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NO PUEDO VIVIR SIN TI

Semana
2 de noviembre de 1998

Las rivalidades políticas en Colombia no se han calmado tras el relevo presidencial, pero es un hecho que el trámite del debate público se está llevando a cabo de una manera mucho más civilizada que antes. Los temas de discusión, en cambio, son más complicados y delicados. Las negociaciones con el ELN, por un lado,con sus debates separados con la 'sociedad civil' (a ese grupo hay que rebautizarlo: la sociedad civil no cabe en un salón), y el manejo del diálogo sobre indulto, despeje de zonas, intercambio de presos y negación de los secuestros con las Farc, por el otro, tienen suficiente intensidad como para ocupar todas las energías del gobierno y de la oposición. Pero no es sólo eso. Al lado están el debate con el Congreso sobre la reforma política, la manera de atajar las peligrosísimas señales negativas de la economía, el manejo de los gringos con la erradicación de cultivos y la negociación de salarios con las centrales obreras, para hablar solo de las cosas urgentes. Quedan por fuera varias de las más importantes, que por menos explosivas no son objeto frecuente de las discusiones públicas.Si hubiera hilo de continuidad entre lo que pasaba hace un par de meses y lo que ocurre ahora, la cosa estaría como para que las fuerzas fundamentales de la política estuvieran enfrentadas a garrote limpio. Pero no es así.Le atribuyo el nuevo tono en buena medida al hecho de que con Ernesto Samper la discusión con sus opositores se redujo a una descalificación a ultranza del primer mandatario por el ingreso de dineros del narcotráfico a su campaña presidencial. Muy poco se entró en el debate de las medidas específicas tomadas por el gobierno en los distintos campos, y buena parte de ellas fueron analizadas como trucos de distracción para esconder el problema mayor que provocó el escándalo. En cambio la figura del presidente Andrés Pastrana está libre de polvo y paja, y eso ha ayudado a que los debates, aunque muy duros, se hayan centrado en temas puntuales de gobierno o en la discusión sobre la manera de enfrentar el manejo futuro de los asuntos de Estado. En esto hay que darles crédito a Andrés Pastrana y a Horacio Serpa. Desde el mismo día de la elección Serpa se presentó como una persona dispuesta a dar la pelea de la oposición con juego limpio y actitud constructiva, y Pastrana no sólo aceptó la propuesta sino que ha dado muestras claras de la importancia que le da a una oposición en esos términos. La reunión que tuvieron los dos en Palacio dejó la impresión de que saben que se necesitan el uno al otro. Y eso está bien.Los escenarios de esa confrontación pública han sido el Congreso y los medios de comunicación. Los debates parlamentarios sobre varios temas (la reforma política, el más intenso) han sido el encuentro de las tesis de las distintas corrientes políticas que están en juego, y la discusión ha estado buena a pesar de los excesos verbales de algunos congresistas flojos de boca. Incluso la pelea con la Corte Suprema por el juicio a Ernesto Samper ha sido positiva, lo cual no es fácil si se mira la gravedad de sus consecuencias. Uno a veces se distrae con las peleas anecdóticas porque le quita la mira a los procesos a más largo plazo y acaba analizando peleas parroquiales por temas poco serios. Es una tontería discutir, por ejemplo, si el gobierno es bueno o malo, cuando el relevo lleva apenas un mes y las sillas de los despachos públicos están todavía tibias por los cuatro años de uso del funcionario anterior. Hay que esperar a que trabajen los equipos y concreten las promesas de campaña. (El tema más importante de todos es, a mi juicio, la educación, y le tengo mucha fe al resultado del trabajo que hacen Gabriel García Márquez, Gustavo Bell y Germán Bula.)Lo serio de verdad es que lo que se viene por delante va a ser duro por donde se le mire, y los más importante es que los papeles fundamentales de los protagonistas estén definidos de la manera más clara posible. Algo así está pasando. Hay que ayudar a que esta circunstancia no cambie porque sería grave que Serpa y Pastrana acabaran creyendo que no se necesitan.

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