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A las malas

Nada garantiza que los ‘paras’ se acaben al acabar la guerrilla: también ellos aprendieron a vivir del crimen.

Semana
1 de abril de 2002

Como no se pudo a las buenas, toco hacerlo a las malas. Este argumento simple pero contundente explica casi todo lo que está pasando: el completo desprestigio de Pastrana, la trepada de Uribe, el unanimismo de los medios y el endurecimiento de Estados Unidos.

El argumento es tan fuerte como la arrogancia y la brutalidad de la guerrilla: desde la silla que ‘Marulanda’ dejó vacía hasta el reciente envión contra Chingaza, pasando por el aeropirata, la Cacica, el senador Gechem y otras muchas bofetadas, las propias Farc se encargaron de ir dejando al país sin otra alternativa.

Tocará pues a las malas. Y sin embargo, para el récord, no sobraría mirar un poco más de cerca la primera mitad del argumento, o sea aquello de que “a las buenas no se pudo”. El presidente Pastrana sin duda fue generoso, paciente e incluso pusilánime. Pero ese —simplemente— no era el punto: su “proceso de paz” de hecho se redujo a conceder lo que no debía y a no dialogar sobre lo que debía. Concedió la zona de distensión y no habló sobre las condiciones que las Farc deberían cumplir en esa zona. Concedió el estatus político pero no dialogó sobre las condiciones concretas para el desarme eventual de la guerrilla.

Y así, para el récord, no es del todo verdad que se hizo “todo lo posible” por las buenas.

Tampoco es del todo verdad que este gobierno no lo hubiera intentado por las malas. Al revés: ningún presidente ha hecho tanto por las Fuerzas Armadas como Pastrana. El Plan Colombia —para empezar— que ni más ni menos significó meter a Estados Unidos en la guerra. Después, el presupuesto militar que saltó de 1,5 a 3,6 sobre el PIB, mejoró la paga de los combatientes, duplicó la tropa profesional y más que triplicó el poder aéreo. Y así, según datos del Ejército, el número de “contactos armados” aumentó en 27 por ciento y el de guerrilleros muertos en 22 por ciento durante estos años.

Es más. La disyuntiva a las buenas o a las malas es simplista y es falsa. Cualquier manual de conflict resolution (de los que usan en Harvard, sí señor) le dirá que una pelea no acaba sino cuando ambas partes aceptan un equilibrio al que llegaron en parte, más o menos grande, por las malas, y en parte por las buenas. Por eso en El Salvador, Guatemala o Nicaragua —para no hablar aquí del M-19, del EPL y, ojalá, del ELN— la salida dependió de haber mezclado de manera atinada la fuerza con el diálogo.

Pero por ahora no nos queda sino la fuerza: tenemos que derrotar a la guerrilla. La pregunta —la que nadie puede contestar o nadie quiere abordar en público— es bien simple: ¿cómo haremos para derrotar la guerrilla?

Hay una respuesta obvia que no se dice pero sí se piensa: dejemos que los ‘paras’ se encarguen de acabar la guerrilla. Y en efecto, las AUC han ‘pacificado’ varias regiones de Colombia. Pero esta solución tiene varios problemas. Uno, que es inmoral. Dos, que nos retrocede al tiempo de las cavernas, donde cada quien armaba su ejército privado. Tres, que los ‘paras’ también son narcos, de modo que los gringos no se harían los gringos. Cuatro, que el Congreso americano, Europa y la ONU bloquearían la ayuda a un ‘aliado’ que opte por esta vía. Y cinco, que nada garantiza que los ‘paras’ se acaben al acabar la guerrilla: también ellos aprendieron a vivir del crimen.

Hay otra respuesta que se está abriendo paso entre los ‘halcones’ de Estados Unidos: armar a los campesinos para que se defiendan de la guerrilla —al estilo, se dice, de Perú, Guatemala, Malasia, Tailandia o Filipinas—. Pero esta solución tiene sus propios líos. Uno, que en todos esos casos hubo abusos y errores. Dos, que allá la guerra no estaba tan extendida. Tres, que allá no había desarraigados y aventureros, sino comunidades indígenas integradas. Y cuatro, sobre todo, que aquí estaríamos armando a narcocampesinos.

Pero si no es con ‘paras’ ni es con “rondas campesinas”, ¿cómo haremos para vencer a la guerrilla? Es la pregunta —a mi juicio, la pregunta esencial— que los señores candidatos —todos ellos— se empeñan en evadir o en contestar con fórmulas tan bien sonantes como vacías. A ocho semanas de elegir un presidente con el mandato exclusivo de acabar esta guerra por las malas, aún nadie nos ha dicho que significa “a las malas”.