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Míster Marshall

Lo del Forec más parece una operación publicitaria exitosa del gobierno de Pastrana que una bien lograda operación de rescate de la región devastada.

Antonio Caballero
8 de enero de 2011

Ahora viene la reconstrucción del país devastado por el invierno. Y es ahí donde empieza a jugársela de verdad en obras, este nuevo gobierno que de palabra y en promesas ha complacido tanto a tantos. La recuperación de una catástrofe es, dicen, una oportunidad. Sin duda. Para mal, si se hace como casi siempre, o para bien, si se hace bien.

Lo cual es raro. Aunque me acusen de pesimista consuetudinario y de negativista profesional, debo decir que recuerdo pocos casos de reconstrucciones que se hayan hecho bien. ¿Recuerdan los lectores lo que fue la reconstrucción de Armero, arrasado por el volcán del Ruiz? ¿Recuerdan aquellos cuchitriles ardientes como hornos crematorios que les "reconstruyeron" a los damnificados? También hay que tener en cuenta, lo sé, que llegaron damnificados de todo el país: muchos más que los que habían habitado en Armero (y eso sin contar a los muertos). Pero es que Colombia es un país de damnificados profesionales y consuetudinarios (sin contar a los muertos). Y no les faltan razones.

Se habla muy bien, en estos días, de lo que fueron los trabajos del Fondo de Reconstrucción Económica del Eje Cafetero (Forec) tras la devastación del terremoto de Armenia hace 12 años, Fondo al cual el Estado le insufló entonces nada menos que un billón setecientos mil millones de pesos. Pero tampoco lo del Forec fue tan lindo como lo pintan: hubo cientos de denuncias periodísticas sobre corrupción, ineptitud e ineficiencia, y docenas de investigaciones -algunas todavía en curso, otras olvidadas o periclitadas, otras más precluidas, algunas condenatorias- por parte de la Contraloría, de la Fiscalía, de la Procuraduría. Claro está que estas instituciones, a su turno, son tan poco de fiar como lo fue el Forec mismo. Pero recuerdo el testimonio fotográfico de las grietas surgidas en pocos días en las casas edificadas por el Forec para quienes habían perdido las suyas en el terremoto, nuevamente perdidas por la desidia oficial. Porque -sí, ya lo sabemos- Colombia es un país de terremotos y de volcanes, de inundaciones y de sequías, de contratos fallidos o tramposos, y de víctimas que, sin cesar, se quejan.

Visto hacia atrás, y por lo que según cuentan es hoy la situación económica y social del Eje Cafetero -la región de Colombia que más personas ha expulsado al exilio económico a España y los Estados Unidos-, lo del Forec más parece una operación publicitaria exitosa del gobierno -Andrés Pastrana se trasladó con su gabinete en pleno a despachar desde las ruinas de la catedral de Armenia- que una bien lograda operación de rescate de la región devastada.

Insisto: no se hacen muchas. En lo internacional, ¿la de Berlusconi en el pueblo italiano de L'Aquila derrumbado por el terremoto de hace dos años, donde se tomó fotos y quiso organizar una reunión del Consejo de Europa? ¿La de Nueva Orleans barrida y anegada por el huracán Katrina, cuando Bush felicitó desde un helicóptero a los funcionarios responsables de no haber tomado precauciones ante la devastación anunciada? ¿La emprendida en Irak por la Halliburton de Cheney y otras empresas saqueadoras que no han podido, en una década, ni poner a funcionar de nuevo la pujante industria petrolera local machacada por sus propios bombardeos? ¿La de Haití? ¿Qué me dicen de la reconstrucción de Haití, confiada nada menos que a la ONU, que se limitó a enviar tropas que transmitieron la enfermedad del cólera, y a Bill Clinton, quien se limitó a declararse horrorizado por el espectáculo? ¿O la penosa y larga y todavía sin terminar reconstrucción del Vietnam devastado por la guerra, que pretendió hacerse "con las propias fuerzas", como la propia guerra?

Escarbando en la historia puede encontrarse alguna reconstrucción bien hecha: tal vez la de Lisboa a raíz del espantoso terremoto de 1755, bajo la firme y sabia dirección del marqués de Pombal. Sí: pero Pombal tuvo que ahorcar a mucha gente, y luego él mismo cayó en desgracia por haberse enriquecido en demasía con el espléndido negocio inmobiliario que dejó el terremoto en la ciudad deshecha.

Me dirán: el Plan Marshall, que rescató a Europa de las ruinas de la Guerra Mundial.

Les diré: vayan a ver una admirable película cómica de Luis Berlanga de los años cincuenta titulada Bienvenido, Míster Marshall. Cuenta la historia de un pueblito de Castilla que, para cortejar la ayuda norteamericana, se disfraza de pueblito andaluz, blanco de cal y lleno de macetas de flores y de mujeres que bailan y cantan. Pasa por fin el largo Cadillac cerrado del secretario de Estado de los Estados Unidos, Míster Marshall, a toda velocidad, sin detenerse, y deja atrás el pueblo blanco vestido con una nube de polvo.