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Pa´ atrás, como el cangrejo

Los desplazados de esta semana son producto de un año y medio de descomposición de las ilusiones, de una re-victimización de las comunidades en las veredas de dicho municipio.

Álvaro Jiménez M
26 de febrero de 2020

Oiga, ¿usted sabe que a Ituango se lo llevó el diablo? No sólo a Ituango mano, al país se lo esta llevando el que lo trajo.

Ituango está ubicado al norte de Antioquia. Según datos de catastro municipal su extensión es de 3904 km2 es decir dos veces más grande que Bogotá -, que tiene 1775. Está en un núcleo montañoso de las serranías de San Jerónimo, Abibe y Ayapel que hacen parte de la cordillera occidental y en los últimos 30 años se convirtió en territorio donde núcleos campesinos con un desarrollo socio económico precario, aislados del país, han sido presa de intereses que lo fueron convirtiendo en nido de sus víboras.

Unos más que otros.

Unas guerrillas con causa política, otros con el discurso de grandes inversionistas, desarrolladores de negocios internacionales donde la gente ganaría como no se había visto en la historia. Otros -siempre presentes- con ropaje de políticos representando viejas y nuevas ideas.

Todos, gentes que vienen de afuera a decirle a los habitantes de siempre, cómo vivir mejor, si se someten a sus dictados o si compran sus imaginarios e ilusiones.

Revisando, se llega a la conclusión que sí, que es cierto, a Ituango y al país se los está llevando el que sabemos.

Hubo una ventana de oportunidad, hubo meses de ilusión, días en que sus habitantes, sus  autoridades locales alcanzaron a ilusionarse.  Fueron los tiempos en que grandes personajes de gobierno nacional, mandos del ejército, el gobernador Luis Pérez y otros dignatarios además de los jefes de las FARC, hablaron de la nueva época que vendría para esa región de Ituango, Briceño su municipio vecino y para el país.

Una época nueva, robusta y plena de posibilidades.

Como siempre, la gente creyó. A decir verdad la gente volvió a creer en promesas que habían escuchado de políticos, de alcaldes y gobernadores anteriores. La novedad era que, hasta los jefes de las FARC se lo decían. ¿Cómo no creer si los vieron en las veredas dándose bala con el ejército y con los paramilitares que apoyaban al ejército? ¿Cómo no creer si estaban cambiando sus armas por posibilidades de mejor país para todos?

¿Por qué no creer si con estas comunidades lloraron la masacre del corregimiento El Aro, el asesinato de Jesús María Valle el valiente, fraterno abogado y  amigo que defendió y denunció al ex gobernador Álvaro Uribe como cómplice de los paramilitares para que la masacre ocurriera?

Además, ¿cómo no creer si es claro que siempre hay que tener una esperanza?

Que no nos gane la oscuridad se dijeron. La ilusión de un tiempo mejor además de necesaria es posible para sobrevivir en medio de las tempestades actuales de odio y violencia.

No ocurrió.

La siembra de minas, el desplazamiento, los combates, el control de la vida de las comunidades mediante la imposición de horarios de levantada y de acostarse, además de las amenazas e intimidación al liderazgo social comunitario de las diferentes veredas, se convirtieron en el cotidiano de estas comunidades ilusionadas con el acuerdo de paz que se firmó con las FARC.

El nuevo gobierno, el de Duque, desde el día 1 exacerbó el odio contra lo acordado, acrecentó, estimuló desconfianzas sobre lo que estaba escrito, sobre la ONU, sobre la inclusión de las guerrillas en la política.

Desde que tomó posesión Duque  impulsó normas contra la JEP e hizo ver las curules de víctimas como un esperpento horrible. De eso es responsable y por ello en buena parte también es responsable del desmadre existente.

Ahora bien, eso poco importa, lo concreto es qué los Caparrapos, el Clan del Golfo y las disidencias  hicieron de Ituango su señorío y de la muerte su valor.

Los desplazados de esta semana son producto de un año y medio de descomposición de las ilusiones, de una re-victimización de las comunidades en las veredas de dicho municipio.

¿Estamos perdidos? No.

Las comunidades de Antioquia, desde Urabá hasta Yondó han vivido las violencias sin que su espíritu haya sido doblegado.

¿La dirigencia? Está por verse.  De continuar encerrada en sus negocios, sus indicadores y complicidades con la muerte, seguirá marginada del futuro, no del que dibujan y cacarean en sus emprendimientos fundados en la mentalidad del siglo XIX sino del que predicó  una región democrática, incluyente, equitativa y justa  como la soñaran Héctor Abad Gómez o Gilberto Echeverry, como la imaginaron Israel Santamaría y Ramón Emilio Arcila y cómo tuvieron la ilusión muchos de los asesinados de Dabeiba, el Urabá, el Nordeste, el Norte, el Occidente y el oriente del departamento porque todo hay que decirlo, así como los antioqueños matones tienen una fama ganada en el país, también debe reconocerse que el sufrimiento del pueblo antiqueño por la violencia ha sido extenso y doloroso.

Van ganando los malditos pero llegará el tiempo de los justos.

Vamos pa`tras como el cangrejo pero somos más conscientes de ello que antes. Allí está la ganancia.

Años atrás pocos valoraban como negativo el asesinato. Hoy la mitad de la sociedad frente a las ejecuciones extrajudiciales, que han sido moneda corriente por parte del ejército, opina en contrario de esa práctica horrorosa, amparada en la lucha contra las izquierdas.

No hay que perder la ilusión, pero debemos tener conciencia que los sectores de poder se aliaron en este gobierno para preservar un statu quo que ha visto ocurrir el asesinato del opositor sin hacer nada efectivo para impedirlo.

A esos sectores habrá que enfrentarlos de nuevo en el 2022. La disputa es larga. Quieran los dioses de cada uno que podamos avanzar.  

@alvarojimenezmi

ajimillan@gmail.com

 

 

 

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