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A desarmar las plumas

Debemos aprender a ver el país con ojos de periodistas que tienen una responsabilidad en la reconstrucción de colombia y salir de la cultura de la guerra.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
18 de octubre de 2014

La guerra no solo ha degradado la política en Colombia, también ha deshumanizado a los medios y a nosotros, los periodistas. Esa reflexión, que de un tiempo para acá vengo elaborando, la percibí claramente luego de escuchar la excelente entrevista que Néstor Morales le hizo en Blu radio al excomisionado de paz del gobierno Uribe, Luis Carlos Restrepo, la semana pasada. La entrevista me hizo reflexionar sobre un tema que me inquieta de un tiempo para acá y que tiene que ver con el papel de los medios y de los periodistas en este momento histórico. ¿Atrapados como están los medios en la lógica de la confrontación y de la guerra estarán en capacidad de mirar el país de manera distinta a la que nos ha impuesto el fragor de las balas?

La respuesta es que no estamos en capacidad de hacerlo, aunque entrevistas como la que hizo Morales con Restrepo son un buen comienzo. Desde el exilio, Restrepo respondió todas las preguntas que le hizo el periodista y, sin ensañamientos ni agresividades –dos armas que han convertido a la mayoría de las entrevistas radiales en campos de batalla–, el doctor Ternura pudo explicar su situación sin que hubiese merecido en ningún momento un trato indigno.

Restrepo dijo verdades que muy seguramente pasarán al olvido, como aquella de que la Fiscalía se había ensañado contra él pero no contra la inteligencia militar ni contra el general Mario Montoya, encargados de suministrarle a él las informaciones de esa operación.  No me convencieron los argumentos por los cuales decidió pedir asilo en lugar de enfrentar a la Justicia por cuenta de la falsa desmovilización de un grupo de las Farc y sigo creyendo que Restrepo cometió un error al escabullirse de la Justicia. Y no tengo la menor duda de que Restrepo le debe muchas  explicaciones al país por haber hecho una desmovilización de los paras a la brava, a espaldas de las víctimas y graduando a narcos de delincuentes políticos. Sin embargo,  no creo que sea un delincuente ni que sea un enemigo al que hay que mantener a raya porque es uribista. Y estoy convencida de que si los medios no hubiéramos caído en la trampa de la polarización probablemente esta historia habría sido contada de otra forma.

En las democracias los medios deben informar sobre los hechos con la mayor veracidad posible desde su perspectiva política y desde incluso su trinchera política, pero con respeto por el otro y reconociendo la pluralidad de opiniones e integrando los matices.

En democracias deformadas por la guerra, como la nuestra, los medios no hemos podido cumplir cabalmente esa labor porque nos hemos acostumbrado a informar sobre el país como si fuéramos corresponsales de guerra. Tenemos en las redacciones unidades para cubrir la guerra, que sorprenderían a cualquier periodista extranjero. Las noticias de la guerra son las que dan más réditos, son las más vistas y las que más tráfico tienen en las redes sociales.

Hemos reproducido los mismos visos de la sociedad que cubrimos y le hemos abierto el espacio a la intolerancia, la intemperancia y nos hemos vuelto unos mercenarios del micrófono.

Hemos sido los primeros en comprar la polarización que vive el país entre el uribismo y el antiuribismo al extremo de que hoy no somos capaces de leer este país de manera distinta. Donde hay historias de reconciliación, solo vemos intemperancia. Y donde hay voces que se desmarcan de la polarización solo somos capaces de registrar las que llaman a la confrontación.  

Es hora de que desarmemos nuestras plumas y nos pongamos también la camiseta de la paz  de la única forma que podemos hacerlo: volviendo a hacer un periodismo en beneficio de la sociedad y no en beneficio de nuestro bolsillo, o de nuestros mezquinos egos. Debemos aprender a ver el país con ojos de periodistas que tienen una responsabilidad en la reconstrucción de Colombia y salir de la cultura de la guerra. Nuestro deber no es solo el de informar de cualquier manera, sino el de informar mostrando los grises, los matices, no solo los extremos. Y a lo mejor, si hacemos mejor nuestro trabajo, la confusión que hoy reina en torno al proceso de paz, sería de otro tenor.

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