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MONUMENTO A DICK TRACY

Las buenas tiras cómicas -único aliciente verdadero para leer los periódicos- es otra especie en vía de extinción.

Semana
10 de abril de 1995

LOS DOMINGOS YA NO TIENEN SENTIDO. Hace unos años el amanecer dominical tenía el atractivo delicioso de agarrar el periódico del día, perfectamente doblado, fresco y oloroso a tinta. Inclusive algunas páginas se pegaban unas a otras con los bordes mal cortados del papel y hacían de la labor de separación una especie de rito de ruptura de la virginidad del diario, en la búsqueda de los misterios escondidos en su interior.
Salvo por la limpieza de los cortes de las guillotinas de hoy, que ya no dejan pegar las páginas, aquel placer sigue existiendo, y en ese aspecto los domingos siguen siendo iguales. Pero la diferencia entre antes y ahora está en la sección más importante del periódico del domingo: las tiras cómicas.
Para nadie es un secreto que un buen periódico se distingue de uno malo por las tiras cómicas. El resto es relleno. Pero es que antes había verdaderas tiras cómicas, auténticas aventuras, monitos de calidad. Lo de ahora es de llorar.
Un repaso superficial lo demuestra.
Imagínese que usted está en su cama -es domingo-, y hay tiempo suficiente para deleitarse con las aventuras de Tarzán, serie que no necesita presentación. El hombre mono en guayuco, encaramado en Tantor y seguido de cerca por Chita y Jane, en ese orden, maneja los asuntos de la selva con puño de hierro. Voltea la página y está Mandrake, el mago, absurdamente ataviado con su capa y peinado al óleo, enredado en toda suerte de problemas delicados que afronta a título personal o por cuenta de la agencia Inter Intel, que siempre serán resueltos con inteligencia y magia, y con la valiosísima ayuda de Narda (¿amiga, amante?) y Lotario (¿amigo, amante?).
O la exquisita y apasionante cursilería del Diario de una Vida, ilustrada con la inconfundible viñeta de las dos muchachas, la rubia y la morena, intercambiando secretos. O las historias de Roldán el Temerario, casi siempre al volante de un convertible deportivo. O las aventuras de uno de los personajes mejor logrados, Brick Bradford, capitán del trompo del tiempo y amor platónico de... ¿Dalia? Ya no me acuerdo. O las relaciones grotescas de Pancho y Ramona en Educando a Papá, tras cuya lectura uno terminaba odiando a Ramona y adorando a Perico, el dueño del café. O las anécdotas mil veces repetidas de las Maldades de Dos Pilluelos, al respaldo de las cuales siempre estaban los sucesos increíbles de Aunque Usted no lo Crea, de Ripley. En El Siglo, si no estoy mal.
Capítulo aparte merece Dick Tracy, el extraordinario detective del sombrero de cinta, el transmisor de pulsera y el cupé del espacio, que llegó a emparentar interplanetariamente tras el matrimonio de su hijo Junior con Lunita, la de los cuernos de carne. Por esta tira cómica desfilaron varios de los mejores personajes de todos los tiempos, como Matty Cuadrado, Mitad o Arrugas. Han debido declarar a Dick Tracy patrimonio de la humanidad para que no desapareciera, como Cartagena.
Había varios personajes absurdos, pocos de los cuales viven aún. Benitín y Eneas, Ferdnand, el Tío Barbas, el Azente X-9. Rip Kirby, La gata de Tobita, Luis Ciclón y Charlie Brown, aunque, con el perdón de todos, éste nunca me ha gustado mucho. Estaban también el profesor Nimbus, con su pelo solitario, Don Fulgencio y Radragaz, éste último revivido esporádicamente por Osuna. Y un primitivo maravilloso que se publicaba en Barranquilla y que si mal no estoy se llamaba Trucutú.
En medio de la dramática extinción de los héroes de las tiras cómicas sobrevive imponente Modesty Blaise, la mejor de todos los tiempos, quien al lado de Willy Garvin ha ido ganando día a día en trazo, en emoción y en sutileza.
Comparar a Dick Tracy y su pandilla con lo de ahora raya en la grosería. Las aventuras dominicales parecen unos folletos escolares para que los niños aprendan a recortar y a dibujar, adobados con unas historietas flojas, entre las que se salvan Calvin & Hobbes, Olafo y, tal vez (sólo tal vez) Garfield. El Fantasma, de Lee Falk, el famoso Duende que Camina que retozaba en la playa dorada de Khela Wee y alimentaba su mito desde la Cueva de la Calavera, sucumbió ante los encantos de Diana Palmer y vive una existencia vergonzosa de pequeño -burgués en medio de la manigua.
De un tiempo para acá apenas uno abre el ojo en domingo sólo le dan ganas de seguir durmiendo.

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