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El derecho a morirse de risa

Un mundo en donde el derecho a opinar está constreñido por la religión o por la política, es un mundo sin arte, sin creatividad, sin humanidad.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
10 de enero de 2015

La masacre en que cayeron asesinados dos guardias y diez periodistas, entre los que se encontraba el director del semanario satírico Charlie Hebdo, ha vuelto a poner sobre la mesa un interrogante que los medios aún no hemos resuelto: ¿la  libertad de expresión debe permitir la sátira y la burla contra las religiones?

El director de Charlie Hebdo creía que sí, y que ese derecho a decir estupideces era parte de la libertad de expresión sobre la que Francia ha edificado su fundación como nación democrática. Hasta que unos yihadistas franceses lo asesinaron, lo ejerció con una admirable simetría: su sátira expuso no solo a los musulmanes sino que fue igualmente implacable contra católicos y judíos. Pero además, Charlie Hebdo fue siempre un semanario pequeño de muy corto tiraje, que nunca obligó a nadie a que compraran sus números ni sus crudas caricaturas. ¿Por qué no podía caber en Francia su sátira y su ironía así fuera cruda y agresiva? Su muerte y la de sus colegas duelen por eso: porque es un asesinato producto de la intolerancia; la misma que en Colombia mató a Jaime Garzón. Y su asesinato como el de los colegas franceses de Charlie Hebdo, nos recuerdan lo peligroso que resulta hacer humor en sociedades enfermas.
  
Por las diferencias en la forma como han reaccionado los grandes medios de Occidente, a la hora de informar la trágica noticia, es evidente que hay por lo menos dos posiciones en la forma de abordar el tema de libertad de expresión versus la sátira a las religiones. Paolo Valentino en un revelador artículo aparecido en el Corriere della Sera anota que luego de la masacre de París, los medios ingleses, norteamericanos y alemanes decidieron no sumarse a la campaña Je suis Charlie, promovida de manera espontánea por los franceses en las plazas y en las redes, la cual invitaba a los medios y a la sociedad a publicar las caricaturas por las cuales los periodistas del semanario habían sido ejecutados.  Por el contrario, los medios franceses e italianos sí se sumaron a la campaña de Je suis Charlie.

Según el jefe de redacción del Washington Post ese periódico decidió no publicar las caricaturas porque tienen la política editorial de no publicar material que pueda ofender a grupos religiosos. Con esos mismos argumentos el Die Zeit, de Alemania, tampoco publicó las caricaturas. Mucho más controvertido resultó un editorial del jefe de Europa del Financial Times, Tony Barber, quien acusó al semanario francés de ser “irresponsable editorialmente”.  Aunque Barber afirmó que nada de eso justificaba la masacre, lanzó la tesis de que no se podía invocar la libertad de expresión en este caso porque se trataba de un semanario que provocaba de manera estúpida a los musulmanes franceses. La reacción en contra de este editorial fue de tal magnitud en las redes sociales que al diario le tocó sacar una versión más moderada online, horas más tarde.

Los grandes medios franceses e italianos sí decidieron  publicar en papel y en sus versiones online, las viñetas del Charlie Hebdo bajo el lema de Je suis Charlie. “Lo hicimos para que el lector entendiera de qué se estaba hablando”, afirmó el jefe del periódico italiano Corriere della Sera en ese diario. A ellos no les importó que las viñetas ni las caricaturas fueran ofensivas o blasfemas. Las publicaron en señal de protesta, para decirles a los terroristas que ni la ironía ni la sátira habían muerto y que el debate debería hacerse en esos escenarios sin recurrir a la violencia ni a la ejecución.

Yo personalmente me inscribo en esta escuela periodística y concibo esta masacre como un atentado en contra de una de las libertades más preciadas de la democracia: el derecho a morirnos de risa, y de recurrir a la ironía y la sátira para explicar los hechos que nos conmocionan. Y un mundo sin humor, sin provocadores, sin intelectuales, es un mundo inodoro, en el que solo pueden vivir los conformistas o los devotos. Un mundo en donde el derecho a opinar está constreñido por la religión o por la política, es un mundo sin arte, sin creatividad, sin humanidad.

Dice el filósofo francés Bernard-Henri Lévy, que luego de estos asesinatos en París los franceses tienen que enfrentarse a una prueba de tolerancia muy dura, si no quieren que todo lo sucedido termine favoreciendo a la extrema derecha de Marine Le Pen, cuyo discurso contra los inmigrantes y el islamismo es el centro de su exitoso mensaje político. Un desafío que según Bernard-Henri Lévy debe ser “enfrentado sin construir una muralla de fortaleza asediada” que le permita a Francia reaccionar sin aspavientos. La otra parte del desafío la tendrán los musulmanes franceses quienes tienen la tarea de demostrar que pueden controlar a las facciones extremistas dentro de su comunidad. Y mientras Francia vive su propio 11 de septiembre, el crecimiento de movimientos de izquierda, como Podemos en España y Syriza en Grecia, asusta más al gran capital que los extremismos musulmanes.

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