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Defensas del Norte del Cauca

Colombia está en octavos en el Mundial de Rusia, y a millones nos pasa que andamos con la piel en alerta máxima de emoción colectiva, respiramos y nos movemos de otro modo, porque algo común flota en el ambiente cuando compartimos el desasosiego por los días que faltan para el siguiente partido.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
2 de julio de 2018

Así es vivir esa única felicidad indiscriminada y general de Colombia, la de los goles de la selección cada 4 años en un Mundial. Hay mucho que agradecer a la selección, pero si a las alegrías que nos han dado les sumamos que ya no nos matamos celebrando sus triunfos, el logro nacional es infinitamente mayor.

En este 2018, Yerry Mina se ha convertido en el gran protagonista desde que abrió el marcador contra Polonia con un gol cargado de ganas, de precisión y de cabeza. Luego vinieron el gran gol de Falcao, al que todos sentimos justo como ningún otro, y Cuadrado cuando remató dándonos el goce infinito de saborear un triunfo con sabor a goleada. Después llegó el partido del jueves y Yerry la volvió a hacer contra el durísimo Senegal, y cuando el balón rompió la malla por los aires, inalcanzable, se nos paralizó el corazón a millones que lloramos de emoción con la clasificación. Somos cabeza de grupo gracias a tu gol, y vamos para octavos. ¿Qué se siente, Yerry, sentirse tan amado?

No fue fácil para Yerry sacar adelante su aspiración de ser futbolista profesional, y no solo porque cargaba bultos en la galería para ganarse mil pesos o caminar por kilómetros de cañaduzales para ir de su casa en Guachené a la cancha donde entrenaba. Sucedió que el muchacho crecía y crecía, tanto que no le presagiaban mucho futuro para el fútbol, pues sus 1,95 le habrían dado ventajas más claras para, por ejemplo, el baloncesto; pero el fútbol era su pasión y la única posibilidad de practicar seriamente un deporte en su región.

Yerry es alto y ágil para cumplir bien en la defensa del equipo; pero además tiene el ‘súper poder’ de despegarse del suelo, de volar por encima de todos para cabecear con fuerza y con tino los balones de alturas imposibles. Si se me permite la comparación, y sin desconocer las enormes diferencias atléticas, me parece que Yerry vuela como Caterine Ibargüen, que pertenecen a esa misma especie de deportistas superiores que logran que el cuerpo rompa por instantes con la fuerza de la gravedad. Pero este es otro tema.

Cuando escogió el nombre para su primogénito, en septiembre de 1994, Marianela González debió pensar que le imprimía al niño el carácter del ratoncito de la serie animada, esa especie de David que siempre le gana las partidas a un Goliat que es el gato Tom. Yerry, con doble Y, nació en Guachené cuando aún era un corregimiento del municipio de Caloto, en ese piedemonte desde donde empieza a desplegarse el fértil valle geográfico del río Cauca. Guachené era un pueblo fundado como asentamiento por los hombres y mujeres declarados en libertad en las haciendas esclavistas de los alrededores Caloto en 1874. Mientras construía la vida en comunidad, a este enclave negro le llegó ‘la plaga verde’, como llamaban los mayores a la caña de azúcar, que se expandió hasta tocar las puertas traseras de las casas después de haberse devorado las matas de maíz, el aguacate y el patio de las gallinas. Guachené es una isla en un mar de caña, que en 2006 se volvió municipio.  

Desde ahí, el Guachené de Yerry Mina, hasta el Caloto donde nació Davinson Sánchez hay más o menos los mismos kilómetros de distancia que para llegar al municipio de Padilla, el pueblo de Cristian Zapata, pero por otra carretera. Esto es, que 3 de los 4 zagueros seleccionados por Pékerman en esta Selección Colombia se criaron bañándose en los ríos y acortando caminos por entre las trochas de los cañaduzales del norte del Cauca, y son hijos de generaciones de corteros de caña y de empleadas domésticas. A esta región la atraviesan las rutas de la droga hacia el Pacífico, los grandes intereses agroindustriales y los conflictos por la tierra.

El trío de zagueros nortecaucanos lleva en sus pies y en sus cabezas la defensa del país, y eso es poesía pura. Vienen de una tierra que clamó con más del 80 por ciento de los votos por el Sí a la paz en el plebiscito de 2016, y que en las presidenciales de este año le dio arrasadoramente sus votos a Gustavo Petro. Enclaves afro desde donde se gambetea la pobreza, que nos enseñan el poder de la fuerza, la disciplina y la esperanza, y a los que el Estado debería responder con alternativas a la altura de su grandeza.

@anaruizpe

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