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Marchar por Los Guáimaros

José Luis Contreras marcha hoy en Bogotá y el 30 y 31 de agosto próximos, como cada año desde hace 17, en San Juan Nepomuceno, su casa. Marcha y ya no guarda silencio.

Poly Martínez, Poly Martínez
25 de julio de 2019

A su hermano y a su padre los mataron en la masacre invisible de Los Guáimaros y El Tapón, de la que el país sabe poco a pesar de ocupar el penoso tercer lugar en su departamento (Bolívar), por número de asesinados: 15 personas. Aunque superada por dos más atroces, El Salado y Macayepo, tal vez está en el primer lugar de masacres invisibles, de la que nadie dice nada. Ni ellos mismos saben por qué ni quién. Diez y siete años después, nada.

Vino a contarlo y a dirigir Hora 20 el jueves en la noche, en la iniciativa de #UnLiderEnMiLugar, que debería ser #TodosEnLugardelLíder, y que es lo que nos convoca a marchar. Fui invitada a conversar con él, junto con Juan Carlos Flórez y Federico Arango. Estos son apartes de la conversación. Le doy a sus palabras este espacio, siempre insuficiente para narrar la historia de horror y pena vivida.  

Empiezo por el final, por las preguntas que aparecen siempre cuando hablamos de líderes sociales: ¿pero por qué son líderes sociales?, ¿sí son líderes sociales? Parecen una curiosidad, pero la verdad es que en muchas ocasiones tienen una carga de descalificación y duda. Esa vocecita atrás, al fondo que dice -como muchos sarcásticos del poder-  quién sabe en qué andaban, eso les pasa por “estar metidos en cosas que no son”. Sin decirlo, muchos colombianos piden un certificado de garantía, un sello de calidad del líder social. Una infamia.

Para los que dudan: José Luis Contreras es líder social por una herencia trágica, no por falta de oficio, por joder. Para graduarse de líder, de luchador, como lo dice, José Luis aportó a su hermano asesinado cuando fue a visitar una finca que administraba, y a su padre. Su graduación, a sangre y fuego, sucedió a finales de agosto de 2002, en el teatro de guerra entre paramilitares y guerrilla.

“Mi hermano no regresa de esa vuelta”. Al otro día, el 31, el padre sale a buscar a su hijo y le avisan que los han matado a todos. “Regresa, pone el denuncio en la policía y las autoridades no reaccionan. Se demoran, dilatan”. Entonces consigue otro carro para tratar de llegar al lugar del crimen. Son siete los que viajan. 

“Mi papá sí regresó, pero muerto”. Hasta el 4 de septiembre pudieron recuperar los cuerpos. “No se pudo hacer el entierro porque el olor a pudrición era total”. Ese era el ritual en la zona: las autoridades amodorradas, se demoraban en recoger los cadáveres y luego pasaban por el medio del pueblo, atravesaban las calles principales en un desfile macabro y siniestro con los cuerpos descompuestos, espantando la solidaridad. Así mandaban el mensaje a los demás pobladores. Dejaban una huella indeleble, el olor pegado en la ropa, en los ojos, en la mente. Todos en silencio. 

“En el 2002 quedaron 15 esposas y madres viudas, con hijos. 17 años atrás la mujer no tenía la misma igualdad de hoy, eran para que atendieran la casa y los hijos. Y ahora cómo hacer para sacar adelante a esos hijos… Demoramos 11 años en silencio, recibimos amenazas por querer saber la verdad”. 

“Empiezan a salir los responsables de las masacres en el país, menos la de Los Guáimaros. Hasta hoy no hay responsables”. En cuatro años de lucha les han cambado el fiscal cuatro veces. Ya saben que a falta de uno hay dos informes diferentes de la Fiscalía, pero no han podido tener acceso a ninguno. El caso ya viajó de Barranquilla a Bogotá, junto con las trabas y dificultades para que avance la investigación. Es otra forma de violencia, de arrastrar la pena, de señalamiento, de frustración y soledad.

¿Cómo pasar ese dolor?, preguntamos. “Con limón y sal, como nos ha tocado a la mayoría de las víctimas en Colombia porque no hay para más. Las heridas todavía duelen. No tuvimos apoyo sicológico o profesional. Es difícil ver a tu mamá llorar. Verla llorar por mucho tiempo. Las heridas no se sanan de un día para otro. No sé de dónde vendrá esa fuerza, será de Dios, y cada caso es diferente. Hay personas a las que todavía no se les puede tocar el tema. Estuvieran ustedes llorando conmigo ahora mismo si les estuviera contando esto hace dos o tres años atrás. No es ser masoquista, pero todos estos espacios que tenemos de narrar nuestra historia de alguna forma nos va sanando, nos va liberando”. 

17 años después no se sabe nada. Todas las versiones terminan en nada. Las amenazas por años lograron el silencio. Pero empezaron a moverse, a buscar apoyo de la mano de Dejusticia para exigir justicia, verdad y reparación. “Si para nosotros ha sido difícil a pesar del apoyo, qué será de las familias que no pueden moverse. Ser víctima y reclamar cuesta. Cada desplazamiento, cada día perdido haciendo trámites, filas, enviando cartas a la Defensoría, a la Procuraduría, esperando”. 

Cuesta la visibilidad, la estigmatización, la duda, la desconfianza. Cuesta tanto que les cuesta la vida. Esos frenos a sus derechos varían según el caso y el tipo de reclamación, hasta llegar al freno total. Como dicen muchos líderes, “al que reclama por tierra, le echan tierra encima”.

Para rematar, hay quienes les reclaman que hablen bien de sus seres queridos asesinados. Les refriegan eso de que no hay muerto malo. Así, de frente, sin anestesia. Los muertos y las víctimas que sobrevivieron no tienen derecho a ser buenos, no tienen capacidad de ser honrados, buenas personas, trabajadores, correctos. No: por descontado son culpables 

A José Luis, a finales de agosto y desde hace cuatro años, cuando empezó a preguntar, lo llaman y amenazan. Le toca cambiar de número. Si no lo encuentran, se ensañan con su madre, la acosan y presionan. Es la misma mujer a la que ha visto llorar y llorar.

“La marcha es muy importante para nosotros porque vamos a sentir el apoyo de mucha gente y de pronto así se despierta un poco de sensibilidad ante las autoridades y organismos de control para que destraben todas las formas de llegar a la justicia, a la verdad. Lo que hemos encontrado son puras trabas, y me preguntan que cuáles son los motivos… ¡Ya quisiéramos nosotros saber los motivos! Les devuelvo la pregunta, ¿cuál creen ustedes es el motivo para las trabas que les ponen las instituciones a las víctimas?”. 

¿Por qué matan a los líderes? “Por la falta de sensibilidad de la gente. A los líderes los asesinan, cierto, pero falta el acompañamiento de la gente del común. No podemos dejarlos solos. Porque a ti no te pasa no quiere decir que no te pueda tocar. A mí me pasó: dos años antes de los hechos de mi papá y mi hermano yo podía decir eso a mí nunca me va a tocar. Y me tocó dos veces”.

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