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Masas y Poder

Las masas igualan y potencian, pero también despiertan el impulso destructivo. El gobierno acertó, el Congreso se debilitó y los convocantes no tuvieron propósitos claros.

Juan Manuel Charry Urueña, Juan Manuel Charry Urueña
11 de diciembre de 2019

Las marchas y concentraciones ocurridas a partir de 21 de noviembre han sido principalmente comentadas desde el punto de vista jurídico, como ejercicio del derecho constitucional de manifestación pacífica, sus desmanes y posibles limitaciones; así mismo desde el punto de vista político, como crisis de representación de los partidos y del Congreso; e igualmente desde la perspectiva social, como la insatisfacción de distintos sectores con las políticas gubernamentales en materia de trabajo, seguridad social y régimen fiscal, unido a los inequitativos repartos de riqueza y oportunidades.

No obstante lo anterior, hay otras visiones, por ejemplo, Manuel Castells que se refiere al fenómeno global de las marchas a lo largo y ancho del planeta, desde las marchas contra el capitalismo en Wall Street, las protestas contra el régimen en Hong Kong, y las recientes manifestaciones en Chile y otros países de América del Sur. Todas marcadas por la exigencia de reconocimiento de la dignidad de las personas y mayor equidad, ante una democracia representativa desgastada e insuficiente. No se puede dejar de mencionar a Ortega y Gasset, en su libro La Rebelión de las Masas, tal vez el primero en advertir el advenimiento de este nuevo poder social. Más recientemente, Michael Hardt y Antonio Negri, calificados como posmarxistas, en su libro Multitud  se aventuran en este nuevo concepto contra el Imperio, en aras de una nueva democracia global.

Elías Canetti, en Masas y Poder, aborda este tema con una perspectiva más profunda, su punto de partida es el temor del hombre a ser tocado por lo desconocido, por eso, guarda distancias y construye barreras, en cuanto más poder e importancia se tiene más distancia se procura. Sin embargo, el hombre en la calle se iguala y en la masa redime su temor, se despoja de la diferencia, se siente igual a los demás, la masa potencia su poder, allí emerge su impulso de destrucción, primero frente a lo frágil -vidrios y cristales- , luego pudiendo llegar al uso del fuego, la masa que incendia se siente irresistible. Las ciudades son más propensas a la aparición de las masas. Si las masas son atacadas desde el exterior se fortalecen, mientras que desde adentro se debilitan. Hay masas domesticadas, que concurren a ceremonias y espectáculos, con tiempos limitados y personas identificadas. Las masas siempre quieren crecer, en su interior reina la igualdad, ama la densidad, necesita propósito y tiene ritmo en la marcha y en la arenga.

Según Elías Canetti hay 5 tipos de masas: la de acoso, cuya meta es de ejecución rápida; la de fuga, que huye ante la amenaza; la de prohibición, que congrega a los afectados y destruye si se le amenaza; la de inversión, que juzga y pretende variar el orden establecido; y la festiva, donde las prohibiciones se suspenden y la abundancia se derrocha.

Se podría decir que las marchas actuales revindican la dignidad y reclaman equidad; que ponen en evidencia las limitaciones de la representación política y los canales de comunicación entre los gobernados y los gobernantes; que las calles y las plazas son escenarios políticos renovados para cualquier ideología; que las bases demandan una mayor inclusión política y social; que quienes marchan, cuando lo hacen se sienten más iguales y más influyentes y poderosos; que la represión las fortalece, mientras que la disuasión y el desgaste las debilita; los marchantes corresponderían a masas de acoso o de inversión, cuya dirección no está suficientemente clara.

Así las cosas, el gobierno acertó en no reprimir las manifestaciones y en disuadir mediante el diálogo. Los convocantes se equivocaron al sumar propósitos diversos no siempre claros. El Congreso y los partidos políticos quedaron advertidos que no son el canal idóneo para tramitar las insatisfacciones de los ciudadanos. Los manifestantes fueron partícipes de la igualdad circunstancial, se sintieron influyentes y con capacidad transformadora, y en ocasiones se dejaron llevar por el primario impulso destructivo.

 

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