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Necoclí

Los enemigos que tiene la restitución de tierras se hicieron públicos después de la marcha de Necoclí. Ya sabemos quienes son.

María Jimena Duzán
18 de febrero de 2012

Su voz se quebró por momentos, pero sus palabras se entendieron con la contundencia de quien habla desde las entrañas. En medio de un ambiente tenso, marcado por unos panfletos amedrentadores firmados por los Urabeños, que amenazaban con asesinar a las personas que marcharan en Necoclí al lado del presidente Santos, desnudó su dolor para contarnos que sus padres fueron asesinados cuando era una niña y cómo luego fue víctima del despojo. "Después de que nos quitaron la tierra, nos echamos a rodar", aseveró ante una multitud concentrada bajo un sol inclemente y que fue subvalorada por el propio expresidente Álvaro Uribe, por el diario El Colombiano y por El Mundo de Medellín.

Sin que pudiera ocultar el agobiante peso que tenían esas palabras que salían de su boca, tuvo el arresto de desafiar a los Urabeños y exhortó a las "personas ocultas" a que salieran a expresar lo que sentían, así estuvieran amenazadas. "Yo estoy aquí hoy porque quiero la reconciliación", fue su confesión más honesta. "Hay niños en esta región que se están levantando con mucho resentimiento y no queremos que crezcan así".

Esa mujer alta y espigada, con la piel del color de tabaco mascado, fue una de las tres víctimas que habló en este significativo acto que hasta hoy sigue siendo subvalorado no solo por los medios antioqueños, sino por una parte importante de gremios paisas y yo diría que por el país en general, que ya no sabe identificar cuándo se produce un episodio crucial en su sociedad.

Sin embargo, lo que ocurrió en esa marcha en Necoclí no se puede menospreciar tan a la ligera, como quieren ciertos gremios paisas que afincan su poder político y económico en la ruralidad. Para comenzar, es evidente que el gobierno de Juan Manuel Santos cruzó una línea que lo aleja de manera definitiva del uribismo y de lo que este representa, así esa no hubiera sido su intención. La decisión de Juan Manuel Santos de irse a Necoclí a marchar con las víctimas del despojo ha sido considerada como un acto totalmente inapropiado que marca una ruptura con esas élites premodernas que ya no lo consideran de los suyos y que ven en Álvaro Uribe a su máximo líder. De hecho, el periódico El Mundo y El Colombiano llegaron a comparar a Juan Manuel Santos, a quien yo sigo considerando un político moderno, pero de centro derecha, con el presidente Chávez. Tengo entendido que en ciertos conciliábulos antioqueños hay quienes también ven al ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, conservador sin tacha, como un comunista fatuto, solo porque se ha convertido en el abanderado de la Ley de Restitución de Tierras y en la del Desarrollo Rural Integrado, dos leyes que son vistas como instrumentos malévolos concebidos solo para exacerbar el odio contra los empresarios del campo y los grandes dueños de fincas.

Evidentemente, después de Necoclí, las élites políticas y económicas van a dividirse: de un lado las modernas de centro derecha lideradas por Juan Manuel Santos y del otro, las premodernas, lideradas por el expresidente Álvaro Uribe, quien además anda intentando apelar a todas las formas de lucha, impulsando entre sus excolaboradores que tienen cuentas con la Justicia la desobediencia civil y la tesis de que hay que desconocer el Estado de Derecho para tapar sus delitos.

Sin embargo, el gran cambio no está solo en las élites sino en las bases, o mejor, en las víctimas. Esa mujer que habló aquel sábado bajo ese sol canicular en Necoclí lo hizo por una sola razón: porque depositó su esperanza en el gobierno de Juan Manuel Santos. Ella se armó de valor para confesar lo que nunca había confesado porque por primera vez en su vida se sintió protegida por el Estado.

Los enemigos que tiene la restitución de tierras se hicieron públicos después de la marcha de Necoclí. Ya sabemos quiénes son. Pero de la misma forma, el gobierno de Santos ya no puede dar marcha atrás, ni invocar la tesis de que cambiar de ruta es cosa de políticos inteligentes, porque los primeros que van a morir son esas víctimas que fueron a Necoclí y que creyeron en sus promesas. Dar marcha atrás sería el inicio de un nuevo ciclo de violencia. Todo eso pasó en Necoclí.

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