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ORACIONES POR LA PAZ

Antonio Caballero
8 de marzo de 1999

El presidente Bill Clinton, en uno de esos desayunos religiosos que hacen los presidentes
norteamericanos entre un perjurio y un bombardeo, pidió oraciones especiales por dos cosas: la salud del
rey Hussein de Jordania y el proceso de paz en Colombia. Hussein agoniza: es probable que cuando esta
columna salga publicada ya esté muerto y enterrado. El proceso de paz en Colombia no anda mejor de salud.
La receta de Clinton para ambos puede parecer cínica, pero es realista: plegarias.
Y ni mención del fantasmagórico 'Plan Marshall' de que todavía habla _aunque cada día menos_ el
presidente Andrés Pastrana. Como los médicos del rey moribundo, no cree Clinton que valga la pena
intentar un trasplante de médula; y así lo demuestra su gobierno anunciando un recorte de 50 millones de
dólares en la ya insignificante 'ayuda' al gobierno colombiano para combatir la droga, que según él está en el
origen de la guerra. En su próximo viaje, Pastrana va a tener que pedirle la plata para su plan al Papa.
Aunque, conociendo al Papa, en vez de plata ofrecerá oraciones, como Clinton.
Tiene razón Clinton: el proceso de paz agoniza, o tal vez nació muerto. Porque también tienen razón los
lemos y los plinios: las Farc no quieren la paz. Y porque, a la vez, tienen razón también los tirofijos y
los jojoyes: el establecimiento no quiere la paz.
(Del otro proceso, el del ELN, no volvió a hablar ni siquiera Sabas Pretelt.)
Que no quieren la paz, aunque hablen de ella, lo han hecho saber de sobra los jefes guerrilleros. "Pescas
milagrosas irán a haber muchas", anuncia Marulanda. "Además de capturar soldados, vamos a secuestrar
políticos", complementa Jojoy. Y congelan los diálogos con los representantes del gobierno, y multiplican
las acciones militares, las 'retenciones financieras' y las declaraciones amenazantes. Es natural que
no quieran la paz: las Farc viven de la guerra, y gracias a ella están creciendo. Por otra parte, piensan que la
van ganando. Y lo único preferible para las Farc que el mantenimiento de la guerra es su victoria: pero para
lograrla es necesario continuar la guerra. De manera que sus aspavientos sobre el tema de la paz son
solamente una farsa.
El establecimiento tampoco quiere la paz por razones parecidas. Porque, al menos mientras no la pierda,
también él le saca provecho a la guerra. Tanto a la guerra misma, que para muchos constituye un excelente
negocio, como _sobre todo_ a la situación de injusticia social que es la causa original de que la guerra
exista, y que la propia guerra ayuda a mantener. Pues hemos llegado a un punto en el que solamente la
guerra puede garantizar el mantenimiento de esa situación de injusticia, de la cual vive el establecimiento.
Por eso todos los estamentos que lo componen quieren la guerra: los políticos, los ricos y los militares: y los
paramilitares, que son la expresión armada, a sueldo, de todos ellos. No es que no quieran hacer la paz con
la guerrilla, que es simplemente la manifestación del mal, como la fiebre en un organismo enfermo. La harían,
si sólo les costara unos taxis para reinsertados y una Constituyente más, como quien está dispuesto a
tomar aspirinas para hacer bajar la fiebre. Pero lo que no quieren es curar la enfermedad que produce la
fiebre, porque de esa enfermedad se nutren. Curarla sería renunciar a seguir haciendo del país su
exclusivo botín político y económico, y a eso no están dispuestos. Así que sus aspavientos sobre el tema de
la paz son iguales a los de las Farc: simplemente una farsa.
En cuanto a la política de paz del gobierno, es apenas el reflejo de esa farsa del establecimiento, al cual
representa. Por eso es tan frívola: porque no está pensada para que tenga éxito, sino para la galería. De modo
que poco importan las improvisaciones del presidente Pastrana, las meteduras de pata de su comisionado
Víctor G. Ricardo: no ponen en peligro la consecución de la paz, puesto que no existe ninguna voluntad de
paz.
¿Y la sociedad civil? Oh, almas cándidas: pero si es la sociedad civil la que está en guerra. Paramilitares de
un lado y guerrilleros del otro no son otra cosa que civiles que, por una razón o por la contraria, han tomado
las armas para hacer la guerra.
Así que el llamado proceso de paz está muerto, y nació muerto. El que sepa rezar, que rece.