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El sucesor de Montealegre

Santos debería haber aprendido que es mejor elegir a un fiscal con grandes cualidades éticas que uno que quiebre la cerviz a cambio de burocracia y poder.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
14 de noviembre de 2015

Si el gobierno Santos no aprende la lección que le dejó la Fiscalía de Eduardo Montealegre, un fiscal arbitrario que se creyó reyezuelo y que se dedicó a llevar al poder a una camarilla corrupta que deja para que le guarde la espalda, estamos condenados a que el próximo fiscal sea del mismo molde.

Para que eso no suceda, el próximo fiscal no debería tener agenda propia, ni provenir de ese hueco gris que se crea entre quienes tienen acceso a la puerta giratoria, como sucedió con Eduardo Montealegre cuando renunció sorpresivamente a la Corte Constitucional para ir a asesorar a grupos económicos.

Que recuerde, esa es la primera vez que un magistrado prefiere renunciar al más alto tribunal al que puede aspirar un trabajador de la justicia para irse a engrosar sus bolsillos. Estaba en todo su derecho, ni más faltaba, pero en otro país, esa franqueza habría sido suficiente para que su nombre fuera descartado de cualquier terna para aspirar a un cargo en la justicia.

Hasta hoy nadie sabe si cuando Montealegre fue magistrado participó en fallos a favor de los grupos económicos que después terminó asesorando. Fue ternado por el presidente Santos y elegido por la Corte Suprema de Justicia a sabiendas de que iba a tener que declararse impedido para conocer los grandes escándalos, empezando por el de Saludcoop, por el de Fidupetrol, por el de los Nule y por el de InterBolsa. Como fiscal le tocó enfrentarse a sus propios conceptos que justificaban la utilización de los dineros públicos de la salud, de las regalías y de los anticipos de obras viales en cuestionadas inversiones, que fueron la punta del iceberg de grandes fraudes al Estado. Nada le hizo mella, pero la justicia sí quedó horadada en su prestigio. El modelo Montealegre impuso una justicia permisiva de los que van y vienen al poder a través de la puerta giratoria.

Yo ubicaría a Néstor Humberto Martínez, cuyo nombre suena con insistencia en la posible terna que se conformaría, en ese mismo universo gris, sin fronteras, porque proviene de la misma puerta giratoria de la que salió Montealegre. Entró a ser superministro de Santos a sabiendas de que era el gran asesor de los grupos económicos. A su salida del gobierno, se convirtió en el defensor de los azucareros del Valle y en par patadas se fue en contra del gobierno del cual había formado parte. Acusó a Pablo Felipe Robledo, el valiente superintendente de industria y comercio de poner unas multas que iban a acabar con la industria azucarera y ahora quiere que ese mismo gobierno del que se distanció tan pronto, lo terne para fiscal. Nada bueno puede salir de semejante cruce de cables, como no sea una versión recargada de Montealegre.

La otra lección que debería haber aprendido el presidente Santos es que es mejor elegir un fiscal independiente, con grandes cualidades éticas, que un fiscal que quiebre la cerviz a cambio de burocracia y de poder. El presidente Santos mimó a este fiscal pensando que iba a ser aliado en su proceso de paz y que le iba a hacer contrapeso al procurador.

Sin embargo, lo que hizo fue crear un pequeño esperpento que hoy se ha convertido en el principal saboteador de los acuerdos de La Habana, y en el enemigo más grande que enfrenta la ley de equilibrio de poderes.

Como no estuvo en la foto de la paz de La Habana, se fue a Nueva York con Natalia Springer para presentar desde la gran manzana los informes revolucionarios que iban a partir en dos la vida de Colombia. Como cualquier reyezuelo decidió poner en tela de juicio la amnistía que se le concedió al M-19 hace 25 años y como ese disparate no fue suficiente para que la prensa dejara de escudriñar su nómina paralela, ha propuesto el globo de la despenalización del aborto, en lugar de cerrar el proceso que le abrió a la actriz Carolina Sabino por haber abortado; investigación que no nos impulsa hacia la Fiscalía del siglo XXI, como nos prometió, sino que nos devuelve a épocas de la inquisición, anteriores a la revolución francesa cuando era permisible violar la intimidad de las personas.

Ahora anda de abogado de baranda, viendo cómo tumba el equilibrio de poderes, reforma que considera improcedente porque le quita poder a su camarilla y le crea un tribunal de aforados que se escapa de su control.

Para no elegir a un Montealegre 2, el nuevo fiscal debería ser un demócrata que sueñe con un país más justo y no con una Fiscalía más poderosa e inexpugnable. Por eso, a uno le gustaría ver a una persona como Yesid Reyes en la Fiscalía. El día que aceptó ser ministro de Justicia, cerró su oficina de abogados. El poder no lo obnubila porque vio lo poco que le sirvió a su padre Alfonso Reyes Echandía ser presidente de la Corte Suprema de Justicia el día de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19. Sabe lo que significa la reconciliación porque él la ha tenido que vivirla en carne propia y aunque es el ministro de Justicia de Santos, Reyes es mucho más independiente que Néstor Humberto Martínez o que el exministro de Gaviria, Fernando Carrillo. Volverse a equivocar, sería garrafal. Nuestra justicia no resiste ni un Montealgre, ni un Bustos, ni un Munar, ni un Ricaurte más.

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