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MALES MAYORES Y MENORES

No es buena época para votar. Y sin embargo bota todo el mundo

Antonio Caballero
28 de junio de 1993

MALES MAYORES Y MENORES
EN COLOMBIA NOS QUEJAMOS, CON razón, de vernos obligados a escoger entre Ernesto Samper y Andres Pastrana:entre el Bojote y Pastranita, háganme ustedes el favor... Pero en todas partes es lo mismo. Mala época para votar, ésta en que no nos gusta a nadie.
Porque son todos espantosos.

En España es espantoso José María Aznar, el candidato de la derecha; pero también Felipe González se ha vuelto espantoso - entre otras cosas por insistir en llamarse candidato de izquierda, contra toda la evidencia de sus 11 años de gobierno. Son espantosos los serbios y los croatas, los blancos de De Klerk, los negros de Mandela y los de Bhutelezi, los integristas islámicos, los independentistas irlandeses y vascos. Es espantoso Carlos Andrés Peréz, y para sustituirlo hay que escoger entre dos espantos: Caldera y Alvarez Paz (salvo que un espanto todavía peor, el de los coroneles que quieren salvar la patria, venga a cortar por lo sano). Es espantoso Mitterrand, y se entiende que los franceses estén hartos de aguantárselo; pero ¿no son igualmente espantosos, o incluso más, Chirac y Giscard? Y hay que ver cómo es Clinton -y sobre todo Hillary. Y Collor de Melo ¿se acuerdan de lo espantoso que era Collor de Melo? Pues parece ser que Itamar Franco es todavia peor.
Otros vendran, que los haran buenos.
Insisto: no es buena época para votar. Y sin embargo vota todo el mundo. Vota España, vota Italia en medio de la corrupción, vota en medio de la guerra civil Bosnia-Herzegovina, votan los camboyanos bajo los fusiles de los jemeres rojos, votan una y otra vez los daneses el referéndum sobre el Tratado de Maastricht, y los hacen votar como si les retorcieran el brazo hasta que digan que sí, que Maastricht sí, que bueno, pero que por favor no los obliguen a votar más.
Los rusos han votado por lo menos cinco veces, o seis, para escoger entre el espanto de Yeltsin y el espanto de Rutskoi, como votaron los gringos para decidir si se quedaban con el horror conocido de Bush o ensayaban el horror por conocer de Clinton. Y les salió Hillary. Votaron los paraguayos, aunque no era necesario: de todos modos iba a ganar el gobierno del general Rodríguez, que derroco a su consuegro Stroessner. (Y si así se porto con su propia familia, cómo será con los otros). Votan los eritreos acosados por el hambre. Votaron los yemeníes. Si, hasta los yemeníes votaron. Y no sé quien ganó, pero estoy seguro de que es espantoso.
Son los espantos inherentes a la democracia formal, que denunciaban, con razón los marxistas (cuando todavía había marxistas: esa secta tan olvidada hoy como la de los seguidores de Zoroastro). El problema es que los marxistas proponían a cambio los espantos del socialismo real, que era el único que había. La democracia formal constituye en el fondo un mal menor, precisamente porque ese instrumento que es el voto de la gente, nuestro voto, sirve para escoger de entre dos males el menor. O el que pensamos que es menor: Pastranita o el Bojote, ya escogeremos. Y esa es la principal ventaja que tienen las elecciones sobre las guerras civiles, en las cuales suele ganar el mal mayor.
Claro que eso es así solamente por eso: porque ha ganado. El mal que perdió la guerra, de haber ganado, sería sin ninguna duda mucho peor de lo que parece, porque hubiera tenido la fuerza de la victoria, agravada por el hecho de que oponiéndose a él sólo estaría la debilidad del mal menor, y derrotado.
Lo mismo pasa con las elecciones de la democracia formal. El que gana, por haber ganado y llegar al poder, es siempre peor que el que pierde, al cual lo hace mejor (o menos malo), el haber perdido y no tener poder. El poder es el mal.
Y lo peor del mal, por lo que llevamos viendo en el curso de la historia humana, es que es inevitable.

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