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¿Muertos mal contados?

Coronavirus: ¿Era esta la causa para detener la economía y transformar nuestras vidas?

Eduardo Behrentz
22 de abril de 2020

La tasa anual de mortalidad mundial es del orden de 8 por cada 1.000 habitantes. Esto es unos 60 millones de muertes al año, o unos 160.000 decesos diarios. Esta última cifra es similar a la totalidad de las muertes causadas por el coronavirus en los últimos tres meses, lo que a su vez significa que la enfermedad que tanto nos trasnocha ha sido responsable del 1% de la mortalidad mundial.

La pandemia del coronavirus y sus implicaciones socioeconómicas y geopolíticas son, sin duda, el mayor desafío de nuestra generación. Muchos de nosotros no sabíamos lo que era una verdadera disrupción en nuestras vidas cotidianas, ni habíamos enfrentado un futuro cercano con tanta incertidumbre. Sin embargo, a pesar de las tragedias personales e institucionales que ya son parte del legado de esta enfermedad, creo legítimo que nos preguntemos si esta era realmente la causa que ameritaba tantas acciones, tan profundas, de parte de tantos gobiernos alrededor del mundo.

Sin pretender trivializar lo que significa enfrentar el 100 por ciento del dolor cuando somos nosotros o nuestros seres queridos quienes lo sufren, insisto en la validez de preguntarnos si nuestra respuesta al covid-19 ha sido correcta en sus proporciones y justificaciones.

Por ejemplo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), la malnutrición es el factor individual que más enfermedades genera alrededor del planeta. Más de 2,5 millones de menores de 5 años fallecen cada año por causas directa o indirectamente relacionadas con tal condición. ¡Cinco cada minuto! ¿Cuántos de ellos logran titulares de prensa o un lugar en los discursos apasionados de nuestros líderes políticos?

Según la misma FAO, en Colombia más de la mitad de los hogares padecen de algún nivel de inseguridad alimentaria y más de medio millón de niños sufren de desnutrición crónica. Miles de infantes de la comunidad wayúu han fallecido por falta de acceso al agua potable. ¿En dónde está el conteo diario y los obituarios de esas muertes? ¿En dónde estamos todos nosotros clamando por una solución efectiva e inmediata? ¿Si el mundo está en carrera para encontrar la vacuna contra el virus, no será viable también una carrera para vencer el hambre?

Me pregunto si el nivel de conciencia mundial asociado con la covid-19 no tendrá algo que ver con la poderosa narrativa que le rodea, y que se alimenta por sí sola, en el nocivo ecosistema de redes digitales: un mal misterioso que proviene de una región que no conocíamos y cuyas costumbres alimentarias encontramos exóticas. Un virus contagioso como ningún otro, que no solo afecta a unos pobres del África Subsahariana (o la Alta Guajira), sino también a gobernantes de potencias económicas, príncipes y monarcas, estrellas de cine y deportistas de renombre.

La crisis del coronavirus nos ha demostrado que es posible unirnos para enfrentar causas comunes. Que es posible alinear los intereses de los ciudadanos (ahora filántropos y generosos) y de todos los sectores económicos. Que es posible encontrar prioridades armónicas para los diferentes agentes del Estado. La deuda que nos queda, creo yo, es preguntarnos si no existen otras causas, quizás más importantes y más urgentes, en las que podamos hacer uso efectivo de ese aprendizaje y esas inéditas capacidades solidarias.

¿Qué tal si no levantamos la declaratoria de emergencia hasta que no solucionemos el acceso universal al agua potable? ¿Qué tal si no volvemos a lo mismo hasta que no tengamos un plan para que la impunidad criminal en el país no siga siendo del 99%? ¿Qué tal si consideramos igual de inaceptable que se muera un adulto por coronavirus que un niño por desnutrición? No debemos volver a la normalidad. Ya nos dimos cuenta de que la normalidad es el problema.

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