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¿Dónde está Juan Manuel Santos?

Pasamos de la versión en que las FARC están duramente combatidas a la tesis de que planean la toma de Bogotá mientras que negocian en La Habana.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
4 de julio de 2015

El miedo es una sensación demoledora, porque nos somete a la orfandad y nos hace profundamente frágiles. Y ese miedo fue el que se sintió en Bogotá luego de que dos petardos estallaran frente a instalaciones de Porvenir.  Por eso el terrorismo es tan eficaz y tan repudiable: porque nos expone a los civiles una guerra que no desciframos y porque nos deja a merced de quienes manejan en la trastienda los avatares de la guerra.

Sin embargo, la reacción que suscitó entre la opinión pública este repudiable acto terrorista me pareció innecesariamente sobredimensionada: en cuestión de minutos ese miedo que infundió el estallido de dos petardos se transformó en un repudio total hacia las FARC y hacia el proceso de paz que se adelanta en La Habana. Las redes empezaron a estallar con frases en contra de los diálogos, sugiriendo que “Este proceso no tenía ningún Porvenir”; los medios no esperaron a ningún parte de la Policía ni a que se pronunciara el gobierno o la Fiscalía porque dieron por hecho que detrás de este acto terrorista estaban las FARC. Hasta el candidato a la Alcaldía de Bogotá Rafael Pardo afirmó que él había vaticinado esta escalada de las FARC, y desde el sitio de la explosión dijo que no se podía permitir que el terrorismo se volviera a tomar la capital. Por la noche, muchos niños no pudieron dormirse por oír a sus padres diciendo que este era el comienzo de la escalada que las FARC  tenían prevista para Bogotá  y que lo que había que hacer con ellos era fumigarlos porque iban a tomarse a la ciudad. Lo propio sucedió en las empresas y en las multinacionales que hoy se están preparando para lo peor. “Cuál proceso de paz si las FARC quieren tomarse a Bogotá”, me dijo un presidente de una multinacional ya harto del proceso de paz.

Pasamos en cuestión de minutos de la versión según la cual las FARC son una guerrilla duramente combatida  que ya no tiene capacidad de tomarse el poder por la vía armada a la tesis de que está planeando la toma de la capital mientras que negocia en La Habana.        

Poco importó que al otro día el propio gobierno saliera a decir que todos los indicios señalaban al ELN como autor de los petardos, porque en la psiquis de la mayoría de los colombianos las FARC eran las responsables de este acto terrorista. ¿Y cuál es la diferencia?, me dijo una persona a la que traté de explicarle que el ELN era una guerrilla que a diferencia de las FARC se ha negado a iniciar un proceso de paz con este gobierno y con la cual solo hay diálogos exploratorios que hasta el momento han fracasado.  

Y si mañana las autoridades competentes descubren que estos atentados fueron puestos por los enemigos agazapados de la paz, como diría el finado Otto Morales Benítez, –sí, no solo hay enemigos de la paz en la extrema izquierda, sino en la extrema derecha–, tampoco importa por qué en su mentes las FARC son las culpables.      

El impacto de estos petardos ha dejado en claro que los colombianos no quieren negociar con las FARC sino que lo que quieren es su rendición. Ha dejado claro que no quieren ver a los comandantes guerrilleros  participando en la política, sino en las cárceles pagando por sus crímenes. Y en un clima tan adverso, una negociación de tú a tú como la que se planteó en La Habana no tiene futuro.

Este es el momento en que el país puede echar todo por la borda o recuperar la templanza. Para hacer lo primero, tenemos líderes de sobra que llaman a la guerra, al odio y a la exclusión. Ese siempre será el camino más fácil, sobre todo si las elecciones regionales de octubre están tan cerca: atizar una guerra a la que muchos ya se acostumbraron a sabiendas de que solo la van a padecer campesinos pobres.  

Para lo segundo, las voces que tenemos son escasas desde que el liderazgo de Juan Manuel Santos se ha ido difuminando por cuenta de las encuestas. Cada sondeo tiene el mismo efecto que el que causaron en Bogotá los dos petardos que estallaron la semana pasada: debilitan su liderazgo y merman su capacidad de manejo.

Las FARC tampoco han hecho mucho por conquistar a la opinión pública, ya que han sido mezquinas cuando debieron haber sido generosas, y al final cuando se dieron cuenta de su error y empezaron a hacer gestos para desescalar la guerra, la opinión pública, que ellos niegan, ni les leyó ni les creyó.  

Mandela decía que “una de las cosas más difíciles no era cambiar la sociedad sino cambiarse a uno mismo”.  Nos ha llegado el momento de empezar esa transformación pero no tenemos un auriga. Por eso la pregunta que no sobra: ¿Dónde está Juan Manuel Santos?

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