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COLUMNISTA INVITADO

La cochinada de la mermelada

Yo era una talanquera en la Comisión Primera Constitucional y querían salir de mí por la vía de la mermelada.

Semana.Com
29 de enero de 2014

La mermelada colombiana es la más perversa y sofisticada modalidad de corrupción, por cuanto es cocinada en las propias estufas del Palacio de Nariño donde, se supone, ejerce el cocinero mayor, que encarna la majestad de la Nación.

Como la Presidencia se corrompió, no hay manera alguna de corregir las demás modalidades de corrupción que quedan santificadas a lo largo y ancho del país. Ahora sí: ¡Que venga el diablo y escoja! 

Porque el buen ejemplo presidencial es el principal instrumento para orientar las conductas ciudadanas. Y el mal ejemplo es una patente de corso para que todo mundo robe como le venga en gana. 

O mejor dicho, para que sigan robando porque la mermelada no es un invento de Santos. Todos los presidentes, llámense Samper, Pastrana, Uribe y desde antes, Gaviria, entre otros, han endulzado las votaciones y enriquecido a muchos congresistas. Estos posan de honrados ante los medios de comunicación pero se burlan en privado de las tiernas ovejas que los eligieron.

No olvidemos que Samper no paró en la cárcel porque endulzó a muchos de los congresistas de la comisión de acusaciones, como Heyne Mogollón, Octavio Zapata y otros que, todavía, merodean buscando más mermelada.

Recordemos también que Pastrana gobernó -dulce en mano- para poder implementar sus leyes, a menudo contrarias al querer de la Constitución de 1991, como cuando instauró una aplanadora de mermelada para que le pegaran un sablazo al querer de los constituyentes, recortando la salud y la educación.

Menos aún se debe olvidar que Uribe se hizo reelegir a punta de mermelada y le entregó notarías a varios parlamentarios, entre ellos a Yidis y a Teodolindo.

A propósito de esa Presidencia, recuerdo que cuando yo estaba en licencia del Senado, fui a Santander de Quilichao a un consejo comunitario. Allí, a viva voz y ante un gran público, el presidente me saludó y me dijo que me había mandado una razón con un senador (el que me estaba reemplazando en la licencia). A los tres días, me lo encontré y le pregunté la razón del presidente para mí:

- Pues -me respondió -que hay 15.000 millones de pesos para sus indígenas, pero si es poco, que diga cuánto es. Y que además, me podría enviar a cumplir una función diplomática en la ONU.

Yo le repliqué: 
-¿A cambio de Qué?
-Pues de que renuncie a regresar de su licencia como senador.

O sea que el señor que me estaba reemplazando se quedaría por toda la legislatura, cumpliendo la tarea de senador del uribismo. Yo era una talanquera en la Comisión Primera Constitucional y querían salir de mí por la vía de la mermelada.

Por supuesto que no acepté y preferí continuar mi vida con la conciencia limpia. Y hoy puedo decir sin rubor, que jamás acepté dádiva alguna de los gobiernos.

Por eso, empecé mi campaña al Senado indígena con el lema “no más mermelada, no más cochinada” porque reconozco que ese es el principal descrédito que tiene el Congreso. Los votantes exigen compromisos claros que nos diferencien de los avivatos que van al Congreso (no todos) a hartarse de mermelada hasta reventar, de diabetes política.