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No la vuelvo a ver

En la serie no hay nadie de la sociedad civil que repudie sus prácticas, que no sea un mechudo simpatizante de la guerrilla.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
23 de marzo de 2013

Esta semana me puse en la tarea de ver la serie de los Tres Caínes de RCN, en la que se relata la historia de los hermanos Castaño y tomé la decisión de no volverla a sintonizar por una razón muy simple: porque insulta mi intelecto. 

No pude con la manera burda e irresponsable como se aborda una historia que ha dejado a miles de colombianos sin sus seres queridos, crímenes que en su gran mayoría siguen cubiertos por el manto de la impunidad. 

En la serie, los hermanos Castaño aparecen como almas providenciales destinadas a salvarnos de la hecatombe, así Gustavo Bolívar, el padre de esta criatura, insista en decir que eso no es cierto y que su defenestramiento está por venir. En los primeros capítulos queda claro cuál es el perfil de los Castaño: una familia acomodada, de Amalfi, con unos valores cristianos bien asentados, sufre un día una tragedia que les cambia la vida: su padre, un importante ganadero de la región, es asesinado por las Farc. Los hermanos juran vengar su muerte y se convierten en justicieros. Y como Batman, inician una batalla contra el mal en la que amparan sus atropellos bajo la tesis altruista de que el fin justifica los medios. 

En esa versión rosa del narcoparamilitarismo, estos jefes paramilitares no aparecen como psicópatas ordenando el asesinato de miles de campesinos para quedarse con sus tierras, las cuales iban convirtiendo en corredores estratégicos para exportar droga, sino como unos hombres de familia, convencidos de que sus atropellos son el costo que hay que pagar para cumplir su cruzada. 

Pero no solo esta versión sobre los Castaño es un insulto al intelecto. También lo es la manera escéptica como la serie plantea el fenómeno del narcoparamilitarismo. En los capítulos que he visto, no aparece ni un político, ni ningún militar implicado. Es como si las víctimas de los agentes del Estado no existieran y como si a la UP la hubiera matado una familia de supermanes criollos, un poco trastornados, pero, al fin y al cabo, bienintencionados. O como si los colombianos que murieron en el avión de Avianca hubieran sido una casualidad de la cruzada emprendida por limpiar el país de comunistas, antropólogos, sociólogos y de cuanto mechudo con pinta de izquierdista hubiera. 

En la serie no hay nadie de la sociedad civil que repudie sus prácticas, que no sea un mechudo simpatizante de la guerrilla. Y casi parece de lo más normal y lógico que las familias a quienes las Farc les han asesinado sus seres queridos les dé por montar un grupo narcoparamilitar, en lugar de acudir a la Policía. (Ergo, las familias que hemos sido víctimas de los narcoparamilitares tenemos que meternos a la guerrilla en lugar de ir a la Fiscalía). Esa Colombia tan primaria, tan previsible, tan de telenovela, dividida en dos bandos, puede ser incluso una buena historia de ficción, pero no puede presentarse como una serie histórica sobre la verdad del narcoparamilitarismo, como lo pretende Gustavo Bolívar. 

Y si insisten en hacerlo, como parece ser el caso, lo lógico es que esa pretensión suscite la indignación de la gente. Y no solo de las víctimas que se sienten estigmatizadas y melodramáticamente ignoradas, sino la de la sociedad en general. En las redes sociales la serie ha causado tal indignación que se está impulsando una campaña para que las empresas no pauten en la serie. 

Uno puede cuestionar la serie de Pablo Escobar por muchas falencias, entre ellas, la de que el personaje del narcotraficante matón, la eclipsó. Pero a diferencia de Tres Caínes, hubo un esfuerzo por investigar, por contar la historia desde el lado de las victimas y por darle un contexto con el propósito de explicarle a la audiencia que el narcotráfico corrompió a las instituciones colombianas y que Pablo Escobar era producto de ese poder. 

En cambio, en Tres Caínes este esfuerzo no se ve y lo que se advierte es un afán por sacrificar la verdad histórica no ya por razones ideológicas (que serían hasta más explicables), sino por razones estrictamente comerciales. Solo así se entiende que se hubiera optado por contar la historia del paramilitarismo desde el lado de los victimarios. Los malos atraen las grandes audiencias, así Gustavo Bolívar insista en que la serie está sustentada en una exhaustiva investigación y en miles de archivos de versiones de Justicia y Paz. 

No voy a ser ingenua: los canales producen estas series para ganar plata y están en todo su derecho. Sin embargo, eso no les da un cheque en blanco para que puedan lucrarse a costa de la verdad y de la estigmatización de las víctimas del narcoparamilitarismo, como ha sucedido en la serie de los Tres Caínes. Y si esa es la única opción que nos dan a los televidentes, pues yo, como ciudadana, ejerzo mi derecho a la protesta y no la vuelvo a ver.