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Muy bien, gracias

El lunes 18 me preguntaron cómo amanecí, qué sentía con el resultado de las elecciones. Varias veces respondí que me había ido muy bien aunque haya ganado el uribismo, porque como dijo Maturana, en este caso también perder es ganar un poco. Trato de ser optimista genuinamente, sin cometer excesos de inocencia, pero es una labor difícil porque el nuevo presidente es el que dijo el innombrable, y ese mentor hoy no es menos perverso y mafioso que ayer. Pero nos fue muy bien, gracias, si cambiamos de perspectiva.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
18 de junio de 2018

La historia de Colombia está plagada de gobernantes impresentables, ha habido de todo: asesinos, vende patrias, mentirosos, incapaces por lo general, corruptos casi todos. Ejercer la presidencia es ocupar un lugar entre la transición y la reproducción de una rosca que está enquistada en todos los ámbitos del poder público desde que somos una república. Pero a pesar de todos ellos, y de la estela de víctimas y de damnificados que dejan a su paso después de cuatro años por la presidencia, los ciudadanos críticos seguimos vivos y poniendo el empeño en que este país se reconcilie, en reconocernos como una nación y en desarmar los espíritus. A pesar de los malos gobiernos sucesivos, este es mi país, el de mi familia, el de mis hijas y estoy segura que también sobreviviremos al que nos toque ahora.

Por eso, si me preguntan por los resultados del domingo, vuelvo a decir: me fue muy bien. ¡Somos 8 millones! No voy a mascullar la indignaditis por el regreso de Uribe versión 3.0, ni a repetir los altisimos riesgos que corre este presidente de cometer exabruptos y atropellos, dado el historial de quienes lo acompañan, no del presidente que simplemente no lo tiene. Lo importante de la jornada electoral es que un candidato de izquierda haya sacado 8 millones de votos, ¡8 millones!, algo impensable hasta hace pocos años.

Me produce un gran orgullo saber que, en el país de mis hijas, 8 millones de personas votamos por un candidato que fue guerrillero y logró llegar vivo hasta la segunda vuelta de la carrera presidencial, despertando una pasión inusitada en grandes masas que llenaron plazas y teatros con alegría desbordada, reproduciendo una campaña que brilló por su contundente emotividad, creatividad, humor, ritmo y color. Lo reconocen tirios y troyanos: la de Gustavo Petro fue la mejor campaña.     

Era tan fuerte el candidato, que se tuvieron que juntar en gavilla todos los expresidentes rancios, los politiqueros corruptos, los partidos quebrados, los sicarios y los moralistas para no ser derrotados. Como dijo la campaña, “estábamos a una X” de sacar del poder a todas las viejas formas de la política.

Pero nadie dijo que iba a ser fácil, eso también se sabía; habría sido una tarea muy difícil incluso con Fajardo, que generaba menos reticencias, tanto más arduo con Petro y su negativo tan alto. Las firmas encuestadoras, casi todas grandes ganadoras en este proceso, ya nos habían cantado el resultado. No es hora de llorar junto a la leche derramada ni de lamentarse por lo que hubiera sido y no fue. Colombia ha cambiado, y otro efecto de la paz que el nuevo presidente quiere ‘reformar’, es justamente que una candidatura de izquierda haya recibido tantos millones de votos.

Así pues que la ganancia, a pesar de haber perdido, es mucha. Petro vuelve al Senado, el escenario donde ha realizado algunos de sus momentos más memorables, y no llega como lobo solitario: el Congreso que se posesiona el próximo 20 de julio tiene mayorías uribistas, cierto, pero también una bancada de oposición muy importante, menos minoritaria que la de siempre antes, con personas comprometidas con la defensa de las ideas liberales, de centro izquierda en el espectro político.

Entonces, aunque los de siempre ganaron la Presidencia, van a tener encima más ojos que nunca: hay una oposición organizándose, tiene una dirigencia amplia y 8 millones de votantes dispuestos a defender los derechos individuales, la implementación del acuerdo de paz, la normalización de la operación de la justicia transicional, la protección del agua y de los páramos.

Por eso, desde que se conocieron los resultados, comenzaron a circular mensajes de #LaResistencia. La resistencia es mantener los ojos abiertos y la organización dispuesta para frenar, a punta de movilización de una masa crítica de ciudadanos, los intentos de arrasar derechos, de hacer fracking para extraer cunchos de petróleo, de taladrar las fuentes de agua para arrancarle metales a la tierra, de normalizar los asesinatos de defensores y líderes sociales.

Nada cambia de un día a otro, y ni el peor escenario nos puede arrebatar la esperanza de construir el país incluyente, digno y de ciudadanos iguales con el que hemos soñado por tanto tiempo. ¡Lo que hay es oficio!

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