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NUEVO ARAMBURO

Semana
30 de marzo de 1998

El procurador Jaime Bernal Cuéllar ha amonestado al Presidente. Y quedan todos curados en salud. El Presidente, con su desenfado habitual, no encuentra que haya defendido más allá de los límites permitidos su obra de gobierno, cuando invitó a la ciudadanía en La Dorada a "organizarse" para defenderla. Y para honor suyo se habrá sentido como un Carlos Lleras, frenado ensu vehemencia por ese procurador histórico que fue Mario Aramburo Restrepo.Por su parte, el procurador Bernal se coloca a la altura de este ilustre antecesor. Y todos tan contentos. Nada tiene demasiada trascendencia, ni impide _como no le impidió a Carlos Lleras_ imponer a la fuerza el sucesor escogido para la continuidad.
Comparados los dos pronunciamientos de Procuraduría, se observa que tienen similar severidad. El de Aramburo, quien posiblemente había conversado largamente con Lleras acerca de sus intervenciones notorias, es un regaño público, acompañado de renuncia. Esta se entiende dentro de la sujeción que contempla la Constitución de los procuradores a los gobiernos. Pero se entiende también la tajante discrepancia entre ellos.
El procurador Aramburo se siente autorizado, dadas sus facultades de vigilancia, a hacer del caso Lleras una calificación preliminar, y al acusar el exceso del Presidente en la defensa de su gobierno, dice textualmente: "Creo mi deber decir que el señor Presidente al buscar ese fin lo excedió y que su exceso bien puede hacer pensar a la ciudadanía que ha empeñado la neutralidad...".Bernal, por su parte, ha dicho primero que no le corresponde investigar al Presidente, pero tampoco lo acusa ante la Cámara (y bien pudiera hacerlo como lo hizo el fiscal Valdivieso, aunque éste no es ejemplo para Bernal, pues se considera su antídoto) y ha optado por darle un réspice público, afectando gran independencia entre él y el gobierno que lo nombró en terna y que fue su cliente, en la persona de su segundo funcionario en importancia, ante el proceso 8.000.
El Procurador de hoy no ofrece renunciar. Tampoco da traslado de su acusación a la Cámara de Representantes. Es el suyo un gesto anodino, del cual Samper se zafa con facilidad. No lo han tumbado sus enemigos, menos lo va a hacer un amigo.En mensaje a Samper, el procurador Bernal Cuéllar ha dicho: "Deseo reiterar al Presidente de la República (aquí alude a otros funcionarios) que están en la obligación de conservar absoluta neutralidad y por lo tanto deben abstenerse de intervenir en las campañas políticas y de hacer pronunciamientos que puedan ser interpretados como posiciones orientadas a apoyar determinados candidatos".***
La campaña del año 70 se desarrollaba intensamente. Es en marzo de ese año, cuando el presidente Lleras Restrepo _como acostumbran los presidentes cuando se aproxima la sucesión_ entra en campaña inaugurando, en este caso, unas escuelas en el populoso barrio Kennedy, de Bogotá. Lleras, que se enardecía aun en el frío de la sabana, despotrica en contra del general Rojas y de su opción de volver al poder. Cundía el pánico en el Frente Nacional y en el propio gobierno, pues era inaudito que un hombre de la experiencia política de Carlos Lleras fuera a verse enredado en un inminente regreso de la dictadura.Como lo he dicho en otra ocasión (porque lo viví), a las cinco en punto de la tarde del memorable 19 de abril del 70, se cerró un silencio agobiante sobre la capital, antes bulliciosa y en fiesta de pregones electorales. En las conciencias y en la radio (Yamid era entonces neutral) triunfaba sin esguinces el general redivivo. Pastrana permanecía casi solitario en su casa del Chicó; su fiel amigo, Turbay Ayala, lo acompañaba impasible, tal vez porque él como viejo zorro, sabía lo que venía.
A pesar de haber sido amonestado durante la campaña, Lleras no tuvo empacho en impedir las transmisiones radiales y entregar la recepción de datos a su aguerrido ministro de Gobierno. En Telecom amaneció triunfador Pastrana Borrero y los amigos del general no pudieron levantar al pueblo, pero ni siquiera al mismo general, envejecido, que se acostaba a los ocho de la noche y no recibía ni a su comité directivo, en vísperas de una revolución. Una blanda Nunciatura medió por la paz, pero no por la justicia electoral.Hoy Bernal Cuéllar ha cumplido. Hasta ahí llegan sus responsabilidades. Puede seguir sonriéndole a su nominador y al candidato, su antiguo cliente del bufete, en los cocteles oficiales. Samper no cejará _eso lo sabe todo el mundo_ en su empeño de instalar a Horacio Serpa en el vértice del milenio como presidente de la República. Ya nadie más en el control oficial se lo va a reprochar, pues la instancia de su vigilante de neutralidad está surtida.

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