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Una paz con sabor a mermelada

¿Quién se iba a imaginar que el fallo de la corte que moduló el 'fast track' les iba a servir a estos políticos no para debatir con altura los desacuerdos, sino para subir el precio de sus votos?

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
11 de noviembre de 2017

Pensé que ya habíamos visto todo en materia de vergüenzas en el Congreso, desde que Álvaro Uribe siendo presidente le pidió a Yidis Medina en la intimidad de un baño de palacio el voto que le faltaba para que el Congreso le aprobara su reelección inmediata, pero me equivoqué. (Ahora que los uribistas sufren del síndrome de memoria selectiva, no sobra recordar que Yidis accedió a darle el voto no por convicción, sino porque quería su cuota de mermelada).
El espectáculo deplorable protagonizado por la trinca que se ha montado en el Congreso entre el Partido Conservador, Cambio Radical y varios senadores de La U es tan impúdico como la arrodillada de Uribe ante Yidis en aquel baño de palacio.

Esos partiduchos –incluyo en esa lista al Partido Liberal cuyo apoyo a la paz tampoco ha sido gratis– han convertido la aprobación de los acuerdos de paz en una feria de mezquindades. Todos esos partidos, más conocidos por sus escándalos de corrupción que por sus aportes al ideario político, andan ahora en la indigna tarea de impedir que haya quorum en el Senado, amenazando al gobierno con hundir la JEP, que es la espina dorsal de los acuerdos de paz. Salen muy orondos sacando pecho ante los micrófonos para hacernos creer que su repentina insatisfacción con la JEP y con todo lo que huela al acuerdo de La Habana es producto de sus convicciones, cuando en realidad ese es su disfraz para ocultar su acto extorsivo.

Todos ellos son políticos sin convicciones, así las invoquen día y noche en sus reclamos y cuestionamientos. Los congresistas de La U, del Partido Conservador y de Cambio Radical que hoy tanto cuestionan la JEP fueron los mismos que aprobaron en 2016 el fast track y que luego les dieron el visto bueno a dos Actos Legislativos –el 01 y el 02 de 2017– que desarrollan los acuerdos de La Habana. Ni en ese entonces ni ahora lo hicieron por convicción, sino por mermelada. Que quede claro. ¿Cuánto le habrán costado al erario todas estas votaciones a favor de los acuerdos que dizque por convicción hicieron estos congresistas? ¿Cuánto costará el ajuste que va a tener que hacer para que le pasen la JEP en el Congreso? ¿Quién se iba a imaginar que el fallo de la corte que moduló el fast track les iba a servir a estos políticos no para debatir con altura los desacuerdos, sino para subir el precio de sus votos?

Desdecir de lo que se dijo es un deporte que no solo lo practican los políticos de la Unidad Nacional. Álvaro Uribe le dijo al presidente Santos al inicio de su gobierno, cuando todavía no habían peleado, que si Germán Vargas era nombrado ministro, él se iría del país. Hoy, el expresidente anda haciéndole guiños donde puede y como puede.

El uribismo no se sonroja cuando se proclama como el adalid de la anticorrupción –chuzadas del DAS, robo al DNE, saqueo de Saludcoop, por mencionar solo unos de sus escándalos– ni cuando dice defender la Constitución pese a que casi la acaba con la revivida del articulito.

La política en general se nos volvió pequeña, insignificante y exenta de grandeza. Pero, sobre todo, perdió la vergüenza: los políticos se rasgan las vestiduras porque consideran inmoral que los exguerrilleros de las Farc que se desarmaron y cumplieron con lo pactado puedan llegar al Congreso antes de ir a la JEP, pero en la penumbra cometen la peor de las inmoralidades: venden su voto en la intimidad de un baño, tras bambalinas, sin ningún pudor al mejor postor.
El presidente Juan Manuel Santos decidió impulsar este peligroso juego de pagar los apoyos a la paz con mermelada y terminó víctima de su propio invento. En estos momentos, en que tiene el sol a sus espaldas y la mermelada es escasa porque ya la olla está raspada, está viendo cómo hasta su partido, La U, ni siquiera le reconoce su voz de mando. Si no hay más mermelada, la paz va a quedar comprometida. A esa indigna condición ha quedado sometido un pacto histórico que acabó con 54 años de guerra. Si hubiera alguna lógica, a esa clase política extorsionadora se le debería castigar en las próximas elecciones.
El presidente Santos se ha dado cuenta ya muy tarde de que sacar un acuerdo de paz por la vía de la extorsión es la manera más fácil de llevarlo al fracaso.

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