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ORGULLO DE MINORIA

¿Por qué no vestirán a los luctuosos árbitros de fútbol con colorcitos más alegres?

Semana
7 de julio de 1986


Descubrir que pertenecía en materia política a la parte minoritaria de la opinión pública ya había sido un honor suficientemente traumatizante. Pero, encima de todo, tener que soportar el `Mundial de Fútbol también desde el sector minoritario de la opinión pública, o sea, con los pocos que abominan este deporte de masas. era algo que me sentía incapaz de soportar. Así es que tomé la decisión. Pedí cita donde el siquiatra para solicitarle que, mediante una breve y eficaz terapia, me ayudara a superar esta desagradable vocación de minorías.

Formulada mi consulta, el siquiatra me miró de manera comprensiva. "Su caso", me dijo, "es fácilmente diagnosticable. A usted no le gusta el fútbol porque se ha limitado a ver en él 22 jugadores que van tras un balón. Pero en realidad, el fútbol oculta todo un universo mitológico y ritual que, si usted se tomara el trabajo de estudiar, la ayudaría a comprender que los estadios de fútbol no albergan un vulgar deporte sino una verdadera ceremonia antropológica".

Siempre me arrepentiré de no haberme levantado en ese momento de la chaise longue del siquiatra. Porque segundos después, ya era demasiado tarde.

"La primera razón por la que usted odia el fútbol es por su condición de mujer", me dijo. "Le tiene celos, porque la mujer y el fútbol son antagonistas inconscientes. Cada vez que su marido va a fútbol o se sienta a ver un partido por T. V., usted sufre el abandono propio de la aparición de `la otra'. Usted se siente excluida o postergada. ¿Estoy en lo correcto?".

Cuando estaba a punto de aclararle a mi siquiatra que el fútbol me parece aburrido independientemente del tiempo que mi marido invierte en él, me lanzó una pregunta:

"¿Qué representa, para usted un balón de fútbol?".

"¿Para mi? Pues... una pelota blanca y negra que no rebota y que sólo sirve para tratarla a las patadas" .

"¡Error!", gritó mi siquiatra. "Error pagano. El balón blanco con negro representa en el fútbol una decantación simbólica: desde la policromía sexual a la acromática represión que conlleva el árbitro, negro, o las rayas y postes del campo, blancos".

"Ah", me atreví a musitar.

Y me lanzó la segunda pregunta: "¿ Qué es para usted el arco?".

Le respondí con temor que una malla con palos.

"¡Segundo error!", gritó mi siquiatra. "Las porterías son figuras de dominación. Son más altas que los jugadores y más amplias que la capacidad humana para protegerlas en toda su extensión. Son, en términos de su ambiguedad simbólica, una puerta para ser ganada y una puerta para ser perdida. Cuando el balón se hunde en las redes acontece un hecho físico y carnal. Y entonces el juego se detiene, porque el arco franqueado actúa como las abluciones que redimen y dan muerte para recibir mejor vida".

"Ah", recuerdo que dije.

"¿Y qué es para usted el árbitro ? ".

Ahí sí sonreí. "Pues un señor vestido de luto que pita mucho regaña mucho y a quien todo el estadio chifla cuando no le está nombrando la madre. ¿Por qué no lo vestirán con colorcitos más alegres?".

"¡Blasfemia!", gritó mi siquiatra. "En el campo de fútbol el árbitro es el principio activo de la muerte artificial. Es la figuración de la institución judicial que con independencia de sus justicias o injusticias, es abrumadoramente negro y adverso. Su energía en el sistema del fútbol procede de la dialéctica vida-muerte: negando el juego lo realiza y enciende como el mejor comburente".

Antes de que yo pronunciara mi "ah" de rigor, el siquiatra me hizo la siguiente pregunta: "¿ Y el portero? ¿ Y los demás jugadores? ¿que representan para usted once seres humanos disputándose el mismo balón con otros once seres humanos?". (Pensé decirle que el problema se resolvería dándole a cada uno su propio balón, pero debo confesar que me acobardé).

"Un equipo de fútbol, y es mejor que usted lo sepa de una vez, está gobernado por una estructura de parentesco. La madre es el portero. La inquebrantable firmeza de una madre virtuosa es la que protege el marco para que permanezca virgen. La relación entre ambos, balón y portero, es siempre la de una cita final que despide silencio. Una relación de cópula helada donde se estipula una recíproca absolución de vida y muerte". (Guardé un silencio sepulcral).

"Los defensas", continuó mi siquiatra, "son como un grupo de hermanas al servicio de la casa que la madre gobierna: sus funciones son la parte doméstica del partido. Pero el sexo simbólico del equipo cambia en la línea media, donde está la parentela de esposos y sobrinos de los defensas o los hijos y cuñados del portero". (Mi silencio continúa sepulcral).

"Por último están los goleadores, que son los hijos jóvenes del matriarcado. Los elementos más mimados de la dinastía. El mayor defecto de un delantero es el abuso del balón, pero es el signo de su fase oral y su infantilismo participante. Como ve, dijo mi siquiatra, el fútbol es mucho más profundo de lo que aparenta ser en la actualidad".

Aproveché esta pausa para levantarme y agarré la manija de la puerta."Muchas gracias por tan... ilustrativa sesión", le dije. "Esperaré con ansias el próximo partido del Mundial, porque para mí el fútbol ya jamás podrá volver a ser el mismo espectáculo. Dios se lo pague".

Y me retiré velozmente, no sin antes cancelar gustosa la cuenta de la consulta. Nunca me había sentido tan orgullosa de pertenecer a una minoría.

*Los conceptos de este siquiatra imaginario se han basado en los libros de Vicente Verdú y Desmond Morris

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