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MORDER A UN PERRO

Antonio Caballero
8 de julio de 1996

La OEA acaba de votar contra los Estados Unidos. Repitámoslo más despacio, porque es tal vez la primera vez en la historia que semejante cosa ocurre. Y no sólo en la historia de la OEA, que sólo tiene 50 años, sino en la de los estados americanos, desde la convocatoria del Congreso Anfictiónico hace casi dos siglos. Repitámoslo: la Asamblea de la Organización de Estados Americanos, OEA, reunida en Panamá (sede de aquel frustrado Congreso), acaba de votar una resolución condenando la arrogancia de los Estados Unidos, que pretenden dar vigencia extraterritorial a su 'Ley Helms-Burton' que sanciona a los países o particulares que negocien o comercien con Cuba. Infinidad de veces la Asamblea de la OEA había votado contra alguno o algunos de sus miembros: contra la propia Cuba, para expulsarla; contra la República Dominicana, para invadirla; contra la Argentina, para aislarla. Pero siempre por iniciativa de los Estados Unidos, y siempre para servir sus intereses o sus caprichos. Esta vez vota contra ellos. Y es la primera vez que la despreciada OEA produce una noticia registrada por la prensa mundial, en aplicación del aforismo periodístico de que si un perro muerde a un hombre no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro sí lo es. Esta vez la OEA acaba de morder _oh, en el tobillo apenas_ a los Estados Unidos, y la noticia es noticia. El perro mordido se indigna. La embajadora norteamericana ante la OEA, Harriet Babbit, asegura que el voto casi unánime de los países americanos contra el suyo es "cobardía diplomática" y "flagrante intervencionismo" Se le podría objetar que rechazar el intervencionismo _la ley Helms-Burton es abiertamente intervencionista, no sólo contra Cuba, sino contra el mundo entero no es intervencionismo; y que enfrentarse a los Estados Unidos puede ser insensatez, pero en ningún caso es cobardía. Objeciones inútiles, porque un perro mordido no razona. En el peor de los casos, se vuelve rabioso; en el mejor, se acobarda. Hace un par de meses, hablando ante los militares colombianos, el embajador norteamericano Myles Frechette explicaba que la soberanía ya no es lo que era. Quería decir con eso que ya ningún Estado es soberano frente a la arrogancia intervencionista de los Estados Unidos, perro guardián destinado por la Providencia a morder a quien le dé la gana. En el aspecto militar, claro está, en el que la soberanía ha dependido siempre del tamaño de los dientes: así, los Estados Unidos han invadido en los últimos años a quien han querido y en donde han querido, a Panamá y al Irak, a Somalia y a Bosnia, sin que les haya respondido nadie ni siquiera con un ladrido de advertencia. Pero también en el campo económico: han castigado al Brasil por fabricar computadoras, a la China por copiar patentes, al Japón por producir automóviles baratos, a Francia por hacer cine en francés, a Irak por exportar petróleo, a México por exiliar trabajadores, a Colombia por sembrar coca. Y en el campo ideológico: se han erigido en árbitros de lo que es o no es democracia _en Nicaragua, en Polonia, en la India, en el Sudán_, y en jueces de lo que son o no son derechos humanos _en Irlanda, en Suráfrica, en Siria, en Rusia_. Y en el campo judicial y policíaco: han decidido qué tipo de delitos y cuáles delincuentes deben ser juzgados y castigados por los tribunales norteamericanos, secuestrados si es preciso o asesinados si es necesario, así se trate de jefes de Estado. Y ahora también en el ámbito legislativo: las leyes votadas por el Congreso norteamericano y sancionadas por su presidente esta ley Helms-Burton, que tiene el objetivo declarado de "ayudar a restablecer la democracia en Cuba" tienen vigencia universal. Es bueno que haya sido la OEA, esa cincuentenaria charca de abyección de los países de América frente a la arrogancia imperial del país del señor Frechette, la que haya dado el primer mordisco, o para no exagerar el primer gruñido de amenaza en los hocicos de la fiera. Esa OEA habitualmente tan indigna, tan miedosa, tan con el rabo entre las piernas. El México de Zedillo, que acaba de entregar el control de su petróleo. La Colombia de Samper, tan infructuosamente arrodillada. El Perú de Fujimori, la Argentina de Menem, la Nicaragua de Violeta de Chamorro, el Panamá de no sé ya cuál vicepresidente encargado. Es bueno que sea la OEA la que le alce la voz a los Estados Unidos, porque viniendo de ella la protesta viene de lo más humillado y sometido: envilecido. A lo peor el perrote guardián se vuelve rabioso. Pero a lo mejor se asusta y sale corriendo. Esos perros tan grandes suelen ser cobardes.