahora está probando una nueva para las huertas hidropónicas. Julio no ha perdido la humildad. Para él no hay nada mejor que entender lo que se hace y porqué se hace. Eso le da la seguridad para poder explicárselo a todos los visitantes.

La profe Oliva no sólo es la profe, aplica las inyecciones en la Vereda y ya ha atendido tres partos. Dos de ellos, Laura y Ángela, están estudiando el bachillerato en el Instituto Quimbaya. Además prepara a los niños y niñas para sus confirmaciones y primeras comuniones, saca adelante el proyecto de la huerta en la escuela y otros proyectos productivos con los padres de familia. Los sábados dicta clases de modistería, culinaria y manualidades para las mamas, porque en estos años sólo un hombre ha asistido a esas clases.

Acaba de ser elegida como tesorera por la junta de vecinos de la Vereda, donde precisamente uno de ellos le prometió diez computadores para reemplazar los siete que ya se dañaron y que le donó hace muchos años Panaca.

La profe se siente satisfecha, a pesar de que hace unos meses volvió al Llano y se encontró con una ex alumna que es coordinadora en un colegio. Ella todavía es docente como cuando le dio la primera clase. Lo único que necesita es que lleguen los domingos. Va a misa y duerme tres horas más que todos los días. Suficiente descanso para alguien acostumbrada a madrugar.

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