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El pasado en presente

A 200 años, “la guerra a muerte” de unos contra otros debe terminar. No es mucho pedir.

Álvaro Jiménez M, Álvaro Jiménez M
22 de julio de 2019

La simbología fundacional sobrevalora los códigos de la guerra y de los guerreros, equivocadamente es a partir de ellos que hemos venido advirtiendo nuestra historia. Francisco Ortega, historiador, estudioso especializado en el siglo XIX y profesor en la Universidad Nacional, explica esto a partir de un grabado de la misma época, en el que se representa la derrota del ejército español, el encerramiento de sus hombres por los movimientos de las tropas patriotas y alrededor de todo ello, los cadáveres.


Pero ¿qué pensaban quienes vieron esos hechos? ¿Qué aquellos a quienes les llegó la noticia de la muerte de sus familiares en la batalla? ¿qué quienes vivían o malvivían esos tiempos? Estas preguntas las lanza, enfatizando cómo los colombianos de hace 200 años, al igual que los de hoy, damos poco o casi ningún valor a las reflexiones y vivencias cotidianas del ciudadano, a su discurrir por estas tierras y a su rol en la construcción del país y la sociedad que somos.

Recordamos los nombres de Pablo Morillo, Simón Bolívar, José María Barreiro, Antonia Santos, José Antonio Anzoátegui, Juan José Rondón, etc.

Casi nunca ha sido visible a nuestros ojos y ante nuestra conciencia lo que artesanos, mujeres, clérigos, indios o esclavos de esa época reflexionaban y de qué manera impactaron la construcción de quienes somos, tanto o más que las difundidas y estudiadas batallas del Pantano de Vargas o del Puente de Boyacá.

La exposición que como curador presenta el profesor Ortega en el Museo Nacional busca hacernos entender que no solo las guerras, las victorias o las derrotas construyen las nuevas realidades. Hay trasfondos que debemos develar.

Saltando hasta hoy, dos siglos después, es claro que la confrontación de las guerrillas con el Estado y mucho menos el acuerdo de paz firmado por el anterior Gobierno, definen nuestro presente y o nuestro futuro.

Existen contextos de región, globalidad en la economía, la geopolítica y las estrategias militares que transforman la realidad en que nos movemos.

Por ello los textos acordados desde los 90 hasta el último firmado durante el Gobierno Santos son insuficientes para defenderse por sí solos ante un Gobierno que los desprecia como ocurre con el actual.

Son el contexto, la opinión favorable de la comunidad internacional y el vigor de distintos sectores y fuerzas políticas que defienden los acuerdos y la negociación política, lo que evita que los mismos naufraguen frente a la intemperancia.

En lo que no debemos tener dudas es frente a la defensa de la vida.

En la defensa de la vida debemos estar unidos como país.

La marcha de este viernes 26 de julio a las 5 p.m., convocada en las plazas de las principales ciudades, está pensada para que los colombianos reflexionemos y nos expresemos sobre el continuo asesinato del liderazgo comunitario y social. Son 702 asesinatos que tienen diferentes explicaciones e hipótesis sobre las que podríamos debatir eternamente, pero que inundan de dolor a familias en diferentes regiones del país retando y debilitando al Estado de derecho.

Nadie que crea firmemente en la democracia puede ser indiferente a que hombres y mujeres sean acribillados semana tras semana por grupos armados de distintos pelambres, sin que la sociedad y las autoridades logren impedirlo.

No se trata de que la marcha de este viernes 26 lo resuelva, pero si logramos marchar todos, mayor será la fuerza del rechazo.

La aspiración es que las autoridades lideren estas marchas en los municipios, que los gobernadores de regiones afectadas como el sur de Córdoba, Bajo Cauca Antioqueño, Cauca, Arauca, Catatumbo, Chocó, marchen de la mano de sus comunidades.

Se trata de que el gobierno nacional y los gobiernos departamentales acompañen a las diferentes organizaciones que están siendo victimizadas.

Consiste en que los asesinos encuentren una sociedad civil, una ciudadanía unida con sus gobernantes, empresarios, comerciantes y liderazgos en defensa de la vida.

A 200 años, la “guerra a muerte” de unos contra otros debe terminar. No es mucho pedir.

Adenda: Construir acuerdos por la vida en las regiones es una prioridad y pueden ser elemento de cohesión y construcción de acuerdos de convivencia política.

@alvarojimenezmi
ajimillan@gmail.com