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Monsieur Marulanda

Sin mover un dedo, y por no moverlo, las Farc han obtenido más bombo internacional que en los días delirantes de la presencia frívola de pastrana

Antonio Caballero
8 de diciembre de 2007

El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se dirigió a los secuestrados de las Farc por las ondas cortas de Radio Francia Internacional, para que pudieran oírlo. Y a Manuel Marulanda, jefe de las Farc, por la pantalla de la televisión francesa. No habiendo cable en la selva, no podía verlo ni oírlo. Luego se trató, literalmente, de un pantallazo. Sarkozy hablaba en realidad para los televidentes franceses, que por otra parte son los únicos sensibles a expresiones tan sensibleras como "Oú est donc passé son sourire?" (¿Dónde quedó su sonrisa). ¿O es que cree Sarkozy que Tirofijo es lector de Paris Match? Y más sentimentaloiderías demagógicas para la galería local: "Doy forma a un sueño: el de ver a Íngrid en medio de los suyos para Navidad". Pour Noël. No soñó Martín Luther King cuando pronunció su famoso discurso antirracista "tengo un sueño" que detrás vendría una ola de oportunistas a machacarle la frase. Y más: "Señor Marulanda (Monsieur Marulandá): le pido solemnemente que suelte a Íngrid y no cargue sobre su conciencia el riesgo que le haría pesar su desaparición. (...) Señor Marulanda, hay que salvar a una mujer en peligro de muerte".

Insisto: pantallazo. Por loca que sea su megalomanía no puede el presidente Sarkozy creer en serio que su "solemne" discurso televisado y su "compromiso" de "implicación personal" van a reblandecerle el corazón y sacarle los colores a la cara al viejo jefe inflexible de una guerrilla implacable, ni que lo va a asustar con la amenaza de que tendrá remordimiento y pesadillas. No sería la de Íngrid la única muerte que se haya echado a cuestas Tirofijo desde las dos monjitas aquellas de hace medio siglo, como no es tampoco Íngrid la única mujer que está en peligro de muerte. ¿No se ha enterado Sarkozy de que Tirofijo está en guerra? Y tampoco puede creer en serio que las Farc van a liberar a sus rehenes por consideraciones humanitarias: si sus consideraciones fueran humanitarias, no los hubieran secuestrado. En la misma línea de falta de seriedad, el presidente Álvaro Uribe ha llegado a decir, con el tono de quien hace un sacrificio, que él "no se opondrá" a que los dejen libres por darle gusto a Sarkozy, con tal de que eso se haga con discreción y sin publicidad. Pero ¿de verdad cree alguien serio que, así Uribe generosamente se abstenga de oponerse, las Farc van a desprenderse de sus valiosas presas a cambio de nada? Sus condiciones siempre han estado claras. Por los cientos de secuestrados económicos (y hasta por sus cadáveres) piden rescate. Por las docenas de secuestrados políticos, despeje.

Y que no se diga en serio que tienen la obligación (¿moral? ¿Contractual) de liberarlos porque Uribe por su parte le dio gusto a Sarkozy liberando él a Rodrigo Granda y a cien guerrilleros más a cambio de nada (o no sabemos a cambio de qué). El intercambio llamado humanitario (que en realidad es político) no es una concesión mutua pero unilateral de favores no pedidos. Es un intercambio. Un trueque. Un negocio. Si se quiere que los secuestrados vuelvan con sus familias, vivos o muertos, no hay sino dos posibilidades: o el rescate militar a sangre y fuego, con más sangre que fuego; o la negociación bilateral entre el gobierno y las Farc.

Entre tanto, y sin mover un dedo, y precisamente por no moverlo, las Farc han obtenido más bombo internacional que en los días delirantes de la presencia frívola de Andrés Pastrana, cuando en el Caguán recibían en audiencia a embajadores y banqueros y sus representantes viajaban por todo el mundo por cuenta del gobierno. Porque si Uribe pretendía que todo se hiciera sin publicidad, y sin embargo se le ocurrió meter de intermediarios a dos exhibicionistas compulsivos como Hugo Chávez y Nicolas Sarkozy... pues, caramba: sólo cabe asombrarse ante su inteligencia superior.

Dice el presidente Sarkozy que, más allá del caso de su compatriota Íngrid, él seguirá "redoblando los esfuerzos para contribuir a encontrarle una salida al conflicto colombiano". Y esa creencia en los efectos benéficos de su intervención, aún sumada a las de los gobiernos de la Unión Europea y de Argentina, y a las ya fallidas de Cuba y Venezuela, revela que no ha entendido ese conflicto. Es un conflicto interno. Con raíces políticas, sociales y económicas lo bastante profundas y vigorosas como para haberlo hecho durar medio siglo. No se resuelve con el simple gesto de cortesía de empezar a llamar "monsieur Marulandá" al jefe de la guerrilla para que este, sintiéndose halagado, deponga sin más contrapartida las armas que ha empuñado durante cincuenta años.

Me gustaría estar equivocado.

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