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¡No más agresiones!

Peor que los agravios que terminan en amenazas y las amenazas que terminan en muerte es que quienes tenemos el deber de hacer un alto en el camino sigamos como si nada…

José Manuel Acevedo M.
15 de julio de 2017

Decir que Twitter es el más grande reproductor de odios jamás inventado no es una novedad. Apuntar que sus usuarios caen con frecuencia en las más injustas generalizaciones o que difunden falsedades con la rapidez con la que se escriben 140 caracteres, tampoco lo es. Tanto aquí como en la Norteamérica de Trump o al otro lado del océano, la era de las mentiras –que no de las posverdades– ha llegado tristemente para quedarse igual que las redes sociales que, a lo sumo, cambiarán de dueños y de nombre pero que difícilmente desaparecerán.

El desafío entonces no está en eliminarlas o desconocer su poderosa existencia en la vida moderna. Ni siquiera consiste en presionar a sus operadores para que introduzcan ajustes y algoritmos que eviten los trinos de odio, las calumnias y las injurias. El reto es profundamente distinto y parte del reconocimiento de que la situación ha llegado a límites inconcebibles y que un alto en el camino para plantear una reflexión colectiva se hace indispensable.

Nada justifica una agresión pero todo es susceptible de debate. Una posición editorial, una columna de opinión o la forma de pensar de tal o cual pueden ser, en efecto, sometidas a discusiones públicas intensas y francas. El problema se presenta cuando validamos el insulto como argumento o el señalamiento deshonroso como herramienta legítima y el lío se agrava todavía más cuando toleramos que quienes piensan igual que nosotros hagan gala de esas bajezas y sólo repudiemos esas lamentables herramientas discursivas cuando provienen de nuestros adversarios.

Que callemos cuando quien está siendo agredido es nuestro contrario ideológico y protestemos sólo cuando el infundio se comete contra nuestros próximos es parte estructural del problema.

Frases como “es que se lo merece” o “él comenzó primero” o “se lo buscó por tener esas posiciones”, se convierten en campantes eximentes de conductas que deberían ser universalmente rechazadas y esto empeora la desventura por la que transitamos como sociedad. Ese doble estándar o relativización de la agresión verbal debería acabarse si queremos de verdad comenzar a cambiar las cosas.

Por eso resulta tan censurable que en la misma semana la emprendan contra la periodista Claudia Gurisatti calificándola de paramilitar o ‘viuda de Castaño’ como que el expresidente Álvaro Uribe haya llamado, sin más, ‘violador de niños’ al columnista Daniel Samper Ospina.

En magnífica columna en este mismo espacio, el presidente de la Junta Directiva de la Fundación para la Libertad de Prensa, Fernando Alonso Ramírez anotaba que “en Colombia han descendido los asesinatos de periodistas, pero no el deseo de eliminarlos. Esa intención se alimenta de entornos que promueven la violencia, que aspiran a que la sociedad comparta una mirada homogénea en donde sólo hay respuestas y no hay lugar para las preguntas, los cuestionamientos y la controversia pública”.

Por eso hay que insistir en que peor que los agravios que terminan en amenazas y las amenazas que terminan en muerte es que quienes tenemos el deber de hacer un alto en el camino nos quedemos de brazos cruzados o escojamos qué causas defender o en cuáles callar cuando todas, sin excepción, merecen ser repudiadas.

A Uribe hay que exigirle sin titubeos que se retracte, le ofrezca excusas a Daniel y que adelante un debate público sin agravios y con tono ético o se retire definitivamente de él si no es capaz de hacerlo y a los agresores de Claudia exigirles que pongan la cara, que la controviertan con argumentos o se atengan a las consecuencias penales de quienes imputan un delito a quien no lo ha cometido o atentan contra la honra de alguien.

El resto de colombianos debemos exigirles a los unos y a los otros que eleven la altura de la discusión y reprochar, siempre reprochar, los irresponsables ataques que se han vuelto comunes en estos días, sin importar la orilla desde la que provengan y frente a los cuales no podemos seguir de agache.

Twitter @JoseMAcevedo

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