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Otra vez Israel

No soy antisemita,ni judeo-fóbico, ni racista. Pero insisto en que lo que hacen con los palestinos las autoridades de Israel es un crimen

Antonio Caballero
30 de noviembre de 2003

Con motivo de mi columna sobre Israel y los palestinos, publicada a mediados de noviembre, me llegaron muchas cartas. Unas a favor de lo que yo decía, y otras en contra, como es apenas natural. Con una buena parte de las que están "a favor" no estoy de acuerdo yo mismo, pues no apoyan mis argumentos sino que se limitan a condenar a los judíos desde una perspectiva racista y nazi, con ansia de exterminio. Las otras no voy a comentarlas, pues reiteran lo mismo que yo digo: me limito a agradecerlas. Las que sí quiero comentar, en cambio, son las muchas cartas en contra de mi artículo, que se dividen en tres grupos. Uno, el de las que me acusan de antisemita y de racista. Otro, el de las que me censuran por no ver las dos caras del problema y no condenar en mi artículo ni a los terroristas suicidas (o no suicidas) palestinos ni a los corruptos responsables de la Autoridad Palestina o a sus protectores de los países árabes. Y un tercer grupo es el de las cartas que me critican por condenar en bloque a todo el pueblo de Israel, ignorando que en su seno existen críticos furibundos de la política ultraderechista de Ariel Sharon, pacifistas y militantes propalestinos.

(Entre mis corresponsales hay también algunos que, sin venir a cuento, pretenden que yo no puedo criticar a los genocidas porque me gusta la cruel fiesta de los toros, en la que los animales sufren. Supongo que también sufren los animales cuando son sacrificados a la tradicional manera ortodoxa de los judíos religiosos practicantes para obtener carne kosher: degollados y lentamente desangrados. Pero me parece que ni lo del combate de los toros en la plaza ni lo de la larga agonía de los corderos kosher tiene nada que ver con lo que se está discutiendo en el atormentado Medio Oriente).

Al primer grupo le digo: no, no soy antisemita, ni judeo-fóbico, ni racista. No tengo la menor duda de que yo, como todos los que tenemos antepasados españoles, llevo sangre judía desde hace muchos siglos; y tal vez a eso se refería explícitamente un tatarabuelo poeta que tuve y que escribía: "Pesa una maldición sobre mi raza": porque, efectivamente, sobre la raza de los judíos pesa la antigua maldición de la persecución. Pero no, no me mueve una "lógica racista", como la llaman algunos de mis corresponsales. Si algo he hecho sin cesar a lo largo de mi vida es admirar judíos, en todos los campos de la inteligencia humana; y despreciar racistas. Y harto he escrito al respecto.

El segundo grupo me reprocha que no condene el terrorismo palestino contra los civiles israelíes. Releyendo mi artículo de hace quince días veo que, en efecto, casi no lo hacía ahí: sólo una alusión de pasada a "los terroristas venidos de Gaza y Cisjordania". Pero, también, harto lo he hecho en otros muchos artículos: a los terroristas suicidas y a los no suicidas, a sus jefes e inspiradores crueles corrompidos, empezando por el payaso de Arafat y por todos los clérigos islámicos. Por favor: un poco de buena fe no hace daño.

El tercer grupo me echa en cara que tome como un todo al pueblo de Israel, sin considerar sus divisiones internas: sus pacifistas y sus propalestinos, y todos los que no son fascistas y racistas, como el primer ministro Ariel Sharon.

Aclaro en primer lugar que cuando hablo de "pueblo de Israel" no me estoy refiriendo, como lo hacía Jehová, a todos los judíos: sino a los ciudadanos del Estado de Israel, que viven allá, votan allá, pagan impuestos allá. Pero reconozco que en eso me excedí, entre otras cosas -aunque sé que esto no es una disculpa suficiente- a causa de la falta de espacio. Por esa misma falta de espacio le estoy dedicando al tema una columna más. Y debería consagrarle otras muchas, pues se trata de uno de los temas centrales del mundo en este siglo y en el siglo pasado: si no lo hago es porque los lectores colombianos, para quienes escribo, son indiferentes al acontecer internacional: creen que no los afecta. Pero sí nos afecta. No sólo de manera práctica, como afectan al mundo entero todos los conflictos armados, por insignificantes que parezcan (la teoría del ala de la mariposa en Nueva Guinea). Sino de manera moral, pues se trata de un conflicto moral.

Con lo cual vuelvo al principio. Insisto en que lo que hacen con los palestinos las autoridades de Israel, con el respaldo de la mayoría de sus votantes, y con el apoyo y la ayuda irrestrictos de los gobiernos de los Estados Unidos, es un crimen. Me recuerdan que no es tan grave como el crimen monumental del Holocausto nazi, porque "no está encaminado a liquidar un pueblo". Es verdad: sólo está encaminado a expulsar a un pueblo de su tierra, eliminando solamente al mínimo necesario de sus miembros para que los demás se vayan. Es un inmenso crimen que, como el Holocausto, no será perdonado por la Historia. (O quizá sí: la historia es de los vencedores. Hoy el Holocausto sería admirable si la guerra la hubieran ganado los nazis).

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