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Oteando el horizonte

La coyuntura electoral es propicia para repensar el país con una visión de mediano plazo.

30 de noviembre de 2021

El Banco Interamericano está preparando un documento sobre nuestro país con el propósito de que sirva como referente del proceso electoral en curso; su énfasis estará en los retos de mediano plazo. Para atender la invitación a participar en la provisión de insumos para ese ejercicio, menciono tres temas que incidirán en el futuro del país en un horizonte temporal amplio.

En la actualidad albergamos cerca de tres millones de venezolanos, buena parte de los cuales no regresarán a su país en el futuro previsible; más aún: no hay motivos para pensar que ese éxodo haya terminado. Esta es la diáspora más importante del mundo en la actualidad; supera la de los centroamericanos que pretenden ingresar a Estados Unidos desde México y la de quienes quieren llegar a la Unión Europea cruzando la frontera turca o el Mediterráneo. El estado colombiano realiza un esfuerzo enorme por reconocerlos y proveerles acceso a salud y educación. Un esfuerzo logístico y financiero encomiable que ocurre justamente cuando enfrentamos los enormes costos ocasionados por la pandemia. Por fortuna, los brotes de xenofobia han sido pocos, quizá porque buena parte de las personas que expulsa de su patria el Gobierno venezolano son de origen colombiano.

Lo que en la actualidad es una carga tendría que ser, con el paso del tiempo, una gran oportunidad en la medida en que los migrantes se vinculen al marcado laboral y contribuyan a la generación de valor. El enorme crecimiento de Estados Unidos en el siglo pasado estuvo jalonado por las olas migratorias de italianos, irlandeses y chinos, entre otros. En la actualidad, la migración desde Latinoamérica mucho aporta al crecimiento de ese país.

Sin embargo, para que estos flujos poblacionales contribuyan a la generación de riqueza, es necesaria una respuesta vigorosa del aparato educativo, tanto en la formación básica y media como en la de tipo técnico. No está sucediendo así. A las notables diferencias en la calidad media de los colegios oficiales (y a pesar del excepcional resultado de algunos) se añade la resistencia de los maestros afiliados a Fecode que tan poco proclives son a cumplir sus funciones pedagógicas y a ser evaluados en su desempeño. Al cierre del pasado octubre, 2,2 millones de niños y adolescentes no habían regresado a la educación presencial, un daño que para muchos será irreversible. Estos estudiantes ausentes en su mayoría están matriculados en los colegios estatales, aquellos que no son controlados por el Estado sino por un sindicato.

En cuanto al SENA, se requiere mayor competencia y seguimiento estricto de sus programas en términos de empleabilidad.

Se ha dicho mil veces, pero hay que repetirlo: el Gobierno debe retomar el control de la educación, lo cual significa, entre otras cosas, descontar los salarios de los participantes en paros ilegales -que de ordinario eso son- y establecer mecanismos sólidos de evaluación de la calidad de los docentes. Para realizar este último objetivo, el mecanismo adecuado no es determinar qué tanto saben los educadores, sino qué tanto aprenden los educandos. Es simple enunciarlo; implementarlo requiere un esfuerzo político sustancial.

Estamos en plena transición energética que ha comenzado por la rápida sustitución de motores de explosión por vehículos eléctricos o híbridos. Se avanza en la adición a las fuentes tradicionales de generación de electricidad de las energías solar y eólica. Caben en esta materia algunas precisiones para que se tome conciencia de que ciertas asunciones populares son falsas. La sustitución paulatina de los hidrocarburos como fuente de energía, que en todo caso será gradual, no significa su fin como materia prima en productos hechos de fibras sintéticas, fertilizantes, lubricantes, perfumes y saborizantes. Quizás podamos vivir sin Petro, pero no sin petroquímica.

De otro lado, es necesario advertir que algunos países que avanzan en el incremento de las energías eólica y solar, para disminuir la dependencia del carbón o de las plantas nucleares, tienen limitado potencial hídrico. Ese no es nuestro caso. Tenemos una gran capacidad instalada y posibilidades de ampliarla si las señales regulatorias son correctas. No podemos permitir que se la satanice. Sus efectos ambientales adversos pueden mitigarse y se diluyen en el tiempo; cuenta la hidroelectricidad con la enorme ventaja de proveer confiabilidad al suministro: mientras el agua embalsada es energía de reserva, si no hay sol o viento no se puede atender la demanda. Las nuevas modalidades de energía tienen efectos ambientales que no pueden ser ignorados; por ejemplo, el uso intensivo de metales en los equipos requeridos.

Para concluir, señalo que la alimentación humana se encuentra en proceso acelerado de cambio. La proteína animal que hoy consumimos gradualmente será sustituida por productos sintéticos. Esta evolución será trascendental para Colombia; nos permitirá realizar un cambio profundo en el uso de los recursos naturales. Muchas tierras que hoy se destinan a la ganadería extensiva podrán reconvertirse para usos agrícolas. Analizar la magnitud y celeridad de ese proceso, las alternativas que para el país se abren, y las ventajas que tendrá la ganadería colombiana durante unas cuantas décadas, son asuntos que requieren un análisis riguroso, tanto como la superación de estériles debates ideológicos sobre el futuro del mundo rural.

Tendríamos que ser capaces de entender que las particularidades de nuestro territorio hacen eficiente, en ciertas regiones y para determinados cultivos, la producción campesina, mientras que en otros casos se requiere agricultura empresarial. Las laderas andinas, por ejemplo, son idóneas para la producción de hortalizas en pequeñas parcelas, lo mismo que para el cultivo del café; por el contrario, la producción de flores y aguacates -productos en los que somos competitivos en el mercado internacional- requieren economías de escala que no están al alcance de los campesinos.

Briznas poéticas. A veces, la poesía no es más que una cierta manera de nombrar la realidad. Leamos a Ramón Cote: El asfalto aparece…/ a la llamada de la linterna / como un animal encandilado, / que lentamente se esconde en la próxima curva / envuelto en su vaho, sudando su saliva vaporosa.

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