Home

Opinión

Artículo

Mamertos

En ese ballet de vanidades zurdas que es el polo, decidieron que lo grave no era el crimen de las farc, sino la indisciplina del senador

Daniel Coronell
15 de septiembre de 2007

El Polo Democrático Alternativo se tragó entero el anzuelo del gobierno. En el afán de unos por demostrar que no son "terroristas vestidos de civil" y de otros por defender la "disciplina interna del partido", terminaron divididos. El único ganador de esta operación es el presidente Uribe.

Todo empezó en febrero de este año. Como una estrategia obduliana para matar las denuncias del senador Gustavo Petro sobre la para-política en Antioquia, antes de que el país las conociera.

Por esos días, el asesor presidencial elaboró -y entregó a varios reporteros- una lista de futuros denunciados (lista que, por cierto, jamás se concretó), para sugerir que el debate sería una embestida del Polo contra toda la dirigencia política y empresarial antioqueña.

Con el terruño unido, y en pie de lucha, el presidente Uribe inició la segunda fase. Repitió, de emisora en emisora, que el Polo era amigo de la combinación de todas las formas de lucha. Acusó a Petro de ser un guerrillero vestido de civil. Complementó la andanada, señalando a Carlos Gaviria, el presidente del partido opositor, como un solapado con una trayectoria de "sesgo a favor del ELN".

El Polo respondió unido y las acusaciones del Presidente se apagaron, sin causarles mayor daño.

Pero lo que no pudo la catarata verbal del mandatario, lo logró el machacón gota a gota de las encuestas.

Según esos números, cualquiera que se atreva a señalar los pecados de Uribe, baja en los sondeos. Mientras se empezaban a consolidar judicialmente las denuncias de Petro, sus índices de popularidad se iban al sótano. Es decir, cuanto más trabajaba, peor le iba.

Quienes más celebraban esta paradoja eran los otros presidenciables del Polo. Petro pagaba solito el costo de las denuncias que ellos podían cosechar en el futuro. Además, se volvió la pera de boxeo favorita del Presidente. En la medida en que el ex guerrillero fuera su contradictor, la imagen del mandatario crecía. Si podía asustar con la posibilidad de que Petro lo sucediera, más se consolidaba ante su gente y menos absurda sonaba una nueva reelección.

Las cosas marchaban bien para todos, menos para Gustavo Petro, quien decidió quitarse el sambenito disparando para adentro. Con la fe del converso, reclamó de su partido una condena más enérgica a las acciones criminales de la guerrilla.

En cualquier agrupación política madura, la solicitud se habría tramitado dándole gusto al congresista y reiterando el elemental repudio al múltiple asesinato de los diputados.

Sin embargo, en ese ballet de vanidades zurdas que es el Polo, decidieron que lo grave no era el crimen de las Farc, sino la indisciplina del senador, por no discutir esa posición obvia en el interior del partido. Como si para censurar una masacre se necesitara el consenso del soviet.

Para justificarse, las directivas del PDA aseguran que no quieren cerrar la posibilidad de una salida negociada al conflicto. Nada tiene que ver. Lo que les preocupa, realmente, es la definición del candidato presidencial de 2010.

Por eso Petro reclama más energía, Gaviria más disciplina y Lucho menos boleros.

Petro ahora está feliz porque recibe efusivas felicitaciones de los que jamás votarán por él. Carlos Gaviria, que empezó como el más auténtico de los liberales, ahora defiende la disciplina y el "centralismo democrático" de los viejos comisarios del pueblo. ¿Y Lucho? Lucho quiere ser el vicepresidente de Pacho Santos.


ACLARACIÓN: equivocadamente dije en la anterior columna que Ómar Díaz-Granados, candidato a la Gobernación del Magdalena del detenido Trino Luna y del partido de La U, es hermano del viceministro Sergio Díaz-Granados, hijo del cacique José Ignacio Díaz-Granados.

Les ofrezco mis sinceras disculpas a los dos señores Díaz-Granados, por haberles endilgado ese parentesco.

Noticias Destacadas