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MISION IMPOSIBLE

Semana
19 de agosto de 1996

Es obvio que cuando Humberto de la Calle aceptó, muy a regañadientes, ser el compañero de fórmula de Ernesto Samper, lejos estaba de imaginarse que su función como suplente del Presidente fuera a transformarse en el angustioso papel de fórmula de salvación institucional que el destino le ha exigido jugar. Pero, con el paso de los meses, la esperanza que ofrecía tener a un hombre de la verticalidad de Humberto de la Calle listo para asumir el relevo presidencial se ha debilitado. Cada vez más la opinión está considerando a De la Calle como un factor de confusión más dentro de la crisis que tiene como epicentro al presidente Samper, a quien, para su permanencia forzada en el poder, le conviene sembrar confusión sobre las posibles, y sobre todo sobre la más posible, fórmula para sucederlo. Desde luego, nada de esto es culpa de De la Calle, como algunos pretenden achacársela, al acusarlo de que "ni chicha ni limoná". Cualquiera que hubiera sido el vicepresidente estaría en la misma situación, frente a un Presidente desesperadamente aferrado a su cargo y frente a un país extremadamente polarizado. Llámese Humberto, Juan o Pedro, al vicepresidente estarían exigiéndole lo mismo que al actual: los samperistas, que De la Calle se enfrente a la conspiración. Y los antisamperistas, que De la Calle tumbe a Samper. Y así como no puede hacer ni lo uno ni lo otro, tampoco puede hacerlo en casi nada de lo demás. No podía ni avalar la inocencia de Samper, ni cuestionarla. Ni ser un embajador doblegado ante el gobierno, ni rebelársele. Ni callarse frente a la crisis, ni comentarla. Ni quedarse en Madrid, ni venir a Bogotá. Ni escribir un comunicado sobre la cancelación de la visa de Samper, ni no escribirlo. Ni renunciar a la embajada, ni seguir de embajador. Por cuenta de esta especie de misión imposible, que es el ejercicio de la vicepresidencia para Humberto de la Calle, todo lo que ha hecho, haga o siga haciendo tiene una doble lectura que deja descontentos a los dos bandos que dividen actualmente a los colombianos. Está, inevitablemente, quedando mal con ambas partes, lo que hace que su nombre como solución institucional de la crisis esté prácticamente perdido, y que también, si no se define, esté perdiendo la posibilidad de aspirar a la Presidencia en el 98. En una palabra, De la Calle está chamuscado. Para salvarse como solución institucional lo único que tenía que hacer era no ofender ni a Samper, ni al Congreso. Con la visita a Hernán Echavarría, que les dijo mafiosos, los ofendió a los dos. Y luego procedió a escribir el comunicado sobre la cancelación de la visa a Samper, antes incluso de que el gobierno expidiera su propio comunicado, que produjo la violenta reacción de Serpa en su contra. Hasta ahí, el odio de Samper hacia De la Calle no había salido de la esfera personal. Pero a partir de entonces, Samper encontró la forma de legitimizar este odio, dándole a De la Calle el tratamiento de adversario político. Como están las cosas, veo casi nula la posibilidad de que el vicepresidente llegue a Presidente, salvo que suceda un golpe de Estado o una invasión de Estados Unidos. Porque lo que es por la vía de la renuncia de Samper, que depende, al fin de cuentas, de un acto voluntario de su parte, olvidémonos. La sucesión de De la Calle es una fórmula institucional en un país en el que casi ninguna institución está funcionando: la Presidencia no tiene prestigio ni legitimidad, el Congreso no falla en derecho, los fallos no se acatan. Por eso el hecho de que sea la Constitución la única garantía de De la Calle, ya casi carece de peso, porque sus posibilidades ya no juegan en el campo de las instituciones sino en el campo político, y el que tiene ahí la última palabra es el propio Samper. Si lo que estoy diciendo no fuera verdad, nadie en el país, samperista o no, estaría hablando de tercerías. Y ya hay muchos, samperistas y no, que lo están haciendo por una razón muy clara: porque Samper está taponado con la vicepresidencia de De la Calle. En cuanto a las posibilidades de ser Presidente en el 98, estas dependían del acto vertical de renunciar, no sólo a la embajada, sino también a la vicepresidencia. Pero como vicepresidente, De la Calle tiene injustamente para los conspiradores el mismo defecto que le achacaban los gringos a George Bush: "The wimp factor", lo que exactamente quiere decir "ni fu ni fa", o "ni chicha ni limoná". Los conspiradores aceptan a De la Calle como alternativa de solución institucional, porque es el vicepresidente, y está ahí. Pero ya como candidato presidencial no será suficiente con que De la Calle sea el hombre íntegro que es, sino que se le exigirá un rompimiento previo con Samper que lo convierta en un auténtico jefe de la oposición. Pero, aún así, habrá algunos, a lo mejor muchos, a quienes no se les olvide jamás que De la Calle fue el compañero de fórmula presidencial de Samper. Me parece injusta, tremendamente injusta, esta misión imposible que está ejerciendo Humberto de la Calle, una clara víctima de las circunstancias políticas del país. Ahora, al renunciar a la embajada en España, le tocará regresar al país a seguir administrando la inevitable ambivalencia en la que se encuentra, y a seguir resolviendo el dilema permanente de su situación: no podrá llegar al país a hablar, pero tampoco a quedarse callado.

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